Entre muchas de las aberraciones que son consecuencia de formar parte de las sociedades capitalistas y posmodernas está la del desprecio por la vejez. Durante casi todo el siglo XX Occidente se transformó no sólo en el rincón del planeta en el que las desigualdades abundan, sino, además, en el espacio en el cual se legitimaron valores y estereotipos que entienden al hombre como un ser con fecha de vencimiento y con cualidades que, cuando se pierden, se legitima su deshecho y la posterior opalescencia de su identidad frente a las masas.