Desde que en los años 90 la globalización promovió la modernidad líquida y la era de la competencia feroz, las reglas del juego cambiaron y, con ellas, la forma de sobrevivir en el nuevo siglo XXI. Pero si a dicho cambio social se le suma el avance de la tecnología y la traslación de la vida privada a la esfera pública a través de las redes sociales, desde hace una década las condiciones de vida quedaron subsumidas al adagio que reza “pertenecer tiene sus privilegios” y sobre ella se erigió la mal entendida “meritocracia” que el capitalismo tanto promueve y que deja más personas en el camino que las que contiene e incluye.
Con ese universo filosófico a cuestas y una clara influencia de la serie Black Mirror (no sólo en la elección del tema sino también en cuanto a la cuestión estética) el cineasta francés Zoel Aeschbacher cuenta una historia de principios de siglo XXI en la que la condición humana parece haber perdido el rumbo y haber quedado al borde del colapso de manera inminente. Mediante la utilización de una trama coral y un relato alternado, el director se vale de tres personajes que permiten un alto grado de identificación con el espectador por representar diferentes prototipos sociales en los cuales pueden encajar perfectamente cualquier ser humano.
Así, la primera historia es la de un adolescente que habita en un conglomerado de “banlieues” y pasa sus horas jugando a esos peligrosos retos que juegan los adolescentes y los trasmiten en directo a través de las redes sociales. En la segunda, el protagonista es un empleado administrativo a punto de jubilarse y que debe participar de una dura competencia junto a sus compañeros en la que, como objetivo final, deben demostrar quien de todos es el más apto y creíble para mantener el puesto laboral. Y en la tercera, posa su lente sobre un grupo de personas que llevan dos días sin comer ni dormir apoyando sus bocas en la ventanilla de un auto con la promesa de que el que más logre resistir y vencer todas las vicisitudes, se hará acreedor del automóvil.
A partir del planteo de estas historias el espectador asiste a un crudo y cruel relato posmoderno en el que queda claro que las sociedades definen cuáles serán los roles de prestigio para quienes las integran y quienes la conforman, encerrados en una trampa mortal desde el mismo momento en que comenzaron a exhibir indiscriminadamente sus vidas, deberán luchar a capa y espada por sobrevivir en el cada vez más inhumano planeta tierra. Eso que les sucede a los tres personajes de diferentes edades, condiciones, historias y anhelos de vida, bien pueden sucederle al resto de los mortales que comparten línea histórica y universalidad con dichos conflictos.
FAIR PLAY es una interesante propuesta que deja pensando al espectador acerca de los límites que se le deben poner a los medios de comunicación y en cual va a ser su responsabilidad respecto a la posibilidad de formar parte de un mercado y una sociedad que con tal de mantener los estándares de consumo no tiene el más mínimo reparo en poner en juego la integridad psíquica y física de quienes integran dichas comunidades.
Calificación: ***
El corto que tiene una duración de 18 minutos participa de la Sección Cortometrajes del My French Film Festival 2024.