Cuando en cine se intentan contar historias interesantes y comunes a todos los humanos poco importan los lugares en los que ellas se desarrollan. Así es como desde el Macondo de García Márquez hasta los miles de “no lugares” que supo dar la literatura (y que siempre se definen por el típico “Había una vez en…”) esos espacios sirvieron para contextualizar geográfica e históricamente aquello que se quiso contar, incluso cuando eran meros producto de la imaginación.
En el caso del Gran Hotel Budapest lo que sucede es algo extraño porque la historia está basada en elementos fantásticos (como por ejemplo la ciudad de Zubrowka, que si bien se la ubica en Europa, no existe en la realidad) y muchos otros que, aunque parecen reales, no son más que representaciones metafóricas de personajes, hechos o acontecimientos que sí durante los convulsionados años de la década del 30 mantuvieron al viejo continente en vilo y les modificó para siempre el curso de sus vidas a todos aquellos que atravesaron esos años.
Así es como con esos elementos el ecléctico director norteamericano Wes Anderson decidió basarse en algunos textos del escritor austríaco Stefan Zweig para contar una comedia de enredos disparatada, divertida y con mucho ritmo pero que, si se la sabe apreciar en su contexto, dice mucho más que aquellas situaciones de guión que exponen los personajes.
Con una estética fiel a sus obras anteriores (recordados en este aspecto fueron algunos trabajos como Prada: Candy, Viaje a Darjeeling- deliciosa fábula sobre el vínculo de hermandad con la India de fondo- o Moonrise Kingdom) Anderson cuenta una historia que atrapa tanto por lo visual, la reconstrucción de la época y las psicologías de los personajes que muchas veces quedan al borde del precipicio, del ridículo, el kitsch o el estereotipo hiperrealista desplegado por realizadores como Kusturica o Jeunet verdaderos maestros del género.
En el Gran hotel Budapest la historia está contada bajo el formato de cajas chinas, es decir, con un personaje que comienza a contar la historia que alguna vez otro personaje – el protagonista mismo de la trama- le contó y que él ahora decide hacer pública. De esa forma la cámara de Anderson se traslada a los años previos a la Segunda Guerra Mundial y se entromete como un fantasma en los pasillos del lujoso hotel con nombre de capital húngara, uno de los que atrae a buena parte de la alta sociedad europea.
Todo comienza cuando un jovencito hindú llega al hotel con el plan de hacer carrera como botones y se encuentra con un jefe que es un cazafortunas (interpretado por Ralph Fiennes) y que se dedica a enamorar a las millonarias ancianas que llegan al hotel buscando no un remanso para descansar, sino, los placeres que éste les prodiga a cambio de dinero y promesas de herencias.Una de las que se ha enamorado perdidamente de él es una octogenaria condesa de una ciudad cercana a Zubrowka (una de las mejores interpretaciones que haya hecho la dúctil y talentosa Tilda Swinton) quien a los pocos minutos de comenzada la historia, abandona el hotel diciéndole que no quiere regresar a su casa porque cree que alguien intenta matarla.
En un acto que parece una verdadera confesión de amor - y que en realidad es todo lo contrario- el conserje le pide que vuelva y que no tema, pues en poco tiempo estarán juntos de nuevo disfrutando de la primavera en el hotel.
Pero lo cierto es que, a los pocos días, el periódico titula la noticia del asesinato de la condesa y con ello se desata el gran conflicto para el conserje Don Juan ya que, al ir al sepelio de la anciana deberá enfrentarse no sólo con la familia (que es una de las más inescrupulosas que haya mostrado el cine de las últimas décadas) sino que iniciará un raid para poner a salvo no sólo los bienes que la condesa le heredó sino para salvaguardar su vida, la cual estará en peligro desde ese momento hasta el final de la historia.
Entre los familiares de la condesa se encuentran su hijo (interpretado por Adrien Brody, uno de los fetiches de Anderson) y Willem Dafoe quien encarna a uno de los hermanos de la millonaria anciana y que es un sádico asesino dispuesto a todo con tal de recuperar la parte de la fortuna que el conserje le ha quitado (y que sienta una interpretación sin precedentes del actor).
Y así es como, en ese intento por hacerse nuevamente con el botín es donde la historia del hotel toma consistencia y regala una hora y media de entretenidas situaciones, suspenso, humor y algunos indicios de cómo era la vida en una Europa arrasada por las crisis y que estaba viendo cómo se gestaban algunas formas políticas que, años más tarde, desembocarían en una nueva guerra mundial, con todo lo que ella implicó.La presencia de un tiempo histórico en la película no es menor.
Muchas de las situaciones de injusticia que sufren los personajes están relacionadas con cuestiones que se desprenden como consecuencia de los totalitarismos de la época (que en el film no se nombran explícitamente y la única mención clara a un sistema dictatorial que se advierte es el grito de ¡fascistas! que expresa el conserje cuando es detenido en el tren camino al funeral de la condesa) por lo cual los elementos que los asocian con el nazismo y el fascismo son el vestuario y, ya sobre el final, algunos escenográficos (como las banderas de las ZZ puestas dentro del hall del hotel en clara comparación con las de las SS hitlerianas).
El film es una pieza muy bien lograda. Un cuento que deja entrever algunos aspectos oscuros de la mente humana así como también otros que hacen que, algunos de los personajes, desde el inicio hasta el final puedan sufrir un proceso de cambio más que interesantes y que por eso se vuelvan queribles a los ojos de los espectadores.
Desde el guión, si algunos de los personajes hubieran tenido un desarrollo o una intervención más importante (como es el caso de Adrien Brody como hijo de la condesa o la condesa misma, que con semejante caracterización y tamaña actriz detrás hubiera dado mucho más frente a la cámara), la historia podría haberse afianzado mucho más y mostrar mayor solidez en la trama.
Como en otras piezas de Anderson la cuidada dirección de arte (basada claramente su gran conocimiento del arte como realizador) y la música son dos elementos fundamentales a la hora de entender el producto final. Pero más allá de éstos que son de gran importancia para hacer de Gran Hotel Budapest una película más que recomendable (y me atrevería a decir, incluso,“coleccionable”) es el importantísimo elenco que la conforma y que permite ver en una misma pieza a nombres de la talla de Ralph Fiennes, Adrien Brody, Tilda Swinton (quien puede hacer desde la Bruja de Narnia hasta el mismo Bob Dillan), Jude Law, Willem Dafoe (en un papel pocas veces visto), Jeff Goldblum, Bill Murray, Edward Norton (recordado por Queer as Folk y su intervención en Games of Thrones), Mathieu Amalric (protagonista de la reciente estrenada La Venus de las pieles, de R. Polansky), Owen Wilson y el promisorio Toni Revolori en el papel del joven botones.
EL GRAN HOTEL BUDAPEST (2013, EEUU), Dirección: Wes Anderson, Elenco: Ralph Fiennes,
Tony Revolori, Saoirse Ronan, Edward Norton, Jeff Goldblum,Willem Dafoe, Jude Law, F. Murray Abraham, Adrien Brody, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Mathieu Amalric, Jason Schwartzman, Tom Wilkinson, Larry Pine, Bill Murray,Owen Wilson, Léa Seydoux, Giselda Volodi, Bob Balaban, Florian Lukas, Karl Markovics, Volker Michalowski, Fisher Stevens, Wallace Wolodarsky, Waris Ahluwalia, Guión: Wes Anderson y Hugo Guiness, Música: Alexander Desplat, Fotografía: Robert Yeoman. (99´-Color).