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23 Aug
23Aug

A finales del S. XX el filósofo polaco Zygmunt Baumann acuñó el término “Modernidad liquida” y lo elevó, en poco tiempo, a la importancia de una categoría filosófica. En dicho concepto, el autor dejaba expuesto el viraje que sufrirían los seres humanos en el fin del milenio que se iba y que signaría, inevitablemente, al que vendría y al cual reconocía ni más ni menos como la era de las individualidades y la ruptura de los lazos de solidez que durante más de dos mil años sostuvieron las sociedades occidentales. 

Es por ello que ante el 11_M, los atentados de Atocha en Madrid, los asesinatos en masa ocurridos en diferentes escuelas norteamericanas o en los recordados Charly Hebdo o el Ba-ta-clan (este último, boliche gay donde murieron decenas de víctimas ante una balacera desplegada por ciudadanos islámicos residentes en la ciudad luz)  pusieron en jaque el universo emocional y afectivo del hombre del fin de siglo y le anticiparon que la vida en el nuevo milenio venía cargada de hostilidad, incomprensión, soledad y un aumento del consumo de fármacos o de drogas, únicas vías posibles de escape para huir de la insoportable levedad en la que se vería inmerso. 

Lo cierto es que en medio de ese complejo contexto social y haciendo uso de una actitud egoísta que no permite siquiera un segundo registrar lo que le sucede a un “otro” muchos seres vivos pasaron a un segundo plano y con ello aumentó la lista de aquellos a quienes ni siquiera se les reconoce su existencia. Así es como en varios lugares del globo, quienes se consideraban débiles o en estado de vulnerabilidad padecieron la negación de sus condiciones básicas de subsistencia, como sucedió con el colectivo animal, quedando sumido en la más absoluta indiferencia (y, por ello, no es casual que en los últimos años hayan aparecido un sinfín de organizaciones proteccionistas y reivindicatorias de sus derechos)

Con ese marco social y una Polonia integrante del concierto individualista de Europa del Este, el director Jerzy Skolimowski eligió nada menos que a un burro para contar una fábula cargada de onirismo y metafísica que deja al descubierto cuanto sufren los que menos tienen en un mundo en el que los poderosos mandan (en lo económico y en lo afectivo) y de cómo “los de abajo” padecen sin tener muchas posibilidades de torcer sus inevitables destinos. 

El protagonista del film es EO un burro al que se lo muestra desde los primeros minutos del film como una atracción circense y que, por una denuncia de un grupo de rescatistas animales, le es quitado a su dueño y, a partir de allí, comienza un derrotero por diferentes puntos de la geografía polaca que le harán vivir las más variopintas experiencias y compartir en pantalla el anhelo de volver a su vida en el circo ya que, pese a que era sometido a la explotación más injusta, allí tenía el amor incondicional de su compañera a la cual reconoce como el único ser con el que logró una conexión genuina y profunda. 

De esa forma y a lo largo de todo el largometraje, EO sufre en carne propia lo más bajo y lo más bello de la condición humana y, a través de una interesante cámara subjetiva (pocas veces los espectadores tuvieron la suerte de ver la vida desde las patas de un burro) y la utilización de unos planos tomados en profundos rojos que reflejan el paroxismo al que está expuesto el animal, lo humanizan en pantalla e invitan a la reflexión de ¿Cuánto y cómo sienten los animales los claroscuros y las más bajas pasiones de la ser humano? 

Así es como en ese atribulado y vertiginoso camino que atraviesa EO pasa unos días en una escuela de campo para niños con discapacidades, se pierde en un inhóspito bosque polaco para ,finalmente, ser llevado en camión junto a otros caballos fuera de su país (donde arriba a una antigua casona romana en la que asiste a una oscura historia en la que la colosal Isabelle Hupert realiza una pequeña participación cargada de intensidad y preciosismo al que nos tiene acostumbrados)

Uno de los aspectos que hacen que el film de Skolimowski sea una verdadera obra maestra es sin dudas el modo en que construye en el espectador la empatía con EO, algo muy difícil de lograr en el lenguaje cinematográfico ya que el cine representó infinidad de veces la visión subjetiva desde la experiencia humana pero en muy pocas oportunidades lo hizo con otras especies. 

Asimismo, la fotografía y la banda de sonido son dos de los elementos que hacen de la pieza un verdadero hallazgo y quizás sea la explicación a porqué estuvo nominada al Oscar y ganó varias de las secciones de los festivales más prestigiosos de Europa y Estados Unidos.  EO es una excelente propuesta para reflexionar acerca de la soberbia que caracteriza al ser humano quien desde siempre se creyó el individuo más elevado de la creación, anulando la capacidad de empatía e interpretando que todo aquello que no es “humano” debe ser considerado “ajeno” (parafraseando a Karl Marx cuando dijo su famosa frase “nada de lo humano me es ajeno”

Con este film Skolimowski invita al espectador a un viaje hacia el interior de un animal indefenso que no sólo es víctima de una serie de situaciones increíbles, sino que, además, debe soportar en su enmudecida alma los embates, frustraciones, filias y fobias de un hombre que cuanto más civilizado está más parece retroceder en la escala de la evolución propuesta por Darwin a fines del S. XIX.

EO (Coproducción entre Polonia, Francia e Italia) 2022. Direccion: Jerzy Skolimowsky, Elenco: Sandra Drzymalska, Lorenzo Zurzolo, Mateusz Kosciukiewicz, Isabelle Hupert, Saverio Fabbri, Guion: Jerzy Skolimowsky, Ewa Piaskowska, Música: Pawel Mykietyn, Fotografía: Michal Dymek, Montaje: Agnieszka Glinska. (Duración: 120 minutos -Color)

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