La ceremonia del Bar Mitzvah es uno de los ritos de pasaje que, en la comunidad judía, indica no sólo el fin de la niñez y el ingreso en la juventud sino, además, el inicio de la etapa reproductiva y la posibilidad de asumir las responsabilidades del mundo adulto. Así es como cuando los varones llegan a los 13 años y a los 12 las mujeres, las familias asisten al templo para llevar a cabo la ceremonia en la cual sus hijos ingresen a la vida adulta, sean capaces de responder por los 613 mandamientos de la Torá y puedan llevar a cabo oficios religiosos que prolonguen el credo judaico establecido a través de los tiempos.
Sobre la base de aquel ritual de pasaje es que el director Daniel Burman quiso contar su nueva historia. Lo cierto es que no sólo se valió de ella para exponer una de las prácticas más significativas de la cultura hebrea, sino que fue más allá, al complejizarlo en la historia de Rubén, un niño que, al llegar a la edad de tener que realizarlo, se niega rotundamente por sentirse una niña en el cuerpo de un niño y elige ese momento para hacer explícito ante sus padres, una conducta que no es aceptada por la comunidad judía. A partir de ese momento, el director se entromete en la intimidad de una familia judía de comerciantes que viven en la Argentina de los años 80 (dato no menor que agrava la situación discriminatoria hacia el niño de naturaleza trans) y los acompaña con su cámara por un largo proceso que finaliza (o comienza) en la época actual cuando aquel niño del inicio, vuelve reconvertido no sólo en una mujer sino en una estrella de la canción mundial en lengua hebrea.
Tal como el Ulises que regresa a Itaca luego de atravesar todo tipo de peripecias y de conocer el inframundo, Mumi Singer (tal es el nombre artístico que adoptó el joven) vuelve a la Argentina luego de haber concluido su proceso de transformación en España y, a partir de entonces, intentará reconectar con su familia, volver a sus orígenes e intentar llevar a cabo aquel Bar Mitzvah que dejó pendiente en su infancia y que ahora lo cree necesario para cerrar la identidad de Rubén y dar paso a la del ser que soñó para sí. En ese sentido es muy interesante el rol que Burman le asigna a la familia a la hora de desarrollar la trama, ya que a través de una identidad progresista y moderna (algo difícil de encontrar hacia el interior de la conservadora comunidad hebrea) los ubica claramente como un eslabón fundamental para sortear las negativas y desplantes de los distintos rabinos que la joven visita y que le devuelven en letra fría de la Torá haciéndole sentir su diferencia de género y la exclusión inevitable que el credo ejerce sobre las personas de su misma condición.
Sin embargo, en aquel derrotero, la cantante no está sola. En la búsqueda para recibir el sacramento del Bar, la figura de su hermano juega un rol fundamental y será el quien, ante la muerte de su padre, se hará cargo de su hermana como el principal soporte emocional y quien finalmente la acompañe en una empresa que tendrá mucho de magia y misticismo para poder reconectar la identidad de aquel niño Rubén que nunca terminó de ser un adulto y la de la mujer que siente, en un rincón de su alma, que una parte suya aún no fue completada.
Con esta película -la número 19 dentro de su filmografía- Burman demuestra no solo haber logrado una solidez como cineasta sino también haber dominado hábilmente el lenguaje audiovisual (algo que no muchos cineastas logran) explotándolo en el máximo de sus capacidades y con el que logra, sin dudas, uno de sus mejores cuentos. El hecho de entrometerse con la cuestión de género al interior de la comunidad judía obliga inevitablemente a pensar en la necesidad de cambios paradigmáticos de los dogmas tradicionales, al mismo tiempo que reivindica el papel de la familia y los afectos como medios para superar las experiencias más complejas que presenta la vida.
Más allá de una trama muy bien estructurada y de algunos elementos audiovisuales que vuelven a la pieza una verdadera “rareza” dentro de la filmografía de Burman, el elemento que más destaca y merece una mención especial es el sólido elenco integrado por la española Penélope Guerrero (interpretando a la protagonista), Juan Minujín (en el papel del hermano), Alejandro Awada y Alejandra Flechner (en el papel de los padres) y las colaboraciones de Carlos Belloso y Damián Dreizik (dos incorporaciones que siempre se agradecen ya sea en pantalla chica o grande)
Con Transmitzvah, Burman logró llevar a la pantalla un tema difícil y traumático para la comunidad a la cual pertenece sin caer en lugares comunes ni apelar a excesivas dosis de melodrama. Así es como materializado bajo la forma de comedia y con una serie de elementos que evocan un realismo mágico jamás visto en su cine, bajo la forma de cuento posmoderno logra uno de sus films más políticos y comprometidos de toda su carrera a la vez que se alza como una cita de autor más que capacitada para seguir hablando de las filias y fobias que aquejan a una de las comunidades más antiguas de la humanidad.
Calificación: **** (Muy Buena)
TRANSMITZVAH (Argentina-2024) Dirección: Daniel Burman, Elenco: Penélope Guerrero, Juan Minujin, Alejandro Awada, Alejandra Flechner, Carlos Belloso y Damián Dreizik, Música: Gabriel Chwojnik, Fotografía: Rodrigo Pulpeiro, Duración: 100 minutos-Color