Nace una estrella
Eran los inicios de los noventa cuando Peter Pank cursaba estudios de cine en la prestigiosa escuela de Avellaneda. Allí llegó un día con un corto documental de aproximadamente veinte minutos en el cual quedaba al descubierto un extraño personaje del under porteño que sólo era conocido, hasta el momento, por una pequeña élite que iba a disfrutar de su arte en el Parakultural o en alguna de esas salas del Centro Cultural Recoleta donde hacía reír a un buen número de espectadores.
Lo cierto es que el trabajo no causó buena impresión en los docentes de la escuela y le pidieron que lo rehiciera. Pero él no se quedó tranquilo, y a sabiendas de que podrían rechazarlo nuevamente, se decidió a engrosar el material de archivo acerca del polifacético personaje en cuestión y así es como se lanzó a perseguirlo, cámara en mano, como si de un reality show se tratase. De ese modo, camuflado entre seres que vivían el último coletazo de la fiesta de los gloriosos ochenta porteños, consiguió horas de entrevistas de quienes iban a ver al “Clown-Literario-Travesti” (según como se definía él mismo) y que a la salida dejaban al descubierto los inevitables efectos de la embriaguez de arte y la transformación a la que eran sometidas sus almas luego de haber pasado por la sagrada experiencia de la improvisación del magistral artista.
Así es como ese trabajo finalmente se editó y alcanzó mucha más suerte en el ámbito del circuito off que en el académico, ya que Pank logró estrenarlo en el Centro Cultural Ricardo Rojas, un espacio de privilegio para quienes tienen mucho para mostrar pero pocos recursos de financiamiento. Pero en el medio de ese proceso, poco tiempo después del estreno, el protagonista murió de una enfermedad estigmatizadora e innombrable por entonces, la cual sin dudas sirvió para aumentar un poco más el mito que muchos aseguraban ya representaba aquel extraño ser.
Pero con su muerte, a diferencia que con otras, lejos de terminarse todo; todo comenzó. En el mismo velatorio al que Peter asistió, de boca de la madre del artista le fue encargado nada menos que un deseo de última voluntad que establecía que con todo el material filmado y de archivo, tras su muerte se tenía que hacer algo.
A Peter la tarea encomendada le pareció de una extrema dimensión, ya que por un lado estaba armando su propia carrera artística (por la cual había luchado tanto desde que arribó a la ciudad) y, por el otro, porque había elaborado la idea de que la única forma de despegarse la influencia de aquel hombre vestido de mujer, con anillos estrafalarios y un par de tetas siliconadas era alejándose de aquel material en VHS que encarcelaba su esencia como si de una lámpara de Aladino se tratara.
Lo cierto es que el tiempo pasó, Peter se transformó en una estrella del firmamento artístico vernáculo y, en el 2001, por esas cosa del destino, se encontró con Goyo Anchou (quien por entonces filmaba el cortometraje Safo) y juntos decidieron que había llegado el momento de ponerse a trabajar con aquellas cintas adormecidas. Así es como un buen día, después de casi una década y del mismo modo que el Rabino Low lo hizo con el Golem, ambos tomaron el espíritu de Batato y lo bajaron a la tierra.
Levántate y anda
Mientras espero que se abran las puertas de la sala, los veo llegar, sencillos y algo nerviosos a Peter Pank y Goyo Anchou. A simple vista son diferentes (Peter, fiel a su estilo se encuentra maquillado, luciendo su extremada delgadez y un peinado de estilo new wave que me hace recordar los tiempos de Virus. Anchou, en cambio, tiene un estilo más sobrio, clásico, típico de "chico de escuela de cine") pero en el fondo comparten una misma responsabilidad, que no es otra que la de recomponer en pantalla la vida de Batato Barea, uno de los artistas más difíciles de clasificar de los últimos tiempos y que, después de su muerte, se alzó como uno de los grandes mitos de la escena nacional.
Las puertas finalmente se abren y la gigantesca sala del Hoytts comienza a llenarse. La mayoría del público apenas supera los veinte años y pienso de qué forma decodificarán el documental, ya que cuando ellos aún mamaban de la teta de sus madres, las de Batato ya hacía tiempo que no estaban exhibidas en ningunos de los escenarios que las vio nacer, aunque sí ocupaban un espacio en el imaginario colectivo. En cambio, para el resto del público, ese que huele a sótano under, a intelectual posmoderno, a viejito piola que durante los ochenta tuvo su dosis de “reviente” (entendido éste como el bacanal performático que ofrecía una Buenos Aires que se quitaba el corpiño y se lanzaba al destape después de los negros años de la dictadura) será un golpe al corazón y un reencuentro con aquel joven que, además de diversión alocada, buscaba inevitablemente encontrar su espacio en una sociedad que había pateado el tablero y que tenía que reconstruirse sobre la base de dos pilares: la democracia y la libertad.
El film desgrana la vida del excepcional Batato Barea a partir del testimonio hasta ahora inédito de muchas personas que formaron parte de su vida. Así es como, a lo largo de las casi más de dos horas que dura el documental, se puede ver hablando a su padre y algunos tíos (a quienes entrevistaron en Junín, su pueblo natal), sus amigos y compañeros de trabajo (Alejandro Urdapilleta, Umberto Tortonese, Tino Tinto, Ronnie Arias, Verónica Llinás, Dorys Night, Divina Gloria, Katja Alemann, Fernando Noy, María José Gabin y la artista plástica Marcia Schwartz, entre otros) y algunos otros desconocidos, como los travestis de una comparsa del barrio de Constitución, a quienes frecuentó Batato en el último período de su vida y que le ayudaron en el duro proceso de mutación hacia el costado más femenino de su personalidad.
Con una sucesión de entrevistas actuales y de imágenes tomadas en vivo y en directo tanto en los reductos donde actuaba como en la intimidad de su misma casa, el documental propone una narrativa más que interesante, la cual lejos de aburrir o caer en la típica “Apología del personaje” (de hecho, por momentos, es más lo que lo aleja del mito que lo que lo acerca) logra que quienes lo conocieron puedan sentir un agradable recuerdo y quienes no, que puedan sorprenderse con el inmenso talento y la irreverencia con la que contaba para vivir la vida de la misma forma tanto arriba como abajo del escenario.
Quizás ese último sea uno de los aspectos más conmovedores del film y el que más lo represente en su esencia más íntima, ya que no es fácil encontrar dentro del mundo artístico a alguien que con tanta soltura y sencillez haya declarado jamás haberse movido únicamente por aquello que sentía y no haber reconocido más mandamiento que el de no traicionarse a sí mismo.
La Peli de Batato es un film que no pasará desapercibido dentro de la historia del cine nacional. En primer lugar por que expone de un modo íntimo y artesanal las cualidades y las circunstancias que hicieron que Walter Barea se transformara en uno de los personajes más controvertidos de los últimos años en la escena porteña y, por el otro, por que permite ver como un documental paralelo, subyacente en las imágenes que lo componen, el contexto histórico-político en el cual se encontraba el país en aquellos momentos.
Después del estreno en el BAFICI 2011, el camino que le queda por recorrer al film, al igual que el que comenzó Batato cuando llegó de su pueblo natal, no será fácil. Goyo Anchou y Peter Pank deberán seguir buscando espacios alternativos a los de exhibición oficial, sobre todo para que el genio de Batato, ya liberado de la lámpara mágica y devuelto al mundo de los vivos, se quede entre nosotros lo más que pueda.
Calificación: **** (Muy buena)