Adolfo Bioy Casares pertenece a esa extraña cofradía de autores considerados los “indispensables” de la literatura argentina. Desde su inclusión dentro del selecto grupo de Revista Sur (donde además del amor por la literatura y la escritura compartió espacio con su esposa, la enigmática Silvina Ocampo y su hermana Victoria, la mayor anfitriona que haya dado las letras de este país) hasta la publicación de una vastísima obra literaria, Bioy se transformó no sólo en un autor de culto sino que además, sus obras, cargadas de misterio, intriga y metafísica rápidamente se hicieron un espacio privilegiado en el panteón de los grandes de la literatura nacional.
A diferencia de Jorge Luis Borges – al que muchos le critican haber sido un escritor de élite y escribir pensando siempre en el exterior- Bioy propuso historias fantásticas, con tramas complejas, barrocas y que transcurren en espacios que se pueden encontrar perfectamente en el mapa de la República Argentina. Así es como no es casual que los personajes que pueblan sus novelas o sus cuentos sean seres comunes que habitan paisajes conocidos (pueblos de provincia de Buenos Aires o espacios devastados por la modernidad) y que comparten con el lector los modos de habla, las costumbres, la idiosincrasia e incluso los problemas aun cuando estos sean inverosímiles, sobre todo cuando se los intenta someter al prisma o el juicio de la lógica.
Así es como en el “Mundo Bioy” -como deciden llamarlo sus fieles lectores- se pueden encontrar hombres de estancia obnubilados con el más allá, grupos de amigos que asisten a un baile de carnaval y acaban en tragedia, jóvenes obsesionados con la vejez, mujeres enigmáticas que esconden sus verdaderas identidades tras el raso de una máscara veneciana o un científico que acaba de crear una máquina con la cual dice poder captar el alma de los pobladores de la isla en la que habita y que, al parecer, serían sus rehenes.
Dentro de su prolífica obra “La trama celeste” es uno de los textos más reconocidos, no sólo porque está conformado por seis relatos y dos novelas cortas (de las cuales una de ellas es El Perjurio de la nieve) sino porque, además de éxito literario, supuso la primera obra de su autoría en ser llevada al cine y con la que se iniciaría, años después, una larga lista que llegaría hasta nuestros días conel estreno de “Los que aman odian” (2019) escrita en conjunto son su esposa Silvina Ocampo.
En lo personal, El perjurio de la nieve es una de las piezas literarias de Bioy que más he leído, quizás porque llegó a mis manos siendo muy pequeño en 1986 cuando cursaba el primer año del por entonces Bachillerato Nacional y, desde ese momento, se transformó en mi escritor favorito. El amor por su obra me llevó a indagar en su vida para poder entender, a partir de ella, muchas de las filias y fobias que pueblan sus historias y, a partir de allí, ocupó no sólo un lugar de privilegio en mi biblioteca, sino que, además, fue el compañero elegido para acompañarme cuando el fin y el inicio de las clases dejaban una sensación de hastío veraniego que sólo parecía poder llenarse con palabras.
Algunos años después de la primera lectura vi la versión cinematográfica filmada por Leopoldo Torre Nilsson en 1950 y pude comprobar, por pimera vez, el efecto y el poder de la imaginación cuando alguien lee un libro. El film de Torre Nilsson no se parecía en nada a lo que yo había reconstruido en mi cabeza con las palabras de Bioy: ni los espacios, ni los personajes, ni el modo de decir, ni los silencios, nada era igual (ni siquiera el nombre de la pieza que fue cambiado a “El crimen de Oribe” por cuestiones estrictamente comerciales)
Desde entonces, la historia del perjurio contada por Bioy me pareció una de las tramas con mayor profundidad la cual, pese al paso de los años, siempre permite diversas interpretaciones según se la lea en diferentes momentos de la vida. El planteo del paso inexorable del tiempo y el temor del hombre por el fin inevitable de su existencia la vuelven una obra eterna y que invita a pensar ni más ni menos que la posibilidad de encontrar nuevas formas para burlar a la muerte.
Si se toman las noticias de los últimos días –en las que se expone que un grupo de científicos estarían trabajando en la fórmula de la inmortalidad - la pieza de Bioy escrita hace setenta y cinco años atrás adquiere una vigencia y una credibilidad que invitan no solo a una relectura sino, además, a una reconsideración de la figura de Bioy Casares como escritor y el legado que dejó en la historia de las letras argentinas.