Las road-movies tienen un gancho indiscutible. Basta que un director ponga sobre un auto a uno o dos personajes en la ruta y los haga acelerar a fondo dejando atrás sus miserias para que el espectador se hipnotice y quede prendido hasta el final. Quizás las historias de rutas sean las películas que mejor ejemplifica las ansias de libertad (generalmente reprimidas) y por eso es que cumplen como ningunas otras la función vicaria del cine (esa que hace que se produzca una identificación entre lo que propone o plantea la historia y las vivencias del espectador).
En el universo cinematográfico es difícil lidiar con ellas (recordemos Thelma y Louise, Hitcher el viajero, Paris-Texas, Carretera perdida, Corazón salvaje, Del crepúsculo hasta el amanecer, Asesinos por naturaleza, Pequeña Mrs. Sunshine o la recientemente estrenada En el camino, basada en la novela de Kerouac filmada por Walter Salles) y por eso, cuando aparecen, suelen captar la atención del espectador y llenar plateas, incluso cuando son de dudosa calidad.
En nuestro cine nacional no hay demasiados registros de películas de carreteras (y eso que rutas y paisajes nos sobran) es por eso que cuando aparecieron los afiches de Mariage a Mendoza, sentí una gran curiosidad acerca de qué se trataría aquel film con actores francese y argentinos (en su mayoría desconocidos) y con la participación especial de Benjamin Biolay, del cual no me podía imaginar que rol cumpliría en la historia ya que lo tenía únicamente como músico de culto de las nuevas generaciones de la música francesa.
El film narra la historia de dos hermanos (Nicolás Duvauchelle y Phillipe Rebbot) que llegan a Buenos Aires para asistir al casamiento de un primo francés que vive desde hace tiempo en un pueblo mendocino con la cordillera y los viñedos de escenario. El menor de ellos, Antoine, acaba de romper con su esposa y se encuentra atravesando una crisis que lo lleva a estar las cuarenta y ocho horas posteriores al viaje en un estado de borrachera que parece será eterno.
Luego de unos días traban una amistad con el dueño del hotel (un cuarentón separado y lleno de mala suerte) y al comentarle a éste que previo paso por las bodegas de Cafayate y una parada en el Valle de la luna para “juntar meteoritos” llegarán a Mendoza para compartir el casamiento de su primo al que hace años que no ven. Ni lerdo ni perezoso, el cuarentón frustrado se ofrece como guía para acompañarlos en el atractivo camino y a partir de allí comenzará un alocado viaje en el cual no faltarán problemas con la policía, robos, sexo, drogas y muchas otras sorpresas que sucederán en el camino (y entre los cuales no falta la posibilidad de sumar gente en el recorrido)
Pero como en todo “Tirar el mapa” (y como en toda road-movie sucede) los personajes dejan en evidencia con actitudes y digresiones en los diálogos que llevan escondido en lo mas profundo de sus seres secretos no confesados y dolores que son la verdadera causa del querer romper con el orden normal de sus vidas. Y con esos añicos de sus almas intentarán llegar al destino propuesto que se supone, deberá ser la compensación por las vicisitudes que vivirán en el trayecto. La historia es divertida, amena y tiene un timing adecuado (algo fundamental en películas del género ya que, de lo contrario, se transforman en un verdadero aburrimiento) pero hay que decir que, lamentablemente, hace agua en muchos otros aspectos.
En cuanto a las actuaciones, por ejemplo, en algunas de ellas, queda al descubierto la falta de una adecuada dirección de actores donde la lentitud y el exceso con el que muchos de ellos interpretan a los personajes son el mejor ejemplo. (Quizás eso explique el hecho de que la mayoría sean poco memorables).
Respecto al guión es cuestionable la visión de país que los autores diagramaron para contar la historia. Distorsionada y bastante alejada de la realidad en varios momentos se ve en la pantalla una serie de clichés hacia los argentinos (el hecho de que el único personaje femenino que los acompaña sea vista como la encarnación misma del demonio y sea tenida en cuenta únicamente por sus atributos sexuales, la posibilidad de infringir la ley a sabiendas de que nada les va a suceder a los personajes y otras que ejemplifican la alteridad sobre la cual interpretan, se mueven y comprenden la supuesta realidad nacional).
Además, luego de conocer al primo (interpretado mecánicamente por Benjamin Biolay que demuestra ser mejor cantante que actor) queda la sensación de que el pueblo mendocino en el cual se lleva a cabo la boda es poco menos que un sitio liberado donde se puede aspirar cocaína libremente en una sacristía antes de la boda o fumar marihuana en plena fiesta, a los ojos de los mayores y debajo de un árbol como si se tratara de una sesión de yoga.
Mariage a Mendoza es un film pasatista, entretenido y poco profundo (una verdadera pena porque con los valores y los conflictos planteados se podría haber desarrollado una trama más interesante). Además de la música y la elección de algunos escenarios, el otro aspecto que hay que rescatar es que cuenta con los elementos necesarios para perfeccionar al género y que, más allá del resultado, sea un título que pasa a engrosar la magra lista de películas de carretera de nuestro cine nacional.
VOYAGE VOYAGE (o MARIAGE A MENDOZA) (Francia-Argentina), 2012. Dirección: Edouard Deluc, Elenco: Nicolas Duvauchelle, Phillipe Rebbot, Gustavo Kamenztky, Paloma Contreras, Guión: Eduard Delouc, Thomas Lilty, Fotografía: Pierre Cotterau, Música: Herman Dune (94´- Color).