Un milenario cuento sufi relata la historia de un hombre que por causas desconocidas cambia radicalmente su vida y se instala en un alejado pueblo aislado del mundanal ruido que aqueja a las grandes ciudades. Así es como cierto día, acompañado por un habitante del lugar , decide visitar el cementerio en el que yacen los restos de quienes antaño habitaron esas tierras y, para su sorpresa, se da cuenta de que en ninguno de los casos, la edad de los muertos inscripta en las tumbas lograba superar los once años de edad.
Intrigado y confundido frente a esa realidad que se le presenta, interroga al pueblerino acerca de cuales eran las causas que propiciaban que hubiera tantos niños muertos antes de esa edad, pero para su asombro recibe de parte del hombre una insólita respuesta: “El número escrito en las lápidas no corresponde a la edad cronológica en la que murieron. La gran mayoría de ellos dejó este mundo siendo adultos y en algunos casos ancianos. Lo que sucede es que en este pueblo, solo colocamos la sumatoria de los momentos felices que cada uno de ellos logro acumular a lo largo de su existencia… ya que en definitiva, ésos son los momentos que realmente justifican la vida de una persona”.
Lo cierto es que tomando como base un disparador muy similar al planteado en el cuento sufi, con After Life, el director japonés Hirokazu Kore-Eda se arroja a la difícil tarea de imaginar que es lo que sucede cuando los seres humanos dejan este mundo y teoriza sobre cuales de todas las experiencias que estos han vivido en la tierra incidirán en el lugar que ocupen en el más allá. Para desplegar su particular visión acerca del tema de la trascendencia, Kore Eda crea un espacio físico muy parecido al de cualquier repartición publica de esas que abundan en las grandes ciudades y, valiéndose de una decena de aparentes “empleados” comienza a contar la historia de un puñado de personas que acaban de morir y que llegan hasta ese lugar para ser instruidas acerca de lo que les depara el futuro de allí en mas.
De esa forma, a medida que van llegando cada uno de los personajes, se presentan ante el tutor que les ha tocado en suerte, y a partir de ese momento, reciben la noticia de que tienen tres días para hurgar en sus recuerdos y elegir el momento más feliz de sus vidas, con el propósito de revivirlo a través del cine y lograr que los acompañe para siempre en su futra vida eterna.
Pero lo cierto es que tal noticia, lejos de provocar alegría en la totalidad del grupo , en algunos produce una rara sensación de angustia y desasosiego, ya que muchos de ellos toman conciencia de que han atravesado el camino terrenal sin haber cosechado un solo momento digno de recordar y guardar para la posteridad , debiendo hacer un esfuerzo adicional , ya que de no encontrar un recuerdo que justifique su existencia, quedarían obligados a trabajar igual que los tutores que los recibieron, hasta que encuentren en su memoria alguna sensación o experiencia vivida que les demuestren que sus tránsitos valieron la pena.
Así es como mientras algunos identifican rápidamente el momento que eligieron para llevarse a la eternidad, otros se niegan a indagar en su historia y, hasta en algunos casos, solicitan la ayuda de un consejo superior (personaje innominado del cual en ningún momento se tiene información por quién está integrado ni que función específica cumple en las moradas del mas allá) para que les proporcione las cintas de video que guardan un registro documental de las miles de horas que ha vivido esa persona y, de esa forma, poder elegir un hecho que justifique su paso por la tierra.
A simple vista, el film puede parecer una pieza rara de corte experimental que intenta echar luz sobre una de las cuestiones más enjambradas e inexplicables de la condición humana (como lo son la muerte y la trascendencia) pero lo cierto es que, en realidad, lejos de afianzarse como una rareza que se aleja de los límites del lenguaje cinematográfico, logra salir airosa, brindándole al espectador, una interesante particular mirada sobre el tema.
En cuanto al aspecto técnico, el film tiene varios aciertos. Por un lado, son dignas de destacar las cuidadas composiciones que se logran en varias de las escenas y, sobre todo, la meticulosa forma con la que el director trabajó la fotografía, ya que ésta es la que logra imprimirle a la historia el tono pictórico que se desprende de muchos de los cuadros y planos que conforman la pieza.
Respecto de las actuaciones, si bien todas están realizadas con un gran nivel interpretativo, es digno destacar las de algunos personajes que, al mejor estilo del neorrealismo italiano, fueron interpretados por personas comunes que se prestaron para ponerles el cuerpo a esas almas que son sometidas durante tres días a la dura tarea de encontrar un recuerdo que los mantenga unidos a su paso por la vida terrenal.
After Life es una interesante historia, cargada de momentos de humor y teñida por un aire esperanzador que se aparta de cualquier interpretación dogmática de las tantas que se le han intentado imprimir al tema a lo largo de la historia. Con esa visión, Hirokazu Kore-Eda deja de lado la figura de un Dios comprendido como el único capaz de aplicar una justicia retributiva que premia con el cielo a los buenos y con el infierno a los malos y eleva la figura del cine al plano de una entelequia superior, entendida como la única posibilidad material de propiciar, a través del celuloide, la trascendencia de los hombres.
AFTER LIFE (1999, Japón) Director: Hirokazu Kore-Eda, Elenco: Arata, Erika Oda, Susumu Terajima, Sadao Abe, Taketoshi Naito y Yusuke Iseya (Duración: 118 minutos, Color)