Durante la década del 30 México fue uno de los países más generosos de América Latina a la hora de brindar asilo político a los más grandes intelectuales o artistas provenientes del viejo continente. Con una larga lista que incluyó figuras como las de Trotsky, Buñuel o Rafael Alberti, el ecléctico cineasta ruso Sergei Eisenstein – ya conocido en el mundo del séptimo arte como el mentor del montaje cinematográfico- también tuvo su acogida, en la ciudad de Guanajuato, donde fue recibido nada menos que por Frida Kahlo y Diego Rivera, además de una comisión de bienvenida puesta por el por entonces presidente Pascual Ortiz Rubio.
La llegada de Eisenstein revolucionó la ciudad, que por entonces era uno de los sitios elegidos por los seguidores de las causas de Pancho Villa y Emiliano Zapata. Pero al director ruso no era la política lo que más le importaba vivenciar en ese viaje sino que su objetivo era penetrar en la increíble cultura mexicana, en especial, en el aspecto de la peculiar relación del pueblo con la muerte, la cual lo había llevado a instruirse con algunos libros de antropología y en los que, inevitablemente, había encontrado una inagotable fuente de inspiración para plasmar en alguno de sus films.
A su llegada a México Eisenstein ya contaba con un derrotero que le había resultado algo agotador. Previo paso por Estados Unidos y con una acusación abiertamente de comunista o de “animal rojo”, el director no sólo había sufrido la discriminación por su doble condición de judío y ruso sino que, además, se le quitó el dinero que se le había prometido para filmar algunas películas relacionadas con la historia de los Estados Unidos y con la implementación del capitalismo como la gran panacea del siglo XX, las cuales intentaban limpiar los hechos del Crack de Wall Street donde quedaba al descubierto todo lo contrario.
Es por eso que, luego de sufrir discriminación y la imposibilidad de filmar por sus supuestas adhesiones políticas, la llegada a México estuvo teñida de las más amplias sospechas de sectores adeptos a las políticas norteamericanas y que veían en él a un nuevo elemento peligroso, tal como lo resultaba Trotsky, aún cuando aquel no hacía más que recibir amigos de todo el mundo y apenas atravesaba los muros de su casa colonial en la apacible ciudad de Coyoacán.
Ese período de casi dos años que el director y montajista pasó en la ciudad de Guanajuato es sobre el cual Peter Greenaway (director de piezas de nivel como El vientre de un arquitecto o El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante) decide colocar la cámara y contar la increíble sucesión de hechos que lo caracterizaron, entre los que no faltaron la incompatibilidad del modo de vida ruso con el mexicano, su intrusión en el mundo y el culto a los muertos, la elaboración de uno de sus más grandes proyectos como lo fue Viva México (película que intentaba ser una historia del país y que resultó ser de una extensión inconcebible para el mundo del cine, razón por la cual jamas se estrenó en versión original y las versiones que existen en videotecas están hechas sobre montajes póstumos que en nada se parecen siquiera a la idea principal que tuvo el filmarla), su supuesta iniciación al mundo de la homosexualidad y la tormentosa relación amorosa que vivió con el antropólogo mexicano Jorge Palomino Cañedo, un hombre respetado en el ámbito académico, casado y con hijos y que ofició de amante secreto durante el tiempo que lo asesoró en cuestiones relacionadas con la cultura mexicana.
Con toda esa complejidad temática Greenaway expone frente a la pantalla a un personaje rico tanto en lo personal como en lo que hace al mundo del cine y de la historia en sí ya que a través de las dos horas que dura el film el director desgaja cada uno de los aspectos que caracterizan a Eisenstein y como pocas veces se lo vio, ya que siempre ha primado sobre su figura, el costado más académico y ligado al gran aporte que hizo al mundo del séptimo arte puesto que no es otra cosa el montaje.
Teniendo en cuenta esta característica, el Eisenstein de Greenaway es antes que un cineasta o un intelectual, un hombre; díscolo, sensible, con una imposibilidad para las responsabilidades y alejamiento del peligro (eso se ve claramente cuando su secretaria lo llama desde Moscú diciéndole que le desvalijaron el departamento por creerlo un espía y que su madre es perseguida por la policía local y él, desde la desnudez en un jacuzzi y embriagado por el exceso de champan le dice que lo cierre y espere a que vuelva que ya verá que hace, sin dejarle ni siquiera un mensaje para su madre que está siendo perseguida) o con una tendencia al infantilismo que emociona y exaspera por partes iguales.
Pero sin lugar a dudas el gran planteo del film gira sobre dos ejes fundamentales: uno de ellos es el de la muerte, esa a la que él tanto temía y que, por ello, se ve seducido por la mirada mexicana ya que para ellos la muerte es la puerta de acceso a la verdadera vida y es lo que justifica no sólo la concepción ideológica y religiosa de la misma sino, además, los rituales que llevan a cabo cada 2 de noviembre y que tan famosos los ha vuelto. Y por el otro lado, como contrapartida, el eje que se encuentra en el lado opuesto y que más lo humaniza es la postura que toma frente a ese amor que aparece, de un modo que él jamás hubiera imaginado y que habla de su apertura mental y cultural ya que lo vive de un modo libre y sin temor a que dirán los pueblerinos.
El film aparece a primera vista como una propuesta biográfica pero a medida que la trama comienza a desarrollarse el espectador se da cuenta de que el trabajo del director es mucho más que eso. Eisenstein es mostrado en varios aspectos de su vida pero para exponer algunos de ellos es inevitable la presencia sostenida de algunos elementos culturales (las visitas al cementerio y las profundas charlas que allí despliega junto a su amante, las noches en las tabernas, la presencia de los milicianos populares que son un resabio de los grupos de Villa y Zapata, el arte barroco que abunda en la ciudad, las calacas, las flores, la música y el placer por el cine, entendido como medio para lograr entretenimiento y en el cual él es considerado una suerte de mago o maestro de ceremonia).
La elección del finlandés Elmer Bäck para interpretar a Eisenstein sin lugar a dudas fue el gran acierto de Greenaway luego de la elección de la historia. La versatilidad para interpretar los más variados estados de ánimo por los que pasa el cineasta ruso (incluido el capítulo del despertar de la homosexualidad teniendo en cuenta el contexto histórico y social en el cual se desarrolla) lo ubican dentro de las grandes promesas del cine europeo.
Su mayor mérito reside en llevar las situaciones más bizarras casi al extremo y lograr resolverlas desde lo actoral sin rozar siquiera la cornisa del ridículo o el grotesco.Sin embargo, tratándose de una película de época y con las reminiscencias que conlleva la temática, no puede menos que hacerse una mención especial al dedicado trabajo de elaboración de imagen llevado a cabo por el director de arte, fotografía, maquillaje y vestuario, sin olvidar la adecuada banda de sonido que engalana tanto como los otros elementos a este gran film sobre la vida del controvertido montajista ruso.
Con su Eisenstein en Guanajuato Greenaway demuestra una vez más ser un gran maestro del cine contemporáneo (muchas veces injustamente dejado de lado en grandes festivales o invisibilizado cuando se habla de grandes directores que demuestran una personalidad y un estilo de gran nivel) y deja en claro que es un cineasta que no teme a indagar acerca de personajes sobre los cuales pesa cierta sacralización o sobre momentos históricos en lugares donde, muchas veces, el prejuicio o los preconceptos de los europeos, los aísla más de lo que los acerca. Y en este caso, sin dudas, el riesgo valió la pena.
EISENSTEIN EN GUANAJUATO (2014- Países Bajos), Dirección: Peter Greenaway, Elenco: Elmer Bäck, Stelio Savante, Maya Zapata, Lisa Owen, Luis Alberti, Rasmus Slätis,Raino Ranta, Alan Del Castillo, Jakob Öhrman, Fotografía: Reinier van Brummelen, (Duración: 105´-Color)