Quien en los años ochenta en Argentina sintonizaba canal 9 sabía que asistía a una experiencia hipnótica que, dependiendo el tiempo que tuviera libre para despuntar el vicio de espectador, podía traducirse en unas cuantas horas desde la mañana hasta entrada la madrugada. Por entonces, también, un viejo eslogan del canal inmortalizado una década antes rezaba: “Del nueve nadie me mueve” y, para los años en que José de Zer le puso color al noticiero con sus apariciones extraterrestres o acampando en casas embrujadas, la emisora a cargo de Alejandro Romay ya había patentado a un par de mellizas (las recordadas hermanas Serantes quienes saltaron a la fama siendo niñas como “Nu” y “eve”, las mellicitas del nueve) había alojado en sus estudios nada menos que El Club de Anteojito y Antifaz y gozaba el reinado que le imprimía su condición de “Zar de la televisión argentina”.
Así es como en aquellos años de transición democrática el canal de la palomita (tal como se lo llamaba por entonces) supo elucubrar una pantalla que hoy, a la distancia, supone una verdadera e inolvidable kermesse televisiva en la que cada uno de los espectadores, sin importar condición social, etaria o cultural, siempre tenían un premio. Quien podía largarse a la aventura de zambullirse en semejante propuesta, a lo largo del día podía disfrutar de telenovelas filmadas al estilo hollywoodesco, series de terror, mujeres que cocinaban en cámara, divas que comían en vivo, chimenteros que ventilaban lo más bajos secretos de la colonia artística, humoristas que hacían reír a un país y hasta vedettes que regalaban sus topless metiéndose en la cama con políticos, artistas o científicos sin distinción ni pruritos.
Pero lo cierto es que en medio de esa caja de Pandora que significaba la exótica programación del canal, fue la primera vez en la historia de los medios de comunicación argentina donde un noticiero (Nuevediario) alcanzó los mismos niveles de audiencia –e incluso los superó- a muchos de los productos de ficción antes mencionados. Y en ese sentido, la figura del periodista José de Zer fue fundamental.
Iniciado en el periodismo a fines de la década del sesenta, luego en los convulsionados años en los que la guerrilla armada resistía a los embates del terrorismo de Estado, José de Zer ya trabajaba en Revista Gente y en el Semanario 7 días. Desde allí se hizo visible entre los famosos y por ello durante años –incluso en sus primeros años de Nuevediario lo hizo- se dedicó a entrevistar a diferentes personajes del jet-set argentino y a cubrir diversos eventos del mundo del espectáculo siendo el femicidio de Alicia Muñiz (a manos del ex boxeador Carlos Monzón) y el suicidio de Alberto Olmedo dos de las más memorables coberturas de aquel período.
Sin embargo, todo cambió el día que a mediados de los años 80 aquel micrófono que portaba en su mano, con un número 9 en el cubículo, abandonó temporalmente las fastuosas casas de artistas y las fiestas en hoteles de lujo para trasladarse a las sierras cordobesas y relatar desde “aparentes lugares in situ” una invasión silenciosa de naves espaciales y de seres extraterrestres que habrían decidido que había llegado el momento de bajar a la tierra y reclamar un espacio compartido en el mundo de los terrícolas. Lo cierto es que aquellas entrevistas con lugareños cargadas de suspenso y una parafernalia que crecía en cada una de las entregas no sólo posicionaron a Córdoba como un centro de avistaje de experiencias paranormales, sino que, además, publicitó al lugar hasta transformarlo rápidamente en un centro de peregrinaje para aquellos que se encontraban en la búsqueda de una nueva espiritualidad, aparentemente perdida en aquellos años en los que el ajetreado siglo veinte llegaba iba llegando a su fin.
Si bien el film protagonizado por Leonardo Sbaraglia intenta rescatar al José de Zer periodista que posicionó al fenómeno de los ovnis en la agenda periodística de aquellos años, desde el guión, se trabajó cuidadosamente el otro De Zer, ese que puertas adentro y por fuera de la pantalla que lo transformó en un personaje mediático queda expuesto como un ser vulnerable, adicto, poco afecto al cuidado de su familia y lo suficientemente reservado como para haber mantenido el affaire oculto con una importante vedette sin que se supiera hasta el momento de esta proyección.
Con una trama basada en los secretos y los testimonios de quienes más lo conocieron en la intimidad, Lerman despliega un hermoso relato para el cual parte de De Zer como personaje y, a partir de su figura profesional, elucubra una serie de situaciones e imágenes - surrealistas algunas y extremadamente kitsch otras- para contar un cuento cargado de fantasía y con una buena dosis de ficción y logra romper con la dosis de realismo a las que nos tiene acostumbrados el cine nacional (al menos en lo que a biografías respecta) Es quizás por ello que sea tan difícil de encuadrar el film dentro de un género ya que el exceso de elementos fantásticos y licencias estilísticas lo alejan de ser una biopic tradicional y la vuelve una verdadera rareza que se disfruta y se agradece por partes iguales.
Además de la excelente reconstrucción de los años ochenta y de un elenco de pocas pero simpáticas apariciones (Osmar Nuñez como productor de Nuevediario, Norman Brisky como Alejandro Romay, Daniel Araoz como el bombero cordobés que detestaba a De Zer y Mónica Ayos en el papel de la mítica vedette nacional) el film abunda en mágicos momentos que evocan los musicales de antaño, algunos hits del rock & pop nacional y una dirección de arte cuidada hasta el más mínimo detalle haciendo del film un producto de gran nivel.
El hombre que amaba los platos voladores es una historia sencilla, cargada de recuerdos y momentos emotivos pensados directamente para apuntar al corazón del espectador. A partir del recordado José De Zer, Lerman invita a pensar no sólo el rol del periodismo como hacedor de opinión y creador de agenda sino, también, en la necesidad de creer en algo “más allá” que tenían los argentinos de aquellos años en los que la realidad de la última dictadura comenzaba a hacerse un espacio en el inconsciente colectivo y donde la esperanza de que en el nuevo siglo que se avecinaba la idea de ser felices dejaría der ser una mera utopía y, finalmente, se volvería realidad.
Calificación: *** (Buena)
EL HOMBRE QUE AMABA LOS PLATOS VOLADORES (2024, Argentina) Dirección: Diego Lerman, Elenco: Leonardo Sbaraglia, Norman Briski, María Merlino, Monica Ayos y Guillermo Arnengo, Música: Jose Villalobos, Fotografía: Wojciech Staron, Duración: 107 minutos- Color