Gran parte de la crítica internacional que tuvo la oportunidad de ver esta película (ópera prima de la directora chilena Alicia Scherson) coincidió en que la mejor forma para definirla era asignándole el mote de “parábola urbana”. Según la Real Academia española, una parábola es la narración de un suceso fingido, del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral. Y eso es justamente lo que representa este film, la narración de un suceso que sirve de basamento para explicar algunas de las cuestiones más intrincadas e inexplicables de la condición humana.
La película cuenta la historia de Cristina (Viviana Herrera), una joven chilena que trabaja como cuidadora de un anciano víctima de una enfermedad terminal y ambos viven en un barrio de clase media en las afueras de Santiago de Chile. La joven está la mayor parte del día cuidando de su paciente, y en los pocos momentos libres que le quedan, pasa varias horas en un salón de videojuegos ( a los que se ha hecho adicta) utilizándolos como un medio para descomprimir la tensión que le produce su trabajo.
Al otro lado de la ciudad, en un moderno apartamento con decoración minimalista, vive Tristán (Andrés Ulloa), un joven arquitecto de familia acomodada, que se encuentra pasando por una fuerte crisis existencial y que para colmo de males acaba de ser abandonado por su novia.
Una mañana, Cristina arroja la basura en el contenedor y descubre un sospechoso maletín de cuero negro y lo sube a su casa. Allí comienza a sacar uno a uno los objetos que se encuentran en el interior del mismo, y descubre una cédula de identidad en la que casualmente están la foto y los datos de Tristán.
A partir de ese momento, Scherson comienza a desplegar todos los recursos posibles para contar de que forma se van desarrollando las vidas de cada uno de los personajes, en dos ámbitos socioeconómicos totalmente distintos, pero que inevitablemente, más allá de las diferencias terminarán encontrándose para darle unidad de sentido a sus híbridas vidas rutinarias.
Mientras Tristán deja de asistir a su trabajo e intenta refugiarse en la casa de su madre (una excéntrica millonaria ciega que tiene un amante argentino que trabaja de ilusionista), Cristina comienza una relación amistosa con el jardinero de la plaza a la que asiste diariamente, pero esa amistad no será un impedimento para que se convierta en la sombra de Tristán y comience a perseguirlo por toda la ciudad, convirtiéndose así en el único testigo que capta cada uno de los actos del entristecido joven.
Este film, básicamente cuenta una historia de encuentros y desencuentros en una ciudad en la que aparentemente nada pasa, pero en realidad pasa mucho (aquí es donde se perfecciona la idea de “parábola”). En cuanto a lo narrativo, uno de los puntos que se imponen sobre las actuaciones y en cuanto a lo técnico, es el delicado tratamiento del tiempo que la directora utiliza para contar la historia.
El tiempo no corre de igual manera para Cristina que para Tristán. La primera, es la que marca el tiempo presente y sobre la cual se comienza a tejer el argumento, en cambio la historia de Tristán en todo momento aparece en tiempo pasado, menos en la escena del encuentro, en la que ambos parecen lograr colocarse en un mismo plano temporal.
Es por eso que en el plano técnico se identifican recursos de lenguaje no tradicionales, para poder sostener en todo momento, la visión fragmentada y subjetiva de la realidad (desplazamientos de cámara punto a punto entre los personajes, utilización de la cámara subjetiva para aumentar la idea de inestabilidad en las borracheras del joven, y diferentes ángulos de cámara para mostrar un mismo objeto o personas en diferentes planos, verdadera visión cubista que indica que la realidad cambia según el lugar desde el cual se la mira).
Otro gran acierto es la incorporación del elemento fantástico en algunas escenas. Quizás la que más asombra es aquella en la que Cristina actúa como poseída por el alma de alguno de esos personajes de videojuegos que hace luchar diariamente, y golpea ferozmente a la mujer que está castigando a una niña. Durante los dos minutos que dura, la pantalla se mimetiza con un monitor de videojuego, llegando incluso a marcar la cantidad de vidas en la parte superior de la pantalla. Las otras escenas son aquellas en las que Tristán, influenciado por el amante de su madre logra sacar de su boca un gusano, una mariposa y hasta un pimpollo.
En definitiva, Play es una muy buena película, con un guión sencillo pero profundo, con muy buenas actuaciones, buenas composiciones musicales y una adecuada utilización del lenguaje cinematográfico. El único elemento negativo es que en la cinta original se ven algunos errores de edición y montaje en algunas de las escenas (nada que no pueda ser subsanado con una adecuada revisión y corrección del montaje).
Desde su estreno en 2005 en la ciudad de Nueva York, ha ganado el Premio a la Mejor Ópera Prima en el Festival de La Habana y el Premio del Público en Montreal y Nantes. En el 21º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se presentó fuera de la competencia oficial, en la Sección Otras Miradas/ La Mujer y el Cine.
PLAY. (2005. Coproducción entre Chile-Argentina-Francia) Dirección: Alicia Scherson, Elenco: Viviana Herrera, Andrés Ulloa, Aline Kuppenheim, Coca Guazzini, Jorge Alis, Francisco Copello y Juan Pablo Quezada. (Duración: 135´. Color)