El año pasado mientras cursaba un seminario sobre Cine argentino y procesos sociales oí una frase que me llenó de alegría y me hizo sentir que no era el único que pensaba de ese modo. Mientras el profesor comentaba un fragmento de El Dependiente de Leonardo Favio dijo: "Nunca antes lo había pensado pero ahora que la veo….Graciela Borges es mi diva favorita del cine argentino".Y debo confesar que tanta fue mi emoción que terminada la clase le agradecí que haya dicho esas palabras y nos quedamos largo rato hablando sobre ella, siempre tan enigmática, tan misteriosa, tan sensual y, según, al parecer nuestro, la diva entre las divas sin que existiera posibilidad de discusión o refutación alguna.
Días después volví sobre el tema y llegué a la conclusión de que el pensamiento que compartíamos con mi profesor no era azaroso ni basado en recuerdos de fotos ochentosas donde la "Gra" también supo mostrar su envidiable cuerpo de señora "bien" transparentado bajo una camisa mojada y nada más, porque la Borges, aún semidesnuda y despojada de su voz característica, era en sí misma un derroche de sensualidad.
Por el contrario, me dí cuenta de que el pensamiento y la firme convicción de que en verdad es la gran diva argentina aparecía sostenido en sus actuaciones en los más grandes clásicos del cine nacional, donde supo rodearse y brillar con lo más selecto del espectáculo local tanto delante como detrás de cámara.
Pero como si eso fuera poco, pese a ser una diva, lo mejor que tiene la Borges (y quien no lo reconozca o bien jamás vió una película suya o no entiende de cine argentino) es la sutil capacidad para ocultar serlo, como cuando Fernando Noy cantaba en el mítico programa Historias del Under “Yo no soy una diva, yo no soy una diva… ni lo quiero ser…"De esa forma, y siguiendo la línea de pensamiento, pocas actrices –o divas- como ella pueden lograr personajes tan profundos, que enamoran a la cámara, que enternecen y emocionan por partes iguales haciendo del minimalismo su cualidad más reconocida y, ya a esta altura, verdadera razón de ser de ese estilo etéreo y genuino, el que la aleja de los barroquismos de las divas platinadas, irreales e indolentes o del de las monstruosas bestias de quirófano que parecen ser más un aullido desgarrado que el último grito viviente del pop vernáculo.
- En Tokio la Borges hace de la Borges, me dijo alguien que vió la película. Y ahí me asaltó otra duda: ¿la Borges es en si misma un personaje de ficción? ¿Cuándo es La Borges haciendo “De” y cuando es el personaje mimetizado en “La Borges”? preguntas retóricas, supongo, pero en Tokio, en particular, para nada aparece la Borges y, por el contrario, sí aparece una gran actriz interpretando un papel preciosista, pequeño en apariencias pero grande y extremadamente rico cuando de emociones se trata.
Y si como partenaire se le pone al lado nada menos que a un actor de la talla de Luis Brandoni, la experiencia cinematográfica no puede ser menos que memorable y para atesorar en la colección de pequeñas (grandes) películas del cine nacional.Como no podía ser menos Luis Brandoni hace lo suyo con la versatilidad actoral que lo caracteriza y que lo ubica entre los grandes actores de los últimos tiempos.
El personaje que encarna si bien está basado en el prototipo ideal del músico de jazz (hombre mayor de cincuenta años, bohemio, extremadamente seductor y capaz de decir las mas grandes mentiras o promesas con tal de irse acompañado de la señora o señorita que caiga en sus redes o muerda el anzuelo) el director, lejos de abusar de esa figura logra ubicarlo en un lugar de antigalán y que ante la aparición de la desencantada mujer que interpreta Graciela Borges, no puede más que transformarse en una especie de burlador burlado y caer rendido ante la voz y la sensualidad ineludible que ella transmite aún desde su la inseguridad y el atolondramiento natural que reviste su persona.
Si tuviera que definir a Tokio en pocas palabras diría que es una pieza que cuenta con dos actores sensacionales, una historia con pocas intervenciones en el cine mundial (pareciera que las historias de amor entre personas mayores sólo interesan a las personas mayores) y un trabajo de dirección poco memorable.
Pero por suerte el film, gracias a la intervención de los dos grandes de la escena nacional, las agradables piezas de jazz que musicalizan los diálogos minimalistas (que por momentos parecen ingenuos pero no por ello menos profundos) y una trama que se aparta de los tiempos y ritmos convencionales la posicionan dentro de las películas recomendables y que bien merecen ocupar un espacio digno dentro de la cinematografía nacional.El leitmotiv del film bien podría ser “La vida te da sorpresas” ya que vaya si sorprende a esta pareja de sesentones que pensaban que ya nada atractivo podría pasarles en la vida y, sin embargo, la felicidad parece estar esperándolos más cerca de lo que creían.
A partir del encuentro casual en el bar Bombón (nombre más propicio para atmósferas de bolero o baladas que para acordes de jazz) y una serie de situaciones que apelan al cliché de las comedias de enredos, Maxi Gutierrez logra una comedia intimista, resuelta en ambientes pequeños, con pocas palabras, miradas elocuentes y pequeños gestos que encierran sentimientos, frustraciones y un gran deseo de los personajes por vivir la vida como cualquier ser humano merece: alejado de la soledad y en presencia del verdadero amor.
Calificación: *** (Buena)
TOKIO (2015, Argentina), Dirección: Maxi Gutierrez, Guión: María Laura Gargarella, Elenco: Graciela Borges, Luis Brandoni, Guillermina Valdez, Música: Jerónimo Piazza, Fotografía: Horacio Maira (Duración: 82´- Color)