Según la teoría de los géneros una “Road movie” es un film que a partir de un conflicto que atraviesan los personajes se plantea un viaje como el medio más idóneo para resolver el dilema de la manera más lógica y armoniosa posible. Así es como teniendo en cuenta ese modelo, a lo largo de la historia asistimos a piezas como Thelma & Louis, Hitcher el viajero o Carretera perdida de David Lynch y, a partir de ellas como ejemplos fundacionales del género, vinieron muchas más que hicieron del viaje un medio válido para desarrollar narrativas interesantes y que, en varias ocasiones, alcanzaron más protagonismo que el conflicto en sí.
Tal es el caso de Los héroes nunca mueren (de la directora francesa Audé Lea Rapin) donde el conflicto se desata cuando Joachim –un joven parisino- es abordado en la calle por un sujeto que le grita frente a todos que es un asesino y que mató a ciento de personas en el conflicto serbio en la década del ochenta. Allí mismo el sujeto que lo increpa le dice que el supuesto asesino murió el 21/08/1983 y Joachim no puede más que sorprenderse ya que él nació ese mismo día.
Así es como a partir de esa duda que le es puesta como un aguijón, el joven comienza a elaborar la posibilidad de ser la reencarnación de aquel soldado y, sumado a la fragilidad emocional que atraviesa por entonces, decide convocar a dos amigas para que lo acompañen en un viaje a Serbia para dar con la tumba y los familiares del supuesto soldado.
Desde ese momento, los tres se lanzan a la ruta a bordo de una camioneta desvencijada y una de ellas decide filmar cada uno de los momentos que vivan en la búsqueda del misterioso soldado, transformando la historia en un viaje iniciático que los llevará no solo a tener que convivir a bordo del vehículo por varios días sino, también, con sus pasiones, sus secretos (sobre todo de Joachim), sus fobias, sus miedos y que expondrán sus capacidades mentales al límite y los llevará a replantearse el rumbo de sus relaciones cuando acabe la búsqueda en tierras croatas.
Pero no solo de pasiones desencontradas se nutre el viaje de los tres amigos ya que en el recorrido aparecen la diversa geografía serbia cargada de elementos culturales, sociales y políticos, un acercamiento a los muertos de aquel genocidio perpetrado en los años 90 y que aún hoy no fueron devueltos a sus deudos y también un grupo de personas que, ante la visita de los jóvenes parisinos, expone en sus diálogos la discriminación que viven algunos países de Europa del este respecto de la población europea o de “primer mundo”.
Más allá de la búsqueda frenética en la que se embarcan los amigos, el viaje, le regala al espectador, la posibilidad de abrir una ventana a uno de los espacios del viejo continente que más ha sufrido en los años posteriores a la Guerra Fría cuando la Ex Yugoslavia se desintegró y se desató uno de los genocidios más terribles que se vieran en la región.
Es por ello que en el film de Rapin, Política, Historia y Memoria conforman un sutil hilo invisible que trasciende la trama de los jóvenes y los cobija en un espacio de temporalidad que los acerca, inevitablemente, a la búsqueda de una verdad colectiva en detrimento de la personal.
Sin dudas, los espacios geográficos elegidos por la directora adquieren la capacidad de personaje y son uno de los grandes elementos que más sobresalen en la pieza ya que permiten ver como el paso de los acontecimientos históricos llevados a cabo en aquellos años definió la topografía actual sobre la cual, los pobladores, deberán intentar reconstruir un futuro y plantearse un lugar en el espacio mundo.
Con esta película la directora logra acercar al lado occidental una problemática que en ocasiones aparece lejana o distante de las realidades que allí se viven. Quizás una explicación válida para esa visión radique en la heterogeneidad que presentaban los pueblos que conformaron la ex Yugoslavia y que dadas sus diferencias culturales, históricas y lingüísticas (sobre todo estas últimas) los hizo aparecer frente a los ojos del mundo como sujetos diferentes y susceptibles de ser observados a través del distorsionado prisma de la alteridad.
Por ello Los héroes nunca mueren es una gran película, con un elaborado guión, un trabajo de investigación profundo acerca de lo que significó el genocidio bosnio y también demuestra un compromiso histórico y social con las realidades de aquellos países que, si bien no alcanzaron un desarrollo predominante según lo espera la comunidad internacional, portan tras de sí experiencias traumáticas que, aún hoy, a más de dos décadas de finalizada la guerra no pudieron cicatrizar.