En el año 1925 el director ruso Sergei Eisenstein filmó en las escalinatas de Odessa, una de las revueltas más espectaculares que registrara el cine documental. Así es como con su cámara como un panóptico omnisciente, logró registrar el momento en que los marinos que ocupaban el famoso Acorazado Potemkin (el mismo que da nombre al film) se rebelan ante sus superiores luego de que éstos los obligaron a comer carne en estado de putrefacción durante el tiempo que estuvieron en alta mar, dejando al descubierto uno de los tantos avasallamientos a los que fue sometido el hombre a lo largo de la historia del siglo veinte.
Algunos años después, en Film Socialisme, Jean Luc Godard puso su lente sobre un crucero cargado de pasajeros excéntricos que recorren la costa mediterránea (pasando por Egipto, Nápoles, Palestina, Odessa, Helas y Barcelona) y a través de ellos –y con su ojo eminentemente crítico y marxista- intenta explicar a lo largo de los 101 minutos que dura el film algunos de los fracasos del capitalismo y muchos de los males que aquejan a la Europa actual, como consecuencia de aquellos.
De esa forma, y valiéndose de un sinfín de recursos técnicos y multimedia (los cuales abarcan desde grabaciones de bajísima calidad con celulares hasta imágenes documentales y otras tomadas con cámaras tradicionales de cine e incluso con digicam) el director se embarca en un viaje al mejor estilo de Ulises en la Odisea, e intenta con él llegar a algún puerto que, al final del film, queda claro que no es otro que el de encontrar un halo de esperanza y de cambio para los duros tiempos que le toca vivir en este nuevo siglo al viejo continente, al cual él pertenece e intenta explicar desde su visión octogenaria.
- Pobre Europa, no nos hemos purificado, hemos sido corrompidos por el sufrimiento, dice la pasajera africana que recibe el tempestuoso viento marino sobre su cara a la vez que el ruido ambiente vuelve ensordecedora la escena. Ella parece ser la única que piensa en el barco de Godard y, a la vez, una de las pocas que sufre el problema como propio (de lo contrario jamás hubiera usado el nos inclusivo). Adentro, un grupo de personas juega en el casino, otros bailan y otros hacen negocios intentando aumentar las arcas de sus cuentas bancarias. A ninguno parece afectarle lo que sucede afuera, en cada una de las ciudades por las cuales van pasando y sobre las cuales miran sin ver absolutamente nada de lo que hay a sus alrededores.
En paralelo, la cámara aparece en un innominado pueblo francés y muestra a una típica familia de clase media, la cual pese a reflejar claros signos de disfuncionalidad (una madre con rasgos estéticamente ambiguos, un jefe de familia decadente y entregado ante la vida -como los que pueden verse en cualquier serie americana- y dos hijos que aparecen como la muestra más evidente del fracaso de los dos anteriores) demuestra ser la portadora de una mayor capacidad humana e incluso más pensante que la de muchos de los pasajeros que pueblan el lujoso barco.
Pero como si eso fuera poco, Godard decide incorporar un tercer elemento: el binomio personificado por una molesta periodista de informativos y una camarógrafa africana (la cual podría entenderse como la representación de la mirada del continente negro, que mira hacia Europa de un modo envidiable a la vez que inquisidor en una mezcla de amor-odio que sin dudas signará el siglo actual) quienes intentarán entrevistar a la familia e incluso filmarla como si estuviesen en un reality show, pese a las negativas de ésta que quiere mantener su modo de vida en aparente tranquilidad (Algo que no sucede ya que los hijos del matrimonio, afectados por esta situación, se replantearán su rol dentro de la familia y por ende en la sociedad, transformándose en la gran esperanza de cambio, algo que Godard hoy no ve como posible, tal cual están dadas las circunstancias, pero que no deja de ser interesante al dejarlo al menos, planteada como posibilidad dentro de un guión).
Con esos personajes como piezas de ajedrez y la costa mediterránea como tablero, el director recorre un territorio que le es conocido, ya que muchas de las cuestiones sobre las cuales versa esta película han sido tratadas a lo largo de su filmografía, aunque en este caso el espectador siente que aparecen de un modo compactado e incluso combinadas.
Así es como mientras se desarrolla el hilo narrativo de la historia, aparecen como puntas de un iceberg temas como el individualismo, la incapacidad para comunicarse (pese al avance cada vez más importante de la tecnología), la constante tendencia del hombre a querer dominar al otro en beneficio propio y cierta visión subyacente de otredad reflejada en una visión espectacularizante del mundo, entendida ésta como un espacio ajeno al propio yo, donde las realidades son vividas por otros, de modo tal que, casi nunca concuerdan con el yo de los personajes que las observan y las comparan.
Además del interesante universo humano que eligió Godard para contar el film, uno de los elementos que más se destacan (y que por momentos se alzan como las verdaderas estrellas del film) son los textos que acompañan a las imágenes y que hacen que el discurso fluya hacia un lugar y un sentido que de otro modo no se hubiera logrado (el más elocuente es el texto final, que encierra claramente en sí la tesis misma de la película).
Como corolario final se puede decir que Film Socialisme es una propuesta interesante (sobre todo por las temáticas que trata), rara (debido al collage estético que la conforma y que por momentos da la idea al espectador de que está viendo un videoclip) y, compleja, respecto de su forma narrativa, la cual, al no ser convencional, implica por parte del espectador un mayor esfuerzo a la hora de querer reconstruírla como un puzzle, una vez que los créditos comienzan a pasar en la pantalla.
FILM SOCIALISME formó parte de la Competencia Oficial del Festival de Cannes 2010 (Un Certain Regard) y se estrenó en Buenos Aires dentro de la Competencia Oficial Internacional en el BAFICI 2011.