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25 Jan
25Jan

Cuando el cine plantea historias distópicas lo hace cumpliendo a rajatabla con las características que definen al concepto. Cuando Fritz Lang idea su Metrópolis o Ridley Scott Blade Runner exponen sociedades con un altísimo grado de control por parte de los que se supone son los órganos de poder (en el caso de Metrópolis el dueño de la fábrica y en Blade Runner quienes fabrican los replicantes) y generan con él una ideología paralela totalmente opuesta a los conceptos de democracia, libertad y bien común.

El director sueco Tarik Saleh, luego de una vasta carrera como realizador de animaciones y su incursión en el documental (género donde cosechó el éxito de Sacrificio: ¿Quién traicionó al Che Guevara?) en 2009 llevó a cabo Metropia, una interesante película, portadora de una  técnica de animación realmente novedosa y que en apariencias, basada en los dos filmes distópicos más famosos de la historia del cine, contó su versión futurista acerca de cómo el hombre, a medida que avanza el futuro irá perdiendo las riendas de su propia existencia como consecuencia del excesivo control que los estados tendrán gracias al avance tecnológico y el desarrollo de las comunicaciones.

Como sucede en la mayoría de las películas distópicas, la ciudad danesa en la que vive el protagonista de la historia es una urbe gris, triste, en apariencias abandonada, derruida y que invita más a la depresión y al suicidio que a las ganas de proyectar una vida feliz. Allí vive Roger, un joven que tiene un trabajo tan gris y vetusto como la ciudad en la que habita y comparte departamento con su novia negra desde hace siete años, aunque es más que evidente que el amor se terminó para ambos pero ninguno tiene la suficiente valentía como para plantear el corte definitivo de la convivencia.

En medio de ese drama la ciudad se encuentra bombardeada por la publicidad de un shampoo que aparece como el único elixir capaz de aportar belleza en un medio tan lleno de hastío, pero lo que los personajes no saben es que a través de su uso, las autoridades (que al parecer son quienes dominan todo el continente europeo) logran infiltrarse por medio de los cabellos de los clientes e instalarles una voz que suplanta a la de la conciencia y que tiene como único objetivo determinar las conductas de los ciudadanos.

Como consecuencia de aquella maquiavélica práctica Roger comienza a sentir una voz interna de la cual no puede evadirse y una mañana, al bajar al metro para ir a su trabajo (algo que jamás había hecho dada su fobia a estar bajo tierra) descubre un sistema de trenes que comunica toda Europa mediante las estaciones de metro y que les brinda a los pasajeros la posibilidad de desplazarse de Copenhague a París en el mismo tiempo que en la actualidad conlleva  ir de una estación a otra dentro de la misma ciudad.

Pero lo cierto es que apenas ingresa al metro conoce a Nina, la bella modelo del shampoo y cae rendido instantáneamente ante sus encantos, sin saber que a partir de ese momento su vida cambiará por completo y se transformará en una pieza fundamental con aquella tiranía que controla a la población a través de la inoculación de voces de manera hipodérmica.Metropía plantea uno de los miedos más humanos y es el relacionado con la posibilidad de que el futuro deshumanice al hombre volviéndolo una máquina perfectamente predecible y dependiente de aquellos que los controlen por diferentes medios.

Si bien no hay datos certeros de cuando transcurre la historia (aunque, al llevarse por la estética de las ciudades el espectador advertirá una distancia de varias décadas respecto del mundo actual) entre los medios que adoctrinan e ideologizan a la masa sigue apareciendo la televisión como uno de los medios narcóticos más eficaces (es a través de diferentes concursos televisivos que se logra imponer la utilización masiva del producto) y casi no se habla de internet y mucho menos de los teléfonos celulares, los cuales aparecen con una estética anticuada y con la única funcionalidad de brindar llamadas punto a punto (este aspecto quizás deba ser visto como una crítica del director hacia la televisión, entendida ésta como uno de los medios más eficaces para implementar ideologías, crear conciencia y establecer dependencia en los espectadores).

Metropía es un film interesante, profundo, con un universo filosófico amplio y que cautiva no solo por la trama llena de suspenso sino, además,  por su particular estética, verdadera rareza dentro del mundo de la animación. Asimismo la elección de las voces de Vincent Gallo (Roger), Juliette Lewis (Nina) y Udo Kier (el dueño de la fábrica de shampoo) le otorgan a la pieza un gran nivel, que sumado a la excelente banda sonora que musicaliza la pieza la vuelven una obra digna de colección.

Más allá de tratarse de una película distópica y que plantea un mundo apocalíptico y desalmado, al igual que como sucede con Metrópolis de Lang o la Blade Runner de Scott, lo humano termina imponiéndose por sobre lo artificial (como si se tratara de la discusión planteada por Umberto Eco acerca de si el libro digital podría acabar algún día con el libro en papel, posibilidad que no parece tener mucho asidero al menos mientras los humanos sigan siendo humanos). 

Con este film animado Saleh deja en clara su postura acerca del problema: más allá de lo tecnológico y de las ansias de controlar al hombre en un futuro, éste, finalmente, siempre obrará de acuerdo a su autodeterminación y al sistema de valores desarrollado según sea donde le haya tocado en suerte llevar a cabo su vida.

METROPIA (2009-Dinamarca), Dirección: Tarik Saleh, Elenco (voces): Vincent Gallo, Juliette Lewis, Udo Kier, Sofía Helin y Alexander Skarsgaard, Música: Krister Linder, Dirección de arte: Martin Hultman (Duración: 86´-Color).

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