1910 es un año que en la historia de Francia quedó marcado a fuego. Por un lado por que fue el año en que se llevó a cabo una de las más interesantes exposiciones de las que se tenga memoria y, por otro, por haber estado la ciudad totalmente inundada como consecuencia de uno de los mayores desbordes del Sena, tanto como jamás se había visto hasta entonces. Así es como en medio de la ciudad afectada por las inundaciones dos hombres de corte caricaturesco (Emile y Raoul) llevan a cabo el reparto de diferentes mercaderías por los lugares donde el anegamiento se los permite, a bordo de una desvencijada camioneta con nombre de diva de Moulin Rouge (Catherine, todo un símbolo por aquellos años).
Emile es pequeñito, pelirrojo y está enamorado de la jovencita que vende los billetes en el cine donde él en los ratos libres aprende el oficio de proyectista. En cambio Raoul es alto, muy flaco y con todos los signos de torpeza que pueden tener las personas con sus características. Desde muy pequeño ama en silencio a Lucille, una vieja compañera de escuela que en la actualidad es la estrella de uno de los cabarets con más proyección de Montmartre.
De ese modo y con esas esencias y problemáticas, a lo largo del recorrido diario, vivirán las más increíbles experiencias dado el carácter distraído y torpe de sus conductas.Pero un día sus vidas cambian el día que, por un encargo de un científico que se encuentra de viaje, llegan hasta el laboratorio de éste para dejarle unas sustancias que había encargado antes de marcharse. Al llegar al lugar son recibidos por un simpático mono blanco que les entrega una nota en la cual el profesor les pide que dejen el encargo y se vayan “Sin tocar absolutamente nada”, lo cual no respetan y deciden pasar un momento lúdico experimentando con diferentes pociones que abundan en los estantes del enorme jardín de invierno vidriado.
Allí Raoul comienza a mezclar brebajes hasta que, sin saberlo, derrama una combinación de esas sustancias sobre una pulga del mono, la cual se vuelve gigante y escapa del laboratorio saltando desde una cúpula a otra de los más bellos edificios de Montmartre a la vez que asusta a la población que la observa atónita sin poder creer lo que ven al otro lado de la ventana.
De esa forma se desata la histeria colectiva y el comisario de París (un hombre ambicioso que detenta el cargo de alcalde de la ciudad) toma la causa del monstruo como la forma de poder concretar su ambición y así conquistar el corazón de la bella Lucille. Sin embargo, una vez que desata el sistema de seguridad en apariencias más duro para encerrar al monstruo, por una jugada del destino, éste se aparece en la puerta del cabaret de la joven cantante y ésta se juega a protegerlo para que no lo encuentren.
A partir de allí se sucederá una serie de hechos entre los que no faltarán ni las confesiones de amor de los tímidos Emile y Raoul, las persecuciones por los más bellos rincones de París, una vista de la ciudad desde el cielo (la cual, si bien está hecha en dibujo animado, por momentos alcanza un realismo tal que el espectador se pregunta si está viendo una animación o el insert de imágenes reales) y, como si eso fuera poco, el descubrimiento de que el monstruo es el portador de una voz tan maravillosa que termina cantando a dúo con Lucille bajo el nombre de Francoeur y enropado con un atuendo que evoca al mismísimo fantasma de la ópera.
El film es una pieza entretenida, cargada de belleza, con un gran trabajo de animación y una banda sonora que la posicionan en una de las mejores que haya dado el cine francés luego de la recordada Les Triplettes de Belleville. Quizás el trabajo de Mathieu Chedid (quien también creara la banda de sonido de aquella) sumado a la voz cautivante de Vanesa Paradis logran una verdadera gema musical, la cual se sostiene y amalgama a la perfección con la belleza y el realismo de las imágenes.
El mensaje que subyace en el final, si bien aparece un tanto obvio, promueve la toma de conciencia del principio de igualdad y de protección de aquellos seres e individuos que sufren el no poder calificar dentro de los parámetros que la sociedad impone, dejando de lado otras cuestiones que son mucho más profundas y que dicen mucho más del ser que aquellas que están consideradas meramente estéticas o de imagen.
Recomendable para ver en familia y sobre todo con niños (la adecuada acción y el ritmo, llevado por la música y un gran despliegue de color la hacen especial para el público pequeño). De todos modos si son amantes de los romances, de Paris como locación, del cine de animación o de las buenas bandas sonoras, tengan la edad que tengan no dejen de verla ya que es una pieza de un altísimo nivel (tanto que después de ella los creadores deberán ser muy cuidadosos con sus trabajos futuros si la toman como modelo e intentan superarla).
UN MONSTRE A PARIS (2011-Francia), Dirección: Bibo Bergeron, Voces: Vanesa Paradis, Mathieu Chedid, Gad Elhmaleh, Francois Cluzet, Julie Ferrier. (80 minutos-Color, ATP)
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