Entre muchas de las aberraciones que son consecuencia de formar parte de las sociedades capitalistas y posmodernas está la del desprecio por la vejez. Durante casi todo el siglo XX Occidente se transformó no sólo en el rincón del planeta en el que las desigualdades abundan, sino, además, en el espacio en el cual se legitimaron valores y estereotipos que entienden al hombre como un ser con fecha de vencimiento y con cualidades que, cuando se pierden, se legitima su deshecho y la posterior opalescencia de su identidad frente a las masas.
Así es como el cine, desde su rol como legitimador de conductas, valores y mentalidades, operó –a veces consciente y otras no tanto- en la construcción de aquellos estereotipos al poner a personas mayores de cincuenta o sesenta años en roles de abuelos o como seres a los cuales muchas de las cuestiones que hacen que la vida valga la pena ser vivida ya no los motiva y que sólo les aparece como evocación de un tiempo pasado.
De ese modo, los viejos en el cine, por lo general, no se drogan, no toman alcohol, no fuman, no manejan autos a toda velocidad, no sufren por amor o desengaños, no tienen sexo (y mucho menos se plantean cambios de roles o permisos para la experimentación) no visten a la moda y, por sobre todo, miran a un punto fijo como esperando el momento en que la muerte les sorprenda en el momento menos pensado y los arrastre al más allá, donde, al menos, existe la posibilidad de que la idea de vejez y juventud no sean un valor en sí mismo.
Si bien en los últimos años el séptimo arte dio algunas muestras de piezas en las que los viejos tomaron el toro por las astas y se transformaron en protagonistas de sus historia, hay un buen número de tópicos y temas que siguen siendo tabú a la hora de pensar guiones y que deberían identificarse como el gran desafío de las nuevas generaciones de escritores y de cineastas que, en algún momento, deberán pegar el estirón mental y adecuar a la realidad social (en la cual queda claro que las vejeces están corridas de la línea de tiempo tradicional y de que el concepto de “geronte” cambió radicalmente en los últimos veinte años) dicho cambio de paradigma.
En esa misma línea es que la cineasta y guionista venezolana Patricia Ortega se decidió a contar Mamacruz, una historia arriesgada y novedosa por partes iguales en las que una abuela de unos sesenta y tantos no sólo aparece como portadora de buena parte de la historia de España sino como un ser al que la hora del placer y el deseo parece habérsele pasado hace rato. Con ese planteo, la genial Kitty Mánver (quien ha logrado superar con creces el mote de “Chica Almodóvar” y haber demostrado ser una actriz inmensa más allá de los motes del business) le pone el cuerpo a Maricruz, una típica abuelita contemporánea, criada a la sombra del Franquismo, habitante de un pueblo alejado de la modernidad de las grandes urbes como Madrid o Barcelona y que un día, por error accede al mundo de la pornografía que ofrece la internet y siente un renacer de las pasiones nacidas del instinto más animal siendo el deseo sexual el que la determine, desde ese momento, en adelante.
Sin embargo, dicho reencuentro con el mundo de los placeres la obliga a repensarse como mujer y la obligará a pensar de qué manera recuperará el tiempo perdido sin abandonar la imagen que los demás tienen de ella y que implica no sólo a su esposo, su hija y su nieta sino, además, a la comunidad de la iglesia a la cual pertenece (no tiene otro trabajo que ser la que le fabrica la ropa a las imágenes del templo del pueblo) y la de la microsociedad pueblerina que, como sucede en cualquier lugar del planeta, esconde un infierno grande. Y con esos elementos es que Mamacruz se vuelve una interesante propuesta que echa luz sobre un tema que produce escozor y cierto rechazo: el de la sexualidad en el último estadío de la vida.
A partir de esas visiones populares, la directora elabora una serie de situaciones y prácticas que alejan al personaje del ideal de abuelita clásica y la atraen hacia un lugar de mujer que se puede reencontrar con el fuego y la pasión que muchos creen deja de existor cuando los seres humanos atraviesan la barrera de los 70 (y allí es donde el film gana en originalidad al mostrar un grupo de señoras con el cuarto de hora ya pasado pero que no tienen problemas en hablar del tamaño del miembro masculino, probar diferentes juguetes sexuales, compartir fantasías y técnicas de masturbación o fumar marihuana para abrir el campo de la percepción y relacionarse con aquella zona muerta que la cotidianeidad y los valores cristianos les anestesió de manera implacable)
El film es más que recomendable por varios aspectos. En primer lugar, porque el abordaje del tema está hecho con mucha altura y cuenta con la dosis necesaria de comedia que descomprime aquellos momentos que se emparentan con la desilusión y la pérdida por el gusto a la vida que parece sufrir el personaje de Cruz. En segundo lugar, porque despliega una estética preciosista y cuidada desde la dirección de arte volviéndola una pequeña joya del nuevo cine español. Y por último, porque vale la pena disfrutar de la interpretación de Kiti Mánver quien le imprime a Mamacruz unos matices que la transforman en uno de los mejores trabajos que haya realizado en toda su carrera (el otro es sin dudas su protagónico en El inconveniente, de Bernabé Rico y con la que comparte pantalla nada menos que con Carlos Areces y José Sacristán)
Calificación: (*** ) Buena
MAMACRUZ (España-2023) Dirección y Guión: Patricia Ortega, Elenco: Kiti Manver, Pepe Quero, Silvia Acosta, Mari Paz Sayago, Fotografía: Fran Fernandez Pardo, Música: Paloma Peñarrubia, Duración: 80' -Color