Archibaldo de la Cruz, uno de los hombres más influyentes de la sociedad mexicana y codiciado por las mujeres, se hace presente en el despacho de un juez para declararse culpable de la muerte de una monja, quien intentando huir de sus amenazas, terminó cayendo por el hueco de un ascensor. La primera impresión que el joven causa en el juez es de una gran duda, ya que todo el pueblo sabe que es una de las personas más respetadas y honorables del lugar, por lo cual en un primer momento, lo invita a que se retire del recinto y que se vaya a su casa a descansar, pero ante la insistencia de Archibaldo, no tiene más remedio que solicitar que ingrese un oficial y comience a tomar nota de la confesión del presunto asesino.
Pero para sorpresa del juez y del oficial de justicia, lejos de explicar el modus operandi que llevó a cabo para poner fin a la vida de la religiosa, comenzará su relato remontándose a un terrible hecho que sucedió en su niñez y que lo marcó aparentemente para el resto de su vida.Corría el año 1910 y la Revolución Mexicana estaba en su momento más álgido. Archibaldo era apenas un niño de ocho años, soberbio, engreído y que se divertía maltratando a sus padres y a la corte de niñeras que renunciaban a los pocos días de ingresar a la casa, los suficientes como para conocerlo y comenzar a sufrir sus desplantes. Lo único que hacía que el niño se enterneciera y mostrara cierta sensibilidad, era que su madre lo dejara jugar con una antigua caja de música, la cual guardaba una pequeña bailarina que giraba acompañando la melodía de “El Príncipe Rojo”.
Así es como una noche, una de las institutrices de turno, harta de los malos tratos propinados por el pequeño, decide deslumbrarlo contándole una historia inventada por ella, acerca de la caja musical. Le inventa que dicha artesanía había pertenecido a un rey, quien descubrió que cada vez que él abría la caja y pensaba en la muerte de alguien, la misma hacía realidad su deseo, haciendo que la persona muriera automáticamente. En ese mismo momento, la mujer escucha unos disparos provenientes de un grupo de guerrilleros que iban por la calle, y al acercarse a la ventana, una bala perdida la hiere produciéndole la muerte en forma instantánea.
Con los ojos abiertos y la caja musical en la mano, el niño la observará atónito y verá como un hilo de sangre comienza a recorrer las provocativas piernas de la niñera, dejando ver un sugerente portaligas que le enmarcaba los muslos (tanto las piernas como los pies son un elemento recurrente dentro de su filmografía y los utiliza siempre que puede para producir un efecto altamente sensual y fetichista, huella digital de su cine provocador)
A partir de ese momento, la vida de Archibaldo de la Cruz cambiará significativamente. Su modo de relacionarse con las mujeres tendrá en todo momento las connotaciones que aquella perturbadora escena dejó en su compleja y enfermiza mente, obligándolo a creerse un asesino que está predestinado a aniquilar a cuanta mujer aparezca en su camino, no pudiendo escapar de ese designio.
Luego de un tiempo y ya convertido en adulto, una tarde ingresa en una importante casa de antigüedades y descubre a una pareja (integrada por una bella muchacha y un anciano decrépito) que están comprando aquella caja musical que lo marcó tanto en su infancia. Se acerca a ellos, y logra convencerlos para que no la adquieran, pero en realidad todo lo hace para pedirle el teléfono a la hermosa muchacha para encontrarse con ella en algún lugar.
Paralelamente, el joven mantiene una relación platónica con Carlota, una joven proveniente de una de las familias más religiosas y tradicionalistas de la ciudad, que más que ser su gran amor, representa en su esquizofrénica cabeza, la posibilidad de ser la única que lo libere del destino criminal en el que se cree sumido. Pasan los días y en un casino clandestino, se encuentra con la exuberante mujer que había visto días atrás en la casa de antigüedades y ella le deja una tarjeta con una dirección para que la pase a buscar, pero cuando él se dirige al lugar se encuentra con que la dirección corresponde a una boutique y que uno de los maniquíes del escaparate, misteriosamente es idéntico a la fisonomía de la muchacha.
Luego de la broma que le propinara, esa misma tarde, la joven se presenta en su casa y no puede salir de su asombro cuando al ingresar en el living se encuentra con el maniquí (que no es más que el reflejo de ella misma) sentado en un sofá acomodado especialmente para desestabilizarla psicológicamente. Allí Archibaldo, cargado de ira, intentará asesinarla pero ante un inesperado y sorpresivo suceso, deberá desistir de su propósito, razón por la cual proyectará todo el odio contra la joven, arrojando el maniquí al incinerador, regodeándose mientras lo ve transformarse en cenizas.
Teniendo en cuenta que Buñuel fue el mayor exponente español del surrealismo en el ámbito cinematográfico, esta película debe ser analizada tomando como base los lineamientos generales de dicho movimiento cultural. Así es como junto a Eduardo Ugarte logran hacer del texto de Rodolfo Usigli, una versión surrealista de la historia (A tal punto que el mismo Usigli negaba que la película tuviese algo que ver con la historia que él escribió, ya que en la adaptación al guión su idea fue “completamente desfigurada”) poniendo de manifiesto hasta donde puede llegar una mente cuando se la deja librada a procesos fantasiosos e inconcientes (concepto fundamental en el surrealismo).
El personaje de Archibaldo representa las pulsiones inconcientes íntimamente ligadas a dos cuestiones de origen instintivo: la muerte y el sexo. A partir de la visión distorsionada de ambas, es que se puede perfeccionar la historia, ya que el joven, en todo momento, se creerá un asesino en potencia y por eso se responsabiliza de las muertes de las mujeres que lo rodean, no pudiendo discernir si realmente es culpable o no.Además de ser una excelente pieza dentro de la carrera del director, y constituir una bisagra en su cinematografía (con ella finaliza su estancia en México y regresa a España para filmar entre su país natal y Francia) la película está rodeada de cierto halo de misterio y encanto que la hacen muy particular.
A pocos días de terminado el rodaje, la actriz checa Miroslava (personaje principal de la historia) se suicidó dejando una carta en la que pedía que la incineraran de la misma forma en que quemaron el maniquí en la película.También cuentan quienes trabajaron en el detrás de escena, que a la hora del rodaje, no fue tarea fácil conseguir un maniquí tan parecido a la actriz, con lo cual tardaron mucho tiempo hasta que dieron con un escultor capaz de copiar casi a la perfección una figura humana, y que debido al dineral que les cobró para hacer la escultura, solo contaban con un solo maniquí, razón por la cual Buñuel tuvo que filmar la escena del incinerador sin cortes y en una sola toma, no pudiendo permitirse el más mínimo error.
Lo cierto es que más allá de lo anecdótico, Ensayo de un Crimen es una de las grandes obras del mágico, controvertido y genial Luis Buñuel, un hombre que se animó a desafiar los límites de la imaginación y demostró que el cine podía ser usado no sólo para generar películas entretenidas, sino también para materializar maravillosas obras de arte, como lo fueron las suyas.
ENSAYO DE UN CRIMEN (México, 1955, blanco y negro) Dirección: Luis Buñuel. Elenco: Miroslava Stern, Ernesto Alonso, Rita Macedo, Ariadna Welter, Rodolfo Landa y Andrea Palma. Guión: Luis Buñuel, Eduardo Ugarte.