Si bien los tiempos han cambiado y muchos países del bloque occidental demostraron tener una apertura mental y cívica respecto de la homosexualidad, el cine parece ser un poco más reacio y sigue dando muestras de que, pese a haber escrito cientos de guiones referidos, aún persiste cierta mirada moralizante de la cuestión.
En el caso de Chicos del este aparecen dos cuestiones que son dignas de destacar: por un lado el director decide tomar como emblema de la condición homosexual a Danielle un hombre cincuentón, con un buen pasar (un hueco bastante importante en su vida afectiva) y lo ubica en el rol de cazador serial de jovencitos en la estación de trenes del este parisino, dejándolo parado en la delgada línea entre la corrupción y la pedofilia para lo cual será necesario transitar una trama compleja y cargada de zonas oscuras para lograr una redención de la homosexualidad, la cual termina quedando, en el otro extremo, poco menos que sacralizada y como la única opción para conseguir una vida mejor, al menos cuando de migrantes irregulares se trate.
Por otro lado, el director parece ir un poco más alla en sus prejuicios y coloca como el enemigo a un grupo de jóvenes que se dan cita a diario en las afueras de la estación y que, al contar entre sus miembros al jovencito que Danielle elige para saciar sus necesidades instintivas, deciden aprovechar el dato para ir en bloque e instalarse en su departamento durante toda una tarde en la que llevan a cabo una rave casera utilizando los discos y el reproductor del pobre propietario que asiste al grotesco espectáculo como si fuera un cristiano en medio de la arena romana.
El último timbre que suena es el que trae a Marek (el jovencito que el día anterior le ofreció su cuerpo a cambio de un suculento billete de cincuenta euros) quien se suma a la fiesta y al abierto desguace del departamento de la pobre víctima. Pero en la trama no todo es prejuicio y estigmatización de la homosexualidad y la condición de migrantes, por que a partir de ese momento, el director pergeña un punto de giro y hace volver unos días después a Marek, quien si bien no lo expresa se muestra incómodo con lo sucedido y le propone a Danielle que lo tome, previo pago de la misma cifra antes solicitada.
El hombre accede y a partir de allí la historia cambia el rumbo ya que el joven comienza a ir al departamento de Danielle con regularidad y, luego de contarle su verdadera historia e identidad, le confiesa que está rehén del grupo de jóvenes que trabajan como mafia con personas que llegan a París en búsqueda de la tierra prometida, no pudiendo escapar de ellos ya que le tienen retenido el pasaporte en un hotel en las afueras de París destinado a personas indocumentadas o conflictivas y monitoreados por el falible sistema de seguridad social francés.
Desde el mismo momento en que la verdad cae como un velo y deja entrever la luz al final del camino, Danielle y Marek dejan de ser la pareja gay que intenta una vida tranquila y sin que nadie los moleste y se transforman en dos personajes que bien podrían protagonizar un corto de Tarantino, ya que recuperar los papeles del joven implica tener que desarticular la banda de delincuentes que ingresaron en su casa y que conocen de la relación con el joven, a quien intentarán retener para sí hasta el último intento en que la justicia se los haga posible.
El film es una pieza interesante, con un guión muy atractivo (la trama está dividida en capítulos y cada uno de ellos porta un título alusivo, lo cual deja en el espectador la idea de estar leyendo una novela) y un entramado que parece obedecer a la trama de cajas chinas ya que el conflicto inicial con el que arranca la película, sobre el final, se descubre como el disparador para contar una historia mucho más compleja y triste que es la de la vulnerabilidad a la que están sometidos aquellos inmigrantes que vienen de zonas de Europa (generalmente del este, tal como se había visto en Solitudes, corto que formó parte del festival anterior y que mostraba las peripecias de una joven rumana que había sido violada y vagaba por las comisarías para que alguien la tomara en cuenta) y que intentan asentarse en una sociedad que los excluye, los segrega y los coloca en situaciones límites que parecen no tener otro modo de sortearlas sino a través de la ilegalidad o la prostitución.
Y el carácter redentor que el director hace de la condición homosexual sobre el final de la trama no llega a compensar la categorización moralizante del inicio, en el cual Danielle queda expuesto como un villano abusador de un pobre jovencito indocumentado e indefenso, por lo que, después, cuesta mucho aceptarlo como el iluminado que hará de Marek un hombre digno, feliz y aislado de cualquier mal que la ciudad luz le arroje sobre sus espaldas por la condición de “migrante del este”.
Dentro de la programación del festival Chicos del este es uno de los films que cuenta con grandes posibilidades para alzarse con el premio mayor en la competencia de largometraje. Con una historia interesante, actual, bien estructurada, con buenas actuaciones, una banda de sonido más que atractiva y una mirada que deja al descubierto el modo de pensar dos cuestiones que, si bien ha pasado más de una década del nuevo siglo, parecen seguir siendo tabú y dejan al descubierto lo difícil que es ver al otro en tanto diferente, ya sea por cuestiones de sexualidad o bien por etnicidad.
EASTERN BOYS (Francia-2014) Dirección: Robin Campillo, Elenco: Olivier Rabourdin, Kirill Emelyanov, Daniil Vorobyov (120´-Color)