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08 Feb
08Feb

Está claro que en la vida del hombre el traspaso de una etapa a otra siempre supone incertidumbre e incluso algunos traumas, pero lo cierto es que cuando de adolescencia se trata, nadie duda en asegurar que, de todas las que tocan transitar en el paso por este planeta, ésa es la más compleja. De ese modo y plantándose sobre ella con la bandera de la rebelión, el cineasta búlgaro Dragomir Sholev la utiliza para elaborar uno de los relatos que sin dudas será uno de los más importantes de toda su carrera, ya que se trata ni más ni menos que da cuerpo a su ópera prima Shelter, con la cual hace su debut en el mundo del largometraje y demuestra tener un futuro, al menos prometedor.

Con esta pequeña pero no menos intensa historia, el búlgaro cuenta la historia de una familia disfuncional, tan típica como esas que el nuevo cine mundial nos viene ofreciendo en los últimos tiempos ( de padres separados, adictos, poco afectos a cumplir con sus obligaciones, desbordados, incapaces de establecer límites o de ocupar sus roles) y que, en este caso en particular, está formada por un padre que pasa el día entero fuera de la casa entrenando a un mediocre equipo de waterpolo, una madre sin carácter y Rado, un niño de doce años que pide a gritos no sólo que alguien le preste atención - dado que atraviesa las dolencias lógicas que implica el crecer- sino que, además, le respeten sus decisiones y consideren la supuesta “libertad” que cree tener por creerse ya un adulto.

El film arranca con los padres recorriendo cuanta comisaría existe en una Sofía que se muestra en el technicolor de la pantalla con todas las tonalidades de grises posibles (tan reales como el gris legado que les dejó el comunismo). El chico ha desaparecido y hace más de un día que no saben nada de él. Así es como luego de una búsqueda angustiosa en la cual imaginaron lo peor, regresan a su casa y, para sus sorpresas, el hijo pródigo está de vuelta, pero claro está, el regreso no lo emprendió solo, sino que lo hizo con una jovencita dark, la cual no tiene reparo en pasearse semidesnuda por los pasillos del apartamento ni en expresar su deseo de quedarse a vivir un tiempo allí.

Teniendo en cuenta que el pequeño se encuentra sano y salvo, y atravesados por la presión a la que los somete con ese nuevo dilema, los padres deciden permitirle que la chica pase la noche en la casa y que al otro día se largue. Pero, todo empeora cuando, algunas horas más tarde, arriba a la casa un punk al mejor estilo del Sid Vicious en los años setenta y se presenta como el novio de la joven que acompaña a Rado.

Allí, Dragomir Sholev, con el conflicto planteado y situaciones que nada tienen que envidiarle al mejor vaudeville francés, comienza una pulseada en la cual la brecha generacional entre los personajes desembocará en lo que inevitablemente se esperaba desde un principio y que no es otra cosa que la expulsión de los tres jóvenes del departamento, dando inicio así, a un recrudecimiento en la rebeldía de Rado, quien ve en la pareja de punks al único referente capaz de ofrecerle aquello que los padres y la sociedad no pueden darle.

 Pero Shelter es mucho más que una película de enredos y desavenencias familiares. En lo más profundo de muchas de las imágenes o secuencias que tejen el entramado de la historia pueden verse cuestiones de fondo que, en muchos casos, explican por que algunas sociedades tienen cierta tendencia a que quienes la componen sufran de filias y fobias perfectamente argumentadas por su pasado y su historia (aquí por ejemplo, no es casual que en una sociedad como la búlgara, que vivió años bajo el duro régimen comunista, se dé un caso como el que propone Shelter en el cual los padres - quizás por haberla sufrido de un modo abusivo- no puedan ejercer su autoridad como corresponde)

Otro punto interesante que merece la pena destacar en el film es el papel que se le dio a la ciudad de Sofía dentro de la historia, la cual cumple una función que se propaga mucho más allá del mero ámbito geográfico donde transcurre el relato. La capital es mostrada como una gran maqueta acartonada, gris, con pocas expectativas reales de futuro para ofrecer, logrando aplastar aún más a los personajes en el túnel existencial al cual parecen estar constreñidos y hundiéndolos en un estado de letargo y resignación que por momentos asfixia y genera impotencia en el espectador.

Respecto a lo técnico, los dos elementos que más sobresalen son sin lugar a dudas las actuaciones (todas de un excelente nivel y muy equiparadas, algo que llama la atención sobre todo teniendo en cuenta la disparidad de edades) y el más que interesante trabajo de fotografía (a cargo de Krum Rodriguez) el cual si bien siguió la estética icónica que identifica al cine del este europeo, logró algunas composiciones y encuadres que son dignas de mencionar.

Para los seguidores del nuevo cine y en particular el cine de Europa del este, Shelter es un film para tener en cuenta. Con una narrativa que entretiene y actuaciones de gran nivel (dos aspectos que se imponen al notorio bajo presupuesto) es una pieza clave para analizar procesos históricos acaecidos en las últimas dos décadas y cómo viven las transiciones de un sistema a otro estos países que después de la Caída del Muro se encontraron con un mundo completamente diferente y al que, aun hoy, intentan ingresar por una puerta de acceso a la que parecen haberle escondido la manija.

SHELTER (2010, Bulgaria) Dirección: Dragomir Sholev, Elenco: Cvetan Daskalov, Vanina Kasheva, Kaloyan Siriiski, Silvia Gerina, Irena Hristoskova, Guión: Dragomir Sholev, Razvan Radulescu, Melissa De Raaf, Fotografía: Krum Rodríguez, Montaje: Kevork Arslanian, Producción: Rossitsa Valkanova. (90 minutos, Color) 

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