Los años sesenta en París dejaron en claro que la juventud - actor de vital importancia por entonces- no debía ser pensada de manera hegemónica dado que la división de clases demostraba una sectorización más que notable. Durante más de una década el cine supo plasmar en pantalla esas juventudes consolidando, con cada una de ellas, diferentes estilos dentro de la cinematografía mundial. Asi es como cuando de juventudes se trata, en la Francia de entonces los burgueses (hijos de millonarios, políticos o empresarios) aparecían en pantalla como seres carentes de sentido o anodinos existenciales mientras que los otros, los de las clases bajas o trabajadoras (obreros, estudiantes o militantes políticos) se exponían demostrando un enorme compromiso y contacto con las diferentes realidades que, por entonces, sucedían en aquellos años de recuperación y reconstrucción de la Europa de posguerra.
En ese mundo que giraba sin parar y en el que encajar en algún universo parecía ser la clave para la supervivencia, las figuras de Agnés Varda (cineasta y artista plástica belga radicada en París) y de Jean Birkin (actriz y cantante de origen inglés también radicada en París) aparecen como dos emergentes de la necesidad ética y estética que tenían los jóvenes de entonces y que las llevó a ser dos claros emblemas de su generación y auténticos íconos de la cultura francesa de los últimos cincuenta años.
En el caso de Varda, llegó a Paris siendo muy joven y luego de estudiar arte y desarrollarse como artista plástica ingresó al cine en uno de los momentos mas significativos de la cinematografía francesa: el de la consolidación de la Nouvelle Vague, y desde allí, se alzó como la mirada intelectual del movimiento que -desde sus orígenes- había sido eminentemente machista y que supo acumular nombres como los de Rohmer, Chabrol, Godard, Truffaut y Resnais, entre otros. Por el contrario, Birkin legó a Paris proveniente de Inglaterra y en poco tiempo se transformó en un verdadero ícono pop luego de conocer a Serge Ginzbourg y protagonizar con él uno de los dúos más reconocidos del momento tras la grabación del clásico “Je t´aime moi non plus” que recorrió las radios de todo el mundo y los catapultó como la pareja más famosa de Francia.
De esa forma, desde lo meramente biográfico, las vidas de Varda y Birkin sólo parecían compartir un mismo espacio geográfico y un tiempo en común (sobre todo teniendo en cuenta que la naturaleza intelectual y filosófica de Varda parecía contraponerse a la de la chica hermosa, codiciada y famosa que representaba Birkin) pero lo cierto es que el cine logró romper con esas heterogeneidades y las unió en un interesante proyecto que finalmente logró trascender aquella década en la que todo parecía posible y la juventud un tesoro eterno.
Desde hacía algunos años Varda se había visto eclipsada por la extraña mezcla de belleza e ingenuidad que derrochaba Birkin (tanta que en algunos casos muchos la tildaban de estar bajo los efectos de estupefacientes o de no tener un contacto real con todo aquello que pasaba a su alrededor) y es por eso que decidió realizar un film donde, a cambio de compartir mucho tiempo juntas en diferentes situaciones, pudiera demostrarle al mundo de un modo íntimo y extremadamente bello (como la mayor parte de su obra que es de una enorme belleza) la verdadera esencia de Jane, a quien consideraba dotada no sólo de una belleza física sino de una gran inteligencia y un magnetismo pocas veces visto en el mainstream del cine tradicional.
Así es como desde los primeros minutos del film Varda dialoga con Birkin sobre diferentes cuestiones que aquejan a dos mujeres de cuarenta y tantos años en un fin de siglo atormentado en el que necesitan exaltar lo más bello que ambas tenían para compartir desde su misma condición de humanas (el exquisito conocimiento y el enorme talento para componer imágenes en el caso de Agnés y el derroche de sensualidad y carisma en el caso de Jane)
Es por eso que para llevar a cabo la semblanza de la musa de los años setenta, Varda se valió ingeniosamente de una serie de personajes con los que ella relaciona e identifica a la figura de Birkin y, a partir de la representación de ellos, deja en claro cuáles fueron las razones por las que el mundo entero la consideró una verdadera ninfa de fin de siécle.
De esa forma, a lo largo de las más de dos horas que dura el film, la diva que cautivó a hombres y mujeres por igual encarna a la Ariadna de la leyenda del minotauro, una mujer de la antigua Roma, una bailadora flamenca, una femme-fatale asesina, una cortesana renacentista, una croupier de casino con tintes surrealistas, una exploradora en plena expedición en el desierto del Sahara y hasta la mismísima Juana de Arco, emblema del teatro francés y mayor aspiración interpretativa de cualquier actriz francesa.
Pero lo cierto es que, si bien logra interpretar todos ellos de un modo correcto, el que más sorprende y que más la acerca al espectador es el de ella misma, el de su propia persona que frente a cámara y sin poder mirarla porque la invade la timidez, deja expuestos aspectos desconocidos de su vida, visibiliza su fragilidad, las incertidumbres respecto a la crianza de los hijos (quienes aparecen de un modo subrepticio y como meros acompañantes en la sombra) sus enconos con la prensa y la imposibilidad de poder llevar una vida estructurada y ortodoxa como lo requiere la sociedad occidental.
En ese juego de doble espejo propuesto por Varda la figura de Birkin queda perfectamente descubierta y la de la cineasta, se materializa e ilumina al ponerse frente a aquella. El contrapunto que ambas proponen delante de la cámara deja en evidencia la presencia de un interesante vínculo que, más allá de esconder un homenaje y la excusa para concretar un proyecto juntas, las posiciona en el lugar de dos mujeres importantes de su época y que no pueden siquiera lo que el film significará cuando, más de cuatro décadas después, el My French Film Festival lo incorpore a la sección oficial y ellas ya no estén físicamente para disfrutar de la reivindicación ni del homenaje (ya que Varda murió en 2022 y Birkin en 2023)
Jane B. por Agnés V. es un film que ya desde su título porta la esencia sobre la cual fue pensado. El hecho de que no aparezcan los apellidos de estas dos eximias mujeres del arte francés produce en el espectador la idea de que no son sus nombres lo que las vuelve interesantes sino su naturaleza y su esencia. Las dos esconden una naturaleza plagada de sensibilidad, enorme gusto por el arte, una gran capacidad de juego y la posibilidad de fabricar mentiras e ilusiones con elementos y objetos que la realidad regala a diario.
Desde el punto de vista cinematográfico el film podría considerarse un pastiche Camp o un collage Pop (con algunos excesos que lo vuelven un tanto kitsch) Un enorme rompecabezas visual en el que el juego y la identificación con diferentes obras de arte (pinturas, esculturas, arquitectura) sirven de metáfora para alabar a Birkin, a quien Varda consideraba una Gioconda o una Venus de Milo moderna. Una hermosa muestra de sororidad materializada en una época en la que el feminismo se suponía utopía y la conquista de derechos por parte de las mujeres un producto de ficción.
Calificación: ***
JANE B. POR AGNÉS V, Dirección: Agnes Varda (Francia-1988) Elenco: Jane Birkin, Agnes Varda, Serge Gainsburg, Phillipe Leotard, Charlotte Gainsbourg (140' - Color)