En Tiergarten, uno de los barrios más exclusivos de Berlín -otrora espacio soviético- llama la atención la presencia de una estatua de un soldado ruso de dimensiones gigantescas. Al indagar un poco acerca de esta figura uno descubre que los alemanes les otorgaron a los rusos el espacio para colocar el recordatorio ya que ellos fueron conscientes de lo que significan las pérdidas en nombre de la patria aunque, claro está, ese gesto diplomático y de buena voluntad en nada quita o diluye las atrocidades cometidas por los soldados rusos cuando en tiempos de la Segunda Guerra Mundial tomaron la ciudad por asalto y la dominaron de un modo cruel y despiadado.
Así, los testimonios de las mujeres que habitaban la ciudad por aquellos años dieron cuenta de innumerables violaciones ( de hecho el mito popular dice que algunas madres llegaron a matar a sus hijas para que no fueran abusadas por los invasores) y aportan un dato que puede parecer menor pero que no lo es: los rusos en su afán destructor al ingresar en las casas ausentes de presencia masculina repetían a los gritos las únicas dos palabras que habían aprendido del alemán: “Uhr” (Reloj) y "Frau" (mujeres), dos objetos que, al parecer, en la Rusia pre-Stalinista no eran fáciles de conseguir y se habían transformado en objeto de deseo.
Pero al parecer los abusos del ejército ruso no sólo se circunscribieron al territorio berlinés sino que, al parecer, se habrían extendido a otros espacios del este europeo en los que hicieron flamear su bandera roja e impusieron el comunismo como dogma indiscutible. De esa forma y bajo el manto que supone aquella psicología bárbara del ejército ruso adquieren significancia los hechos que la directora francesa Anne Fontaine expone en pantalla un interesante film que arroja luz sobre un tema que durante años permaneció como tabú y que está íntimamente relacionado con los abusos sufridos por un grupo de religiosas de un convento polaco sobre el final de la Segunda Guerra como consecuencia del avance del ejército bolchevique.
Los primeros fotogramas de Les Innocentes otorgan el contexto adecuado y dejan en claro la crudeza de la vida en las afueras de Polonia al desplegar una escena de gran belleza en la que una religiosa, presa de la desesperación, atraviesa un gélido bosque en busca de ayuda. Al llegar a una célula de la Cruz Roja francesa, solicita la presencia de un médico dado que una de las monjas de clausura aparentemente se debate entre la vida y la muerte. Todos en el puesto parecen demasiado ocupados para reparar en la religiosa (la situación de gravedad de los casos que allí llegan son de extremada urgencia) pero una joven médica que oficia de ayudante de cirugía, ante la indiferencia de sus compañeros, decide tomar la consulta.
Al llegar al convento la médica se encuentra con que la joven religiosa que yace tendida en la cama y con gritos desgarradores no padece de ninguna enfermedad grave sino que, por el contrario, está atravesando el inicio de un parto extremadamente doloroso dado que el niño viene con algunas complicaciones. A partir de ese primer encuentro con la joven monja descubre que siete de las religiosas que habitan allí, producto de la violación sufrida por miembros del ejército ruso, se encuentran en el mismo estado de gravidez, razón por la cual, la madre superiora le pide que guarde el secreto que hasta ese momento permaneció intramuros a fin de evitar un escándalo sin precedentes.
Tras la confesión de las religiosas la médica se transforma sin quererlo en cómplice del secreto y toda su realidad (tanto profesional como personal) comienza a verse afectada indefectiblemente ya que no sólo se queda expuesta a una crisis de valores sino que, además, es tomada por las religiosas del lugar como la única capaz de poner fin a muchas de las situaciones abusivas y autoritarias que emanan de la madre superiora, que amparada en la aplicación rígida de la fe y el dogma cristiano es capaz de llevar a cabo actos indebidos con tal de justificar aquello que la iglesia supone como los mas graves pecados de la cristiandad.
Con ese drama a cuestas, Anne Fontaine elabora un cuadro de situación crudo y descarnado de la posguerra europea y despliega con él una trama inmersa en universo puramente femenino. El convento aparece como el espacio donde conviven las heterogéneas personalidades de las religiosas (desde las mas nobles y bondadosas hasta las de aquellas que habrían podido protagonizar cualquier obra Shakespiriana o tragedia griega) pero también como el espacio donde la verdad se oculta y se sublima bajo la mirada de un Dios que vela incondicionalmente por el bien de sus amadas hijas.
Los pocos hombres que intervienen en la historia o bien suponen ser el enemigo número uno de las mujeres atormentadas por su existencia (tal el caso de los rusos que aparecen poco en pantalla pero con peso suficiente para configurar la idea de peligro) o bien tienen muy poca trascendencia en la historia, quedando como seres despojados de decisión propia e incapaces de lograr conquistar el corazón de una mujer, como sucede con el médico que intenta enamorar a su par y no logra de ella más que unas lágrimas que ni siquiera van dirigida a su propuesta de matrimonio.
Los hechos representados en el film están basados en hechos reales (la historia se dio a conocer no hace mucho en Polonia) y con ellos la directora abre un interesante debate acerca del rol de la mujer en sociedades donde el machismo y las cuestiones religiosas las oprimen y las reducen a la calidad de víctimas silenciosas frente a la ausencia de estados capaces de salvaguardarlas o ante la complicidad omisa de las sociedades de las que forman parte.
Pero lo cierto es que el film va mucho más allá de la exposición manifiesta de defensa a las mujeres y le plantea un doble juego al espectador al interpelarlo acerca de quienes deben ser considerados inocentes en medio de la inminente desgracia relatada: ¿Las mujeres encerradas en sus hábitos o los niños nacidos producto de las violaciones?
Les Innocentes además de contar una historia que supone un ejemplo más de los horrores de la guerra abre el juego para reflexionar sobre cuestiones que siguen constituyendo interrogantes atemporales como la falibilidad de la Iglesia, el cuestionado binomio vida-honor, el instinto de maternidad, la rebelión frente al orden establecido amparado en la necesidad justificante, la inevitabilidad del destino y la aceptación de las consecuencias que generan las decisiones humanas en un mundo en el que las interpretaciones de Dios muchas veces las alejan del sentido común.
LES INNOCENTES (2016- Francia/Polonia), Dirección: Anne Fontaine, Elenco: Joanna Kulig, Lou de Laâge, Agata Buzek, Agata Kulesza, Anna Próchniak, Vincent Macaigne, Katarzyna Dabrowska, Fotografía: Caroline Champetier, Música: Gregoire Hetzel, (Duración: 89´-Color)