El malayo James Wan tiene tras de sí una vasta experiencia en el género del terror. Padre de la saga Saw (El juego del miedo en su versión completa), creador de la exitosísima El Conjuro y productor de Annabelle, entre otras, supo dirigir una de las que –a mi parecer está entre sus mejores piezas- y que bajo la traducción de El Títere, Netflix acaba de subir a su pantalla para que los espectadores puedan disfrutarla.
El Títere (o Dead silence según la versión original) está articulada por un planteo inicial que parece no distar demasiado del típico cliché del género en el que muñecos en apariencia inanimados adoptan el alma de algún ente errático o bien de dueños con dificultades para dejar fluir sus ya acabadas existencias y que los utilizan como medio para continuar en el planeta tierra haciendo de las suyas.
Así es como partiendo de ese planteo argumental tan de perogrullo, el film cumple de manera casi inexorable el cursus honorum que se espera para dichas producciones y que podrían traducirse en una línea lógica del tipo: muñeco con estética diabólica es abandonado en una casa, muñeco asesina a alguno de los moradores, alguien – generalmente personaje principal o allegado a alguno de ellos- descubre la verdadera identidad del muñeco y da rienda suelta a una serie de rituales e intentos para acabar con la semilla del mal que tanto daño causa.
Ahora bien, más allá de que la historia le haga creer al espectador que va a ver mas de lo mismo, el valor agregado con el que cuenta la trama imaginada por Wan es que si bien toda esa secuencia esperable se da casi en la primera parte de la historia, en la otra restante, el director ubicó casi como si se tratara de piezas de relojería una serie de puntos de giro que demuestran que cuando hay imaginación y talento, no hay fórmula que no pueda romperse aun cuando se trata de darle una vuelta de tuerca a la que parece una de las tantas historias de muñecos malditos que supieron engrosar los anales de la historia del cine.
El primer dato que sorprende cuando se comienza a andar la trama es el viraje de género que pergeño el director ya que la verdadera dueña del muñeco era una mujer que, además de tener algunos rasgos que la emparentaban con los personajes más famosos del terror de todos los tiempos, tenía la particularidad de ejercer la ventriloquia, actividad ligada en el imaginario colectivo generalmente a los hombres.
Con una profesión que la tornaba una mujer ya de por sí extraña, Wan redobla la apuesta al exponer que la mujer perdió su vida a consecuencia de una venganza (dado que algunos miembros del pueblo que pagaban una entrada para verla en el teatro, un buen día decidieron que era una bruja y la asesinaron cortándole la lengua) y que supo transformarse en un mito que se esparció por el pueblo de generación en generación, sirviendo de excusa su historia para que los padres aleccionaran a los niños cuando se portaban de manera incorrecta.
En ese devenir de drama y tragedia que acontece bajo paisajes y estéticas lovecraftianas, el personaje principal (el que recibió el muñeco y quedó viudo casi de manera instantánea) volverá al pueblo que lo vio nacer (ese mismo donde se generó el mito de la ventrílocua despechada y de donde era su difunta esposa) para clamar a sus familiares y conocidos que le aporten algún dato sobre la aparente maldición que pesa sobre el muñeco, el cual lleva en el asiento trasero del auto y que, en cuanto pisa el que otrora había sido su espacio, continúa haciendo de las suyas animado quien sabe por qué espíritu o ser maligno que lo obliga a cometer una serie de crímenes irrefrenables.
Es una pena que los traductores hayan diferido tanto al nominarlo en español ya que, en su idioma original, el film ofrece una serie de pistas que ayudan a develar el verdadero sentido de la trama. Al llegar el joven al pueblo e intentar darle sepultura al cuerpo mutilado de su esposa, se encuentra con un silencio ensordecedor (o mortal, como lo define su título original) y es en él donde deberá encontrar la clave para explicar no sólo los hechos cometidos por el muñeco sino, también, para descubrir los secretos que guarda el pueblo y que ocultan tras de sí una pérdida de memoria colectiva quizás como el único modo posible para seguir existiendo como tales.
El film es una pieza con un gran valor cinematográfico, portadora de una amalgama perfecta entre cada uno de los elementos que lo componen (una trama novedosa, excelentes actuaciones, una fotografía muy lograda, un sonido que supera las expectativas de uso que se esperan para el género y una dirección de arte que merece una distinción especial) y por ello mismo es que se la podría ubicar dentro del listado de mejores películas de su género, quedando a la misma altura de algunas obras clásicas del mundo del terror tales como Magic, Dolls, Chuky o la reciente Annabelle, diva indiscutida de El Conjuro.
DEAD SILENCE (EEUU, 2017), Dirección: James Wan, Elenco: Ryan Kwanten, Amber Valletta, Donnie Wahlberg, Michael Fairman, Joan Heney,Bob Gunton, Laura Regan, Dmitry Chepovetsky, Judith Roberts, Keir Gilchrist,Steven Taylor, David Talbot, Música: Charlie Clouser, Fotografía: John Leonetti, (Duración: 90´-Color)