No caben dudas de que el dibujo animado japonés en las últimas tres décadas supo imponerse por sobre otras producciones cinematográficas y que se ha ganado un espacio importante, logrando acaparar la atención de miles de occidentales que los siguen con una ferviente y fiel admiración.
Pero lo cierto es que más allá de la calidad indiscutida de varias de estas obras, (recordemos Heidi, Mazinger Z, Robotech, Transformers o Las aventuras de la Princesa Mononoke) en reiteradas ocasiones, algunas otras, acaban transformándose en meras representaciones de pobres guiones, con extremadas muestras de violencia y en algunos casos, llevando la idea de futurismo tan al límite que terminan sumiendo al espectador en un halo de incomprensión del cual difícilmente pueda salir, no al menos sin una explicación especializada sobre algunas cuestiones básicas que hacen a las complejas historias que desarrollan ( tal es el caso de Los Campeones, Dragon Ball-Z o los indescifrables Pokemones).
En cambio, en El Viaje de Chihiro esto no sucede, sino más bien todo lo contrario. Su director, Hayao Miyazaki, uno de los grandes maestros del dibujo animado de su país y principal estrella de los Estudios Ghibli, se juega en esta oportunidad por una historia cargada de fantasía, seres mitológicos y situaciones hiperrealistas, sin dejar de lado el tratamiento de los más altos valores de la condición humana, así como la eterna lucha entre el bien y el mal, una cuestión tan antigua y primitiva como los orígenes mismos del hombre.
El film cuenta la historia de Chihiro, una niña de nueve años que se encuentra junto a sus padres en plena mudanza de una ciudad a otra. Mientras se desplazan por la ruta, algo extraño sucede y el automóvil comienza a aumentar la velocidad, hasta que se detiene misteriosamente en medio de un bosque y frente a la entrada de un oscuro túnel. Totalmente confundidos, sus padres bajan del auto, y pese a las negativas de Chihiro, deciden ingresar en el túnel para descubrir que hay del otro lado.
Al finalizar el oscuro trayecto, descubren que del otro lado hay una increíble ciudad, en la cual sobresale un extraño castillo con las principales características de un verdadero palacio imperial. Allí comienzan a caminar por las desoladas calles del pueblo, hasta que finalmente, llevados por un irresistible olor a comida, se detienen en un bar, y ante la falta de personal que los atienda, deciden comenzar a comer, aguardando que alguien se haga presente en el local.
Mientras tanto, su pequeña y curiosa hija, camina hasta un puente cercano, donde se encuentra con un joven que le suplica que se vaya cuanto antes de allí, o en poco tiempo estarán en problemas. La niña, ante la aparición de este inesperado personaje, se asusta y decide regresar con sus padres para convencerlos de que vuelvan al auto, pero cuando llega es demasiado tarde. Ambos se convirtieron en cerdos y están revolcándose entre la comida que hacía unos minutos tenían en sus platos.
A partir de ese momento, Chihiro toma conciencia de la veracidad de las palabras del joven y se da cuenta de que su vida ha cambiado, en cuestión de segundos, radicalmente. Para calmar la tristeza en la que se encuentra la pequeña, aparece Haku, el mismo jovencito del puente y le dará las directivas para que pueda sobrevivir en el mundo irreal en el que se encuentra, el cual está dominado por la malvada bruja Yubaba, una anciana hechicera que por las noches se convierte en ave de rapiña y sobrevuela los confines de su imperio.
Toda la población vive dentro del gigantesco castillo, y es obligada por esta bruja a trabajar como esclava en los baños termales a los cuales acuden “8.000.000 de dioses” y Chihiro no será ajena a esta situación. Su tarea para poder sobrevivir en ese mundo será no solo mantener limpias las tinas en las que se bañan los más extraños seres, sino que además tendrá que ganarse la confianza de la bruja para que se apiade de ella, y así decida romper el hechizo y devolver a sus padres al estado natural de humanos.
Así, mientras dura la contienda, la jovencita deberá convivir con un esclavo con seis brazos que alimenta la caldera del reino, tres cabezas saltarinas que ofician de lazarillos de Yubaba, un bebé gigante que vive escondido en un salón especial, y un extraño ser fantasmagórico, totalmente negro, que pese a ser despiadado con el resto de los moradores del castillo, oficiará de protector personal y la ayudará para que pueda sortear con éxito las cruentas pruebas a la que la someterá la malvada hechicera.
La película tiene varios aciertos y verdaderamente pocos o casi nulos elementos en contra. En cuanto a los aspectos positivos, sobresale la creación de los diferentes ambientes en los cuales se desarrolla la acción, entre los que abundan los impresionantes interiores del palacio de Yubaba, paisajes de ensueño, con puentes, así como la impresionante toma panorámica en la cual coloca a Chihiro en una de las ventanas del palacio, desde donde ve alejarse el tren que solo hace un viaja de ida y que nunca regresa de ese imaginario y secreto lugar al que supuestamente se dirige.
Miyazaki, con este film, demuestra tener una gran capacidad como narrador de interesantes historias, cargadas de emoción, fantasía y una estética muy particular, la cual hace que sus películas sean consideradas por los críticos, como verdaderas obras de arte. Quizás ese haya sido el mayor mérito que vieron los jurados más importantes del mundo, cuando decidieron premiarla con los máximos galardones destinados al Séptimo Arte
(Oscar a la Mejor película animada 2001, Oso de Oro en el Festival de Berlín 2001 como Mejor Película, y 40 premios más entre los festivales internacionales más prestigiosos).