Ojalá los mataran a todos antes de nacer…
En 1951, Luis Buñuel llevaba varios años viviendo en la Ciudad de México. Para entonces, los trabajos realizados como ayudante y su corto pero reconocido paso por la dirección (con la exitosa comedia “El Gran calavera”)le dieron credibilidad como artista y logró que los más importantes productores del país le financiaran un guión de su autoría.
Con la ayuda de un productor solvente, el director decidió alejarse por un momento de su inclinación por plasmar historias netamente surrealistas, y siguiendo la tendencia mundial que viraba hacia el realismo crítico (que intentaba buscar respuestas al infortunio en el que había quedado el mundo luego de la Segunda Guerra Mundial) se embarcó en el rodaje de “Los Olvidados”, una de las piezas más crudas y realistas de su carrera, pero a la vez, la que logró posicionarlo como uno de los grandes maestros del séptimo arte.
Así es como, mientras en Italia Rossellini mostraba a Ana Magnani corriendo desesperada por las calles de Roma (en Roma, Ciudad Abierta) Buñuel también decidió sacar su cámara a las calles del DF, y desde allí, construyó a traves de imágenes, un relato pormenorizado de cómo vivían por entonces los sectores más bajos de la sociedad mexicana.
Los Olvidados cuenta la historia de un grupo de jóvenes que forman una pandilla luego de que uno de ellos (El Jaibo) se fugara del correccional donde purgaba la condena de un crimen. El primero que accede a unirse al grupo es Pedro, un niño que es despreciado por su madre y que no encuentra un lugar dentro de su familia y que no sólo vive en la más absoluta miseria, sino que además, carga con el dolor de no saber siquiera quien es su padre. De esa forma, en poco tiempo, con otros jóvenes que representan lo peor de la sociedad, consolidan una pequeña banda delictiva que comienza a asolar a la indefensa población, la cual muchas veces queda a merced de los caprichos de estos maleantes sin tener ninguna forma de defenderse.
Paralelamente, dentro de ese mundo de maldad y saña, Buñuel ubica a dos personajes que los une como consecuencia de un hecho fortuito: un músico ciego (protagonizado por Miguel Inclán) y un niño que fue abandonado por su padre y que a partir de ese momento, se convierte en su lazarillo, recibiendo el apodo de “El Ojitos”. Una vez unidos, ambos personajes conviven tranquilamente en el establo que les prestan unos criados de una finca, pero sus vidas se verán afectadas el mismo día en que se cruzan con la banda del Jaibo, y se convierten en el blanco fácil de sus burlas y agresiones.
Ante esa situación, Pedro (quien ya viene experimentando una crisis de valores importantes) decide abandonar la pandilla y se hace amigo del Ojitos (ya que se identifica con su dolor y su desamparo), razón por la que pasa a ser considerado un traidor y se convierte automáticamente en el enemigo número uno del Jaibo, quien para entonces no sólo es el jefe de la banda, sino que además se ha convertido en el amante de su madre. De esa forma, planteada la rivalidad, Pedro y el Jaibo quedarán encerrados en un laberinto de odio, traición y venganza, del cual solo la muerte los podrá liberar.
El film, pese a ser una pieza de temática y estética realista (algunos no han dudado en reconocerle un gran carácter documental) abunda en imágenes cargadas de metáforas y personajes que cuentan con un gran peso simbólico (escena en la que Pedro trabaja haciendo girar el carrusel en el que se divierten los niños de la clase alta, el hombre sin piernas que se desplaza sobre un pequeño carrito con la leyenda “Memirabas”, o el nombre que le coloca al niño que se convierte metafóricamente en los ojos mismos del ciego).
De todos los aspectos técnicos, el que más sobresale es la actuación. Con un elenco adulto de primer nivel (Miguel Inclán, Estela Inda, Roberto Cobo, Francisco Jambrina) y excelentes interpretaciones infantiles, es el elemento que más premió la crítica internacional de todos los festivales en los que se presentó (Incluso en México, la interpretación del Pedro que hizo Alfonso Mejías obtuvo el Premio Ariel a la Mejor interpretación infantil de ese año).
En el anecdotario, cuentan que Buñuel, al momento del rodaje, contaba con dos finales y que le resultaba casi imposible decidir cuál poner, ya que el hecho de sacrificar uno en pos del otro, le daría como consecuencia dos mensajes completamente distintos. Así es como, luego de mucho pensar, se decidió por el que pudo verse el día del estreno en su versión original y desde entonces, nunca mas se supo de aquellos fotogramas alternativos que se descartaron en el montaje (hasta que hace dos años, en la colección que editó Televisa bajo el nombre ¡Vive México!, incluyeron el final alternativo que el director había descartado, brindándole al espectador la posibilidad de que interactúe y elija cual de los dos debería haber puesto).
Desde el 30 de Agosto de 2003, el programa Memoria del Mundo de la UNESCO decidió incluirla dentro de las obras más influyentes del siglo veinte y no dudaron en catalogarla como un “trabajo clave para mantener la memoria del mundo”. Junto a la genial Metrópolis de Fritz Lang (joya expresionista también reconocida por el programa) están consideradas las dos obras que mejor han sabido plasmar las desigualdades sociales y algunos de los aspectos más terribles de la naturaleza humana.
LOS OLVIDADOS (1950, México). Dirección: Luis Buñuel, Elenco: Alfonso Mejías, Miguel Inclán y Estela Inda. Voz en off: Ernesto Alonso, Textos: Pedro de Urdinales. Duración: 95 minutos, Blanco y negro.