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12 Aug
12Aug

Si algo habrá que agradecerle al conflicto palestino-israelí el día que se acabe es el que haya inspirado tantas historias y la realización de tantos filmes. Diversificados bajo diferentes géneros la traumática cuestión separatista en su mayor parte ha generado dramas o piezas de tipo testimonial-documental, pero  a veces nos sorprenden con la aparición de alguna comedia que intente apaciguar, aunque sea en parte, el dolor que produce la guerra.

Desde ya queda claro que cuando se debe reflejar un conflicto bélico (y sobre todo con las connotaciones que tiene este en particular) lo más fácil es hacerlo a través de una estructura dramática, ya que es la que mejor permite exponer el rico entramado ético-filosófico-político-moral que surgen en esas situaciones. Por eso, intentar una comedia con esos elementos y sin dejar de mostrar el drama subyacente puede significar – si se logra un buen resultado- no sólo una innovación sino también una gran capacidad de realización para quien la lleve a cabo.

Si tomamos el caso del francés Sylvain Estibal no se le puede menos que agradecer que para su ópera prima haya optado por contar una comedia valiéndose de  la tragedia palestino-israelí de base y logrando, además, articular un interesante mensaje con ella y un punto de vista que pocas veces se muestra así y no cae en la sensiblería de perogrullo o el golpe bajo al que muchas de estas producciones apelan.

La comedia de Estibal se centra en una pequeña aldea ubicada en la franja misma de Gaza cercana al puerto. Allí, entre otros pobladores que esperan que un bombardeo arrase con sus casas viven Jafar y su esposa, un matrimonio de cincuentones que sobreviven a la dura guerra gracias a los frutos que extraen de un viejo olivo que tienen en el patio  y a la bondad de soldados israelíes afincados en su terraza que les perdonan la vida porque de lo contrario, se quedarían sin base de operaciones munida de televisión, sistema de cable y la ducha y el baño que “gentilmente” ambos les prestan para que cumplan dignamente con su trabajo.

Jafar a su vez trabaja de pescador con una barca derruida y al momento del inicio, lleva varios días sin pescar siquiera una mísera sardina. El mar parece estar envenenado y muchos de los pescadores tienen grandes problemas para extraer grandes piezas. Pero un dia, al echar la red al agua el hombre advierte que ha pescado algo grande, magnífico y se imagina cuánto podrá comer y cuánto vender en el mercado del puerto. Pero lo cierto es que todas las esperanzas se le escabullen entre los dedos cuando leva la red y descubre que ha pescado un cerdo negro que grita sin parar.

A partir de allí Jafar pasa a ser el centro de un conflicto importante ya que para los palestinos, por cuestiones del Islam, está prohibida la tenencia y el consumo de cerdos, animales que identifican con la comunidad judía. Desde ese momento Jafar se verá inmerso en una serie de situaciones de lo más bizarras y divertidas para coultar al animal sin que se den cuenta ya que de descubrirlo podrían aplicar sobre él la pena capital (y allí es donde la comedia comienza a devanearse todo el tiempo entre un binomio que va de las situaciones graciosas a las tragedias más inexplicables, sobre todo para los que no integran el mundo islámico).

Lo primero que hace es ocultarlo en la barca y pedirle ayuda a un amigo peluquero quien le entrega una ametralladora que guarda ilegalmente en su negocio para que lo mate y lo arroje al río. Pero en ese intento, lamentablemente falla. La segunda acción que intenta para deshacerse de él es arrojarlo directamente al mar y que, o bien flote, o bien se ahogue pero tampoco lo logra ya que su sensible humanidad no le permite deshacerse de un animal como lo hacen “ellos” (en alusión a los políticos de ambas naciones) y cree que su destino será, inevitablemente, mantenerlo oculto en el fondo de la barca.

Sin embargo, entre tanto conflicto político y personal, el destino le juega una buena pasada a Jafar y le pone en el camino a Yelena, una joven judía que vive en un kibutz cercano a la frontera y que le ofrece una importante suma de dinero si le trae el cerdo para que fecunde a las cerdas de la comunidad . Ante la negativa del hombre debido a que no puede mostrar públicamente al animal, la joven le dice que entonces le traiga diariamente una importante muestra de semen para que ella pueda inseminar a las hembras y así tener una población constante ya que les son de suma utilidad en el kibutz.

Con esa condición y una suma de dinero para nada despreciable, Jafar da rienda suelta a una serie de acciones todas muy cómicas para lograr que el cerdo alcance una buena performance sexual para lo cual no escatima en fotos eróticas de cerdas, ingestas de viagra y algunas actividades manuales que deberá desplegar para conseguir el elixir que le dará una mejor calidad de vida para él y para su esposa. 

Mientras tanto el conflicto continúa y, el director, de un modo adecuado plantea pequeñas historias que sirven para identificar el aspecto ideológico del conflicto ya que expone algunas cuestiones de corte fundamentalista tanto de uno u otro grupo a ambas márgenes del muro separatista.Pero como era de esperarse (y siguiendo la idea de que no hay secreto que se pueda guardar por siempre) la comunidad en la que habita toma conocimiento de la existencia del cerdo y allí sobreviene otro conflicto, tanto o más grave que el que transcurre como telón de fondo. 

Entonces Jafar es tomado prisionero y obligado a inmolarse junto al cerdo en el kibutz de Yelena, que se encuentra poblado por gente joven, ancianos y niños. Y una vez más, el espíritu sensible y alejado del fundamentalismo palestino lo pondrán en un debate existencial digno de ser contado por el séptimo arte.

El film es una rareza por la ambigua combinación que surge de la mezcla entre temática y género. Pero sin lugar a dudas el magnífico trabajo actoral de  Saason Gabai (que despliega una gracia pocas veces vista en actores orientales) compensa a sobremanera algunas fisuras de guión y del poco despliegue interpretativo de otros miembros del elenco. Y si a ello se le suma la impecable fotografía y el excelente trabajo de la dirección de arte, el film es más que recomendable e, incluso, de vista obligada si se quiere entender de qué manera se lleva a cabo y como viven el conflicto aquellos que habitan esa zona caliente del planeta.

LE COCHON DE GAZA (Coproducción Francia-Bélgica-Alemania; Marilyn Productions / StudioCanal / Saga Films / Rhamsa Productions / Barry Films), Dirección: Sylvain Estibal, Elenco: Sasson Gabai, Baya Belal, Myriam Tekaïa, Ulrich Tukur, Música: Aqualactica, Boogie Balagan, Fotografía: Romain Winding (99´- Color)

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