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21 Jun
21Jun

El siglo XVIII en la historia de Hungría podría decirse que fue uno de los más decisivos. Con el inminente avance turco sobre las fronteras del imperio y las internas luchas de poder que desde siempre mantuvieron con Austria, los húngaros no sólo vivieron en peligro sino, además, tuvieron que convivir con uno de los personajes más sanguinarios y sádicos de la época: Erzebet Bathory, la condesa sangrienta.

La condesa era una de las mujeres más poderosas e influyentes durante el reinado del Rey Matías. Ante la falta de dinero para solventar muchas de las campañas e incluso el sostenimiento del ejército por parte del aparato monárquico, la Condesa Bathory, aristócrata, educada, adepta al poder y a influir en las decisiones de su país, financió varias de ellas a punto tal de que, según consta en documentos de la época, llegó a influir de sobremanera y correinar junto al gran Matías.

Muy joven se casó con su primo Ferénc Nadasdy, quien fue más conocido como el Conde negro de Hungría, ya que su sadismo y bestialidad no tenían límites llegando a lo más bajo que la condición humana podía dar con tal de lograr su objetivo, el cual casi siempre estaba relacionado con cuestiones políticas, territoriales o económicas. Junto a él la condesa formó una de las sociedades más prósperas del este europeo y alcanzaron aumentar no sólo su patrimonio sino también la propiedad sobre muchos de los territorios que anexaron en muchas de las cruentas luchas que participaron.

Pero no es por cuestiones políticas o de poder económico que se conoció a la condesa Erzebeth Bathory y se hizo de su figura un mito. La construcción del personaje llevó unos cuantos años y comenzó en el momento mismo en que su esposo fallece luego de una “peste” (seguramente una enfermedad sexual provocada por el intercambio sexual con mujeres turcas) que se contagiara en el campo de batalla defendiendo a la corona. A partir de ese momento la mujer toma el poder de su marido y comienza a presionar en la corte para que le den más poderío, pedido que sabe que puede hacer ya que era la principal financista del reino.

A los pocos meses de fallecido su esposo, la condesa se relaciona amorosamente con otro primo suyo, Gyorgy Turzó y enloquece de amor. A la vez, el padre de Turzó tenía pensado desposar a su sobrina con lo cual, al descubrir el romance entre ambos, encierra a Gyorgy y lo envía a Dinamarca para que se case con una joven de familia aristócrata y así intentar despejar el camino para conseguir su objetivo. Pero Bathory no acepta la teoría del abandono y entra en un estado de locura tal que la lleva a pensar en buscar la forma de mantenerse eternamente joven para esperar el regreso de su amado Gyorgy; y, lamentablemente, la encuentra.

Allí entonces es donde aparece la sangre como elemento fundamental en su vida. Llevada por un asesor suyo que le acerca un libro donde se cuentan los rituales que hacían los turcos cuando tomaban prisioneras a mujeres y niños húngaros (que no eran otras que prácticas de vampirismo y canibalismo de manera conjunta) la condesa decide comenzar a pasarse por el rostro y el cuerpo la sangre de doncellas jóvenes y vírgenes de su castillo, a las que les cortaba las venas e iba desangrando lentamente.

Para lograr esas muertes se vale de muchos de sus colaboradores y hasta incluso cuenta con el silencio de Davulia, su servidora y bruja de confianza que en varias ocasiones le advierte que comenzó un camino sin retorno y que solo la muerte podrá poner fin a esa locura. Así es como cegada por las ansias de juventud eterna, la condesa monta en un sótano subterráneo una verdadera sala de torturas en la cual no faltan ninguna de las máquinas más sofisticadas de la época para atormentar y lograr el vaciamiento de los cuerpos de las pobres doncellas que caen en sus garras.

El film de Julie Delpy intenta echar luz sobre esa historia. Contada desde un punto de vista femenino (subyace en ellauna mirada justificadora de los crímenes al exaltar la condición de Bathory como locamente enamorada o mujer despechada) esta versión de la historia tiene varios aspectos positivos aunque, también, algunos desaciertos. El primero de ellos tiene que ver con que la versión de la condesa que se exhibe en pantalla no llega a representar en su totalidad el sadismo y el rosario de patologías psiquiátricas que tuvo en realidad. 

Por momentos la interpretación de Julie Delpy devuelve una mujer anodina que aparece más temible por lo que se dice de ella que pos las actitudes que demuestra.
El otro desacierto es cierta lentitud en el relato, aunque vale aclarar que, en varias escenas, este se ve compensado por las bellas locaciones húngaras en las que fue rodado el film y ciertos arreglos musicales que son en sí mismo un film aparte. 

Respecto a actuaciones la elección del elenco ha sido muy adecuada (con el ascendente Daniel Bruhl en el papel de  Gyorgy Turzó y el consagrado William Hurt como su padre) y la caracterización de Julie Delpi en el papel de la condesa es de los mejores que se hayan visto, si se tienen en cuenta versiones anteriores de la historia.Quizás el elemento que más se destaque en esta pieza (además de la excelente fotografía, dirección de arte, vestuario, maquillaje y una producción cuidada hasta el más mínimo detalle) sea la capacidad de la misma protagonista en escribir, actuar, dirigir y hasta incluso colaborar con muchas de las composiciones musicales que sonorizan la pieza.

Si se tienen en cuenta todos esos elementos, La Condesa de Julie Delpy es una buena película, recomendable, con una estética muy bien lograda y una reconstrucción de época más que respetable (algo bastante escaso en producciones del inicio de milenio) pero que deja un sabor amargo al exhibir una condesa algo insulsa, inerte y hasta por momentos alejada de aquella Bathory que los libros de historia y la literatura cuentan que metía su cuerpo en tinas sangrientas con tal de mantener la belleza eterna y mantener viva la juventud para su amado inmortal.

La Condesa (Alemania-Francia, 2010). Dirección: Julie Delpy, Elenco: Julie Delpy, William Hurt, Daniel Bruhl, Nikolai Kinski, Anamaria Marinca. Guión: Julie Delpy. (98´, Color)

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