En una fría y brumosa mañana de invierno, un tren se detiene en la pequeña estación de un desolado pueblo polaco. Entre los pasajeros, desciende Molly, una joven irlandesa que atravesó el mapa de Europa en busca de un hombre con el que estuvo sólo un día y con quien, según ella, pasó la mejor noche de su vida, pero que al día siguiente debió abandonarla para regresar al mismo pueblo en el que ella se encuentra en ese momento.
La tarea de la búsqueda de ese amor no le será para nada fácil, ya que de aquel individuo sólo recuerda el nombre de pila y que trabaja en una de las tantas minas que están ubicadas en el pueblo.Apenas salida de la estación, se dirige al único hotel que parece reunir las condiciones mínimas de supervivencia, el cual está regenteado por una cincuentona fría y calculadora que trata a todos los habitantes de la posada con un gran desprecio y una falta total de respeto.
Una vez alojada en el hotel, comenzará a relacionarse con algunos de los personajes que deambulan por los pasillos y a la par de su búsqueda, sin quererlo, irá formando parte de la vida de algunos de ellos, quienes pese a sus debilidades y miserias se transformarán en sustitutos de su familia y quienes la sostendrán en los momentos de incertidumbre por los que pasará a lo largo de la historia.
Así, intentando sobrellevar la ansiedad y la angustia de la espera, Molly trabará una gran amistad con una mujer divorciada, psíquicamente inestable, adicta a los somníferos, que duerme de día y de noche ejerce la prostitución, y que con su complicidad, esconde a su pequeño hijo de 6 años bajo la cama de su habitación, para que la dueña del hotel no la descubra y acabe echándola a la calle.
Mientras tanto, día tras día, munida de un mapa y un bolso, la joven recorrerá una a una las minas del pueblo intentando dar con alguna persona que pueda aportarle al menos un dato acerca del joven con el que pasó aquella noche en su país natal. En cada uno de los lugares por los que va pasando, coloca carteles en lugares visibles que dicen “Molly busca a Marcyn, estoy en el Hotel frente a la vieja estación del pueblo”.
Y será a través de esos mismos carteles que se producirá el ansiado reencuentro entre ambos, pero con algunas connotaciones que llevarán a Molly a replantearse el motivo que la llevó a viajar hasta Polonia.
Con este primer film, la directora alemana Emily Atef se vale del personaje y la historia de Molly para mostrar un viaje iniciático, que comienza con la mera búsqueda del ser querido, y en el cual a medida que se van desarrollando las circunstancias, aflora el verdadero viaje, el interior, aquel en el que se revela una verdad oculta y que modificará radicalmente su vida.
Las actuaciones en general están muy bien logradas, pero la que más sorprende es la de Mairead Mckinley (Molly) ya que es el pilar fundamental para que se perfeccione la historia. A lo largo del film, la actriz debe ponerse en los zapatos de Molly (quien pasa por un amplio abanico de estados de ánimo) y sale triunfante en la composición. Algo que sorprende en cuanto al reparto de actores, es ver la intervención de la misma directora, interpretando a una joven pordiosera (de aparente origen musulmán) que obliga a Molly a que le compre un destartalado marco de un cuadro a cambio de algunas monedas.
En cuanto a lo técnico, Atef cuenta la historia de forma sencilla, prolija y sin innovar demasiado en cuestiones de recursos, aunque esto no resulta un impedimento para que recree atmósferas estéticamente muy interesantes, como por ejemplo en las escenas filmadas en exteriores, donde abundan paisajes ocres, fábricas en estado ruinoso avanzado, así como aquellas en las que pone de manifiesto la desintegración a la que quedaron sometidos algunos pueblos de Europa central cuando dejaron de pertenecer a la órbita del comunismo.
Dos puntos que merecen una mención especial son; por un lado la fotografía, a cargo de Patricia Lewandowska, quien logra transmitir la sensación de sopor, melancolía y pesadumbre que viven los personajes, y por otro, las composiciones musicales que acompañan varias de las escenas, sobre todo aquellas en las que Molly se encuentra sola, inmersa en el paisaje , transformándose en el único elemento vivo que se ve en la pantalla.
Una película de una gran belleza, cargada de poesía, que ahonda en lo más profundo de las cuestiones humanas y que pone de manifiesto que muchas veces con el sufrimiento, aumentan las posibilidades de experimentar el crecimiento interior.
MOLLY´S WAY (2005. Alemania, 85 minutos, 35 mm, color) Dirección: Emily Atef, Elenco: Mairead McKinley, Ute Gerlach, Geno Lechner, Anna IIczuk, Adrianna Biedrzynska, Miroslaw Baka, Robert Gonera, Jan Wieckzorkowsky, Maciej Robakiewicz y Beatha Lehmann.