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13 Sep
13Sep

En la mitología griega puede encontrarse la primera figura literaria relacionada con la idea de la venganza. Así es como dentro de la vasta lista de personajes representativos de las virtudes y defectos del alma humana, nos encontramos con Némesis, una deidad con formas femeninas y que se encargaba de castigar a todos aquellos actos de desmesura que cometían los humanos, para los cuales se valía de la venganza como el medio mas apto para restituir el orden alterado por aquellos.

Lo cierto es que desde los griegos a esta parte, el hombre poco ha cambiado y, hasta ahora, ningún designio divino pudo acabar con la venganza entendida como la necesidad de hacer justicia por mano propia, aunque con ella solo se alcance un alivio temporal para el dolor ocasionado.

El cine, como no podía ser de otra forma, ha dedicado ríos de tinta y horas de celuloide para reflejar esta oscura pasión irrefrenable y ha dado un sinfín de ejemplos a lo largo de toda su historia. Pero lo cierto es que en los últimos tiempos, con la frondosa producción cinematográfica que vienen dando algunos países del mundo oriental (tales como China, Japón, Corea o India) apareció un joven director que ha hecho de la venganza el leitmotiv de su obra, y hasta incluso, logró ser reconocido a nivel mundial luego de idear una trilogía en la cual sus personajes encuentran la razón de su existencia en aniquilar a aquellos que modificaron sus vidas de un modo radical e injusto.

Tal director no es otro que Chan Wook Park, un joven cineasta de Corea del Sur que en la ultima década de ha maravillado al mundo del cine con tres historias que fueron consideradas por la crítica internacional como la trilogía de la venganza. Su primera película fue La Luna es sueño del Sol, y desde entonces, sólo logró materializar algunas otras piezas menores que pasaron sin pena ni gloria por los grandes circuitos de los festivales o muestras internacionales.

Pero lo cierto es que el éxito le llega en el 2000, con la realización de Join Security Area (un film dedicado a desentrañar las injusticias y aberraciones cometidas en la frontera que divide Corea del norte con la del sur) donde no solo se alzo como una figura prometedora del cine oriental, sino que con ella, además, dejo sentadas las bases temáticas y estéticas de la que luego seria considerada una de las trilogías mas influyentes en la historia de los thrillers policiales.

De esa forma, en el 2002 filma la primera pieza de su triple obra y la titula Sympathy for Mr. Vengeance. En ella, Park cuenta la historia de un joven sordomudo que convive con su hermana – gravemente enferma- quien necesita un riñón urgente para poder salvar su vida. A partir de ese disparador, el joven intentará conseguir dinero trabajando día y noche en una fábrica en la cual lo explotan a más no poder, hasta que un día, sin razón aparente es despedido abruptamente.

Teniendo en cuenta la dura situación limite por la cual atraviesa, este joven entra en un estado de paroxismo tal que piensa que la única salida es secuestrar a la hija de su jefe y alzarse con un frondoso rescate que le permita operar a su hermana, pero claro está, algo no sucede como lo previsto y la historia y el destino del personaje acaba convirtiéndose en una aberración para los cánones de la sociedad.

La segunda pieza la realizó un año después y es quizás la mejor lograda de las tres. Traducida al ingles como Old Boy, en ella se juega a contar una historia compleja, densa, desesperante por momentos y que emula a la perfección las temáticas y la estructura de una verdadera tragedia griega. El personaje principal, Dae-Zu es un hombre que una noche es secuestrado por un desconocido que lo condena al encierro en una habitación por el término de quince años.

Así es como inmerso en ese reducido espacio, el único contacto que tiene con la realidad le llega a través de las imágenes de un televisor, el cual representa ante sus ojos la única concesión que el captor ha decidido otorgarle. Año tras año, Dae-Zu alimenta el odio contra quien lo privo de su libertad y pasa sus días pensando de que forma va a vengarse si algún día lo liberan y lo ponen frente a quien lo redujo a vivir encerrado. Y ese día finalmente llega. Su captor lo libera y se comunica con el para decirle que tiene cinco días para averiguar quien es y por que lo encerró esos quince años.

A partir de ese momento comienza una carrera contra el tiempo en la que se irán develando los terribles efectos que dejo el encierro forzoso en la mente del personaje, quien acaba descubriendo que su universo cambio y que todo lo que antes del cautiverio formaba parte de su historia desapareció de la misma forma que sus deseos de ser feliz.

En la tercera, en cambio, Park se dio cuenta de que la venganza no debía ser algo privativo de los hombres y se decidió a adaptarla como eje temático dentro de un universo femenino. Así es como en 2005, homenajeando a la primera pieza (o bien intentando reivindicarse de haberla hecho al final) titulo Sympathy for Lady Vengeance a la historia de una bellísima mujer que es acusada un delito que no cometió y que significo nada menos que la traición de quien ella creía el amor de su vida.

Así, al igual que el Dae-Zu de Old Boy, el director encuentra en los duros años de encierro de la muchacha, el medio propicio para la planificación de una venganza que, a diferencia de las otras obras, alcanza un carácter colectivo, ya que ella se deberá valer de un grupo de personas para llevar a cabo su cometido una vez que es liberada.

Estas tres piezas constituyen una obra maestra tanto individualmente como consideradas dentro del todo que conforma la trilogía. Cada una de ellas propone un despliegue audiovisual pocas veces visto en el cine y, cada una de las imágenes que componen el film, alcanzan una importante densidad dramática al estar acompañadas de diferentes piezas musicales especialmente creadas para tal ocasión.

Uno de los aspectos que mas llaman la atención en el cine de Park es la particular forma que este realizador tiene para lograr las transiciones dentro de las escenas, así como el adecuado uso de elementos fantásticos que, lejos de parecer un despropósito narrativo, logran darle a las historias un carácter metafísico que genera en el espectador una inevitable identificación con los personajes y la trama propuesta.

 

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