Mientras que en Italia se llevaba a cabo la consolidación del Neorrealismo como uno de los más grandes movimientos cinematográficos del S. XX, en paralelo, otros realizadores se jugaban por contar historias de ficción y ligadas al género fantástico. Si bien la lista que se puede hacer respecto de estos últimos sería muy larga, hubo algunos que quedaron pegados en la retina del público mundial, ya sea por haber contado historias interesantes o bien por tener entre sus bondades buenas actuaciones o guiones bien estructurados.
Uno de esos casos fue el del director Mario Bava y su film I Vampiri (Los Vampiros). En dicho film Bava toma el mito del vampirismo y centra su lente en las márgenes del Sena, con un primer fotograma que encuentra a un pescador que rescata el cadáver de una joven que aparece flotando frente a su barca. Acto seguido el cuerpo de la muchacha aparece en una camilla de morgue y un grupo de hombres que la rodean y que arrojan como primer indicio el hecho de que ese cuerpo se encuentra vacío de sangre, tanto como el de las “otras muchachas que aparecieron en iguales circunstancias”.
Dentro de ese grupo se encuentra un periodista que se dedica a investigar casos policiales y, junto a un detective, se disputarán la dilucidación del caso como si se tratara de una competencia para las cámaras de televisión. Pero lo cierto es que mientras que los dos hombres se debaten como divas de chanteclair en la hoguera de las vanidades, Bava corre el lente de su cámara y se centra en mostrar los aspectos más retorcidos y siniestros de una familia de italianos que tiene como matriarca a una abuela que se esconde detrás de un largo velo negro y que, en apariencias, esconde un pasado tortuoso que la lleva a ser la regenta de la familia.
Hasta allí el espectador tiene presentada una película con elementos de terror y con una previsión de suspenso digna de aquel género. Sin embargo, a medida que se desarrolla la trama y se corren los velos que antes disfrazaban los indicios, queda al descubierto una terrible historia de amor entre vampiros y mortales que cuenta con todos los componentes de una tragedia shakespereana con ciertos guiños del Drácula de Bram Stoker (y con una clara influencia a la historia de la condesa sangrienta Erzebeth Batory).
Si bien el film de Bava tiene algunos errores cuestionables (que aparecen en el guión, en la dirección de actores y en algunos otros aspectos meramente técnicos) es de un gran nivel estético, narrativo y sonoro. Desde los primeros minutos llama mucho la atención (y divierte) el hecho de que sea una historia que transcurre en París (con el Sena y el Sacre Coeur como escenarios principales) pero con actores italianos y que hablan entre ellos la lengua del Dante en vez del chic francés parisino.
Las actuaciones de los actores principales (Gianna María Canale como Giselle Dugrand, Carlo D´Angelo y Dario Michaelis) están a la altura de las exigencias del género y logran transmitirle al espectador la oscura y densa atmósfera que llevan a cabo los personajes que representan. De todos modos, las actuaciones no son el único punto a favor del film. La impresionante puesta (y el esmerado trabajo del director de arte) que significó la construcción de los interiores de la tenebrosa mansión Dugrand la colocan como una de las más logradas en la categoría de films basados en “casas fantasmagóricas”.
I Vampiri es una pieza entretenida, muy recomendable para los amantes de las películas clásicas (y dentro de ellas, con especial interés en las blanco y negro) y que brinda a lo largo de los noventa minutos de duración una mixtura de gran nivel surgida de la incorporación de mitos literarios, cinematográficos y las infaltables historias de amores imposibles que parecen ser la amalgama perfecta para oficiar de columna vertebral en ese tipo de films.
I VAMPIRI (Italia, 1956). Dirección: Mario Bava, Elenco: Gianna María Canale, Carlo D´Angelo y Dario Michaelis, Guión: Piero Regnoli y Rik Sjostrom (90´-Color).