Si bien los años 80 quedaron en el imaginario colectivo como la dorada época de las películas para adolescentes, la explosión de músicos pop, la cultura del videoclip y lo que hoy se recuerda como “los últimos años en los que el mundo fue feliz”, pocos ubican dentro de ese ideario a la aparición del SIDA (que por entonces se la llamaba así ya que no se sabía a ciencia cierta la diferencia entre el virus del HIV y el desarrollo de la enfermedad).
Desde entonces el cine, como el reflejo más cristalino de las realidades sociales, no ha dejado de contar historias relacionadas con el tema (con recordados títulos como Y la banda siguió tocando, Philadelphia o la magnífica miniserie de HBO Angels in América, donde se cuenta el problema de la enfermedad a través de las historias de diferentes personajes, ubicados en realidades sociológicas completamente opuestas pero que comparten como espacio común la ciudad de Nueva York).
Pero lo cierto es que si se analizan muchas de ellas, se advierte que la mayoría de esas historias transcurren en las ciudades de pensamiento más avanzado o progresista, pero que dejan afuera otras, que suceden en otros estados y que nada tienen que ver con los espacios vanguardistas y glamorosos que dejan entrever las tradicionales.Sobre una de ellas en particular es que el director canadiense Jean-Marc Valleé centró su atención: la del vaquero de Dallas Ron Woodroof, un hombre homófobo, drogadicto y promiscuo que a inicios de los 80 trabajaba cobrando apuestas de rodeo de toros y que, dada su vida de excesos y su soberbia innata, contrae el virus del HIV.
Hasta allí el film no parece dejar en evidencia más que la historia de una de las tantas personas que contrajo el virus en los Estados Unidos por aquellos años, pero lo que vuelve a Woodroof un personaje atractivo para el lente, no es tanto la enfermedad sino la organización que despliega cuando es avisado por su médico que sólo cuenta con treinta días de vida.
A partir de ese momento el vaquero decide tomar las riendas de su propia vida (y en definitiva de su tratamiento, que en la medicina tradicional importaba la posibilidad de someterse a las pruebas en ciego que se llevaban a cabo con AZT e Interferón) y gracias al dato que le suministra un enfermero del hospital donde se atendía, viaja a México donde un médico podría ayudarlo. Al llegar al país vecino se entrevista con él y comienza a recibir un tratamiento alternativo basado en una serie de medicamentos naturales que lo ayudan a sostener su sistema inmunológico, piedra fundamental para hacerle frente a la enfermedad.
Con esa información y unas cuantas cajas de pastillas en el baúl de su auto Woodroof regresa a Dallas para poner allí una oficina y comercializar aquellas pastillas entre los enfermos que, para entonces, ya fueron visibilizados por el estado americano como las víctimas de una verdadera tragedia que parece no tener fin. De ese modo, ayudado por la travesti que conoció en el hospital en una de las tantas intervenciones que tuvo, fundan lo que ellos llaman el club de los desahuciados y a los que, en palabras de él, no asisten enfermos sino miembros al club de los que no quieren ser asesinados con el temido interferón, que tantas complicaciones dicen que causa en la salud de los enfermos.
Con la policía, la DEA y los grandes laboratorios internacionales encima, con la inauguración del club, Woodroof se vuelve poco menos que un paria y debe vivir situaciones de abuso en las que le desmantelan las oficinas a la vez que él vuelve a levantarlas en pocos días, ya que las ventas de los medicamentos le permiten no sólo volver a México para ser tratado por el médico naturista sino que emprende un raíd mundial (por Amsterdam, China e Israel) en la búsqueda de algún remedio de aquellos que están investigando por esos sitios y que le permitan sobrevivir a la sentencia de muerte que le habían dado con el diagnóstico al inicio de la historia.
Varios son los aspectos que hicieron que el film sea uno de los grandes ganadores en la edición de los Oscar 2014. En primer lugar, la historia es atrapante por que obedece a un hecho verídico que expone con claridad la dura situación de aquellos años pero, además, por que deja al descubierto la mentalidad de la sociedad de Dallas (con una de las idiosincrasia mas incultas y rústicas de los Estados Unidos), la cual se ve reflejada en la serie de acciones que emprenden los vecinos contra él cuando se enteran de que sufre la enfermedad que, en apariencias, sólo afecta a homosexuales y drogadictos.
Pero sin dudas, el otro gran aspecto que la vuelven una pieza magistral son las brillantes actuaciones de Matthew Mc. Conaughen (quien le pone la piel a Woodroow) y de Jared Leto, que interpreta a Rayon, la enigmática travesti que se transforma en su secretaria y que le cambia la visión homófoba que tenía hacia los homosexuales y sobre todo con aquellos que se vestían de mujer.
Dichos trabajos son superlativos no sólo por que implicaron una elaborada composición desde lo actoral sino porque conllevó un sacrificado (y peligroso también, en un punto) trabajo de descenso de peso para poder personificar del modo más creíble y real el proceso terminal de la enfermedad que ambos personajes padecen.Respecto a las ambientaciones, la película no logra alcanzar un punto a favor (tampoco respecto en lo musical, que tan bien se podría haber explotado, teniendo en cuenta las riqueza musical de entonces).
Muchos de los decorados y elementos escenográficos no dejan al descubierto claramente la estética de los ochenta, aunque permite la sincronización con las imágenes recursos que aparecen en los televisores y que ilustran las manifestaciones de los enfermos, los dueños de los laboratorios hablando de la enfermedad y algunas de medios gráficos como la de la muerte de Rock Hudson y otras que versan sobre la temática de la epidemia.
Por todo ello, El club de los desahuciados es una gran película, digna de ver y para reflexionar sobre algunos temas que subyacen con la historia. Siempre las películas que hablan sobre el sida y están ambientadas en los ochenta llaman la atención, quizás porque demuestran cómo evolucionó la ciencia desde entonces hasta hoy, pero también porque exponen cómo la mayor parte de la población mundial– al menos en las sociedades que forman el bloque de Occidente - supo entender que las cuestiones igualitarias debían ser políticas de estado y que la diversidad era un punto importante a tener en cuenta en los tiempos posmodernos.
DALLAS BUYERS CLUB (EEUU, 2013), Dirección: Jean-Marc Valleé, Elenco: Matthew Mc. Conaughen, Jared Leto, Jenniffer Garner, Guión: Craig Borten y Melissa Wallack, (116´, Color).