"¿Sabes por que soy un payaso?... por que si no fuera un payaso sería un asesino...”
¿Puede un niño nacer predestinado a vivir eternamente en estado de tristeza y tener que soportar las vicisitudes más dolorosas que una cabeza pueda imaginar? ¿Hasta dónde el dolor transforma el normal desarrollo de una psiquis? ¿Cuánto de lo que le sucede a una criatura en los primeros años de su vida determina la personalidad que forjará en un futuro?.
Con estos planteos que en principio se alzan como premisas que en apariencias nada tienen que ver con algún tratado o debate psicoanalítico, Alex de la Iglesia moldea la argamasa de su última película Balada triste de trompeta, estrenada en diciembre de 2010 en Europa y recién llegada a nuestras salas, luego de haber recorrido los festivales más importantes del mundo, obteniendo categóricos laudos e importantes elogios para el director.
Según declaró De la Iglesia en las tantas conferencias de prensa que brindó desde su estreno hasta hoy, la historia le surgió luego de haber llevado en su cabeza durante años una imagen que lo perturbaba y que no era otra que la de un payaso armado, mezcla de psicópata y ser excesivamente sufrido, que se revela como la resultante de una vida repleta de pérdidas, soledades y un contexto sociocultural poco feliz.
Es por ello que un día, en rueda de amigos (entre los que se contaban algunos de los actores que trabajan en la película, en especial, el protagonista Carlos Areces) a partir de esa imagen que lo acompañaba desde años, desarrolló casi el argumento completo de la película, la que sería –sin saberlo- una de las mejores de casi toda su filmografía.El argumento tiene como principal personaje a Javier, un niño que pierde a su padre (también payaso como él lo será en el futuro) en plena Guerra Civil española. A los pocos minutos de comenzada la trama, el pequeño lo visita por última vez en un campo de detenidos que se encuentran trabajando en la gigantesca cruz del Valle de los caídos, y allí le promete que en homenaje a él será payaso, aunque eso sí, un payaso triste, por que según su padre, con la historia que carga sobre sus espaldas nunca podrá hacer reír a nadie.
Y como si eso fuera poco, como corolario final y herencia le deja la idea de que lo único que consigue apagar el dolor de una injusticia es la venganza.Así es como el niño crece con esos mandatos y, unos veinte años después, en plena década del sesenta, la cámara de Iglesia lo muestra hecho todo un hombre aunque claro está, con las limitaciones impuestas años atrás por su progenitor. De ese modo, siendo ya un profesional de la risa en un circo de mala reputación conoce a Natalia, una trapecista de la cual se enamora perdidamente y que para su sumatoria de desgracias no es otra que la mujer del dueño, además de ser éste su partenaire en el escenario.
A partir de ese momento, Javier comenzará a relacionarse poco a poco con ella e irá descubriendo los malos tratos a los que la somete el dueño del circo, los cuales a ella parecen no molestarle sino por el contrario, en algún punto la seducen. Y es en ese momento cuando se produce el quiebre y el verdadero conflicto en la historia dado que el decide jugarse enteramente por ella, exponiéndose a un peligroso triángulo, cargado de situaciones de riesgo en las que su propia vida quedará expuesta a cada instante.
La historia, fiel a su estilo (a estas alturas ya nadie duda de que Alex de la Iglesia hace cine de autor, con todo lo que ello implica) es de difícil encuadre genérico, ya que a lo largo de la hora y media de trama, atraviesa el suspenso, el humor negro, la acción y hasta cuenta con algunos rasgos de spaghetti western, aunque, hay que dejar en claro que el gran género de base que amalgama al resto no es otro que el melodrama, dados los conflictos, los traumas y las complejas relaciones que se entretejen entre los personajes principales y que los lleva a tener conductas que cualquiera tildaría de inverosímiles, aunque claro está que, puestas bajo la mirada mágica de español, se tornan de lo más creíbles logrando en el público un alto grado de identificación con la historia.
Desde lo técnico no caben dudas de que ésta realmente es la mejor película del director español. No sólo por la acabada elaboración del guión (el cual tiene momentos de tensión casi comparables a los de cualquier pieza clásica de Hitchcock) y la acertada elección de actores (en lo cual es especialista como cazatalentos), sino por que todo el tiempo, el film, es como un verdadero insert dentro de un documental de Nodo (especie de Sucesos Argentinos en versión española) en el cual pasan los hechos históricos de España como telón de fondo en el cual los personajes se mueven.
En cuanto a las actuaciones, las que despliegan el trío de protagonistas (formado por Carlos Areces, Antonio de la Torre y Carolina Bang) son magnánimas, aunque está claro que las del dúo masculino son las que más sobresalen. Pero esas no son las únicas que merecen una mención ya que el resto del elenco está muy a la altura de la propuesta. A decir verdad, luego de verla se entiende por que en el año 2010 tuvo quince nominaciones al Premio Goya (de los cuales ganó dos con el Premio a los Mejores efectos especiales y al Maquillaje y Vestuario) y obtuvo la Palma de Plata en el Festival de Cannes 2010 en las categorías Mejor Guión y Mejor Dirección.
Sin lugar a equivocarse, Balada triste de trompeta es no sólo una pieza imperdible del director español sino la mejor que haya hecho hata ahora. Una historia bizarra y kitsch de esas que a él le gusta narrar y que, en este caso en particular, cuenta con su sentido homenaje a la esencia misma de los españoles, para lo cual no dudó en utilizar a un doble de Franco, manipular imágenes de archivo que abarcan desde la Guerra Civil hasta el atentado contra Carrero Blanco, idear una persecución en el necrofílico Valle de los Caídos o la sublime escena en la que en la pantalla de cine, un joven Raphael vestido de payaso emociona a la platea entonando Balada para mi trompeta, de los 5 Latinos.