El 17 de diciembre pasado la llama votiva que encendió a una de las más grandes actrices de Iberoamérica, se apagó de repente. Quien portaba ese fuego alimentado a base de talento y deseo era ni más ni menos que Marisa Paredes, la mujer que no sólo le puso el cuerpo a los personajes más recordados y adorables de la cinematografia en español sino que, además, supo llevar a su país a ocupar un sitio de privilegio en la historia del cine para siempre (fue miembro honorífico de la Academia de Cine de España)Hija de padres de clase media (siempre recordaba que llegó a ser una estrella siendo la "hija de la portera") en su juventud comenzó a hacer teatro vocacional y, desde entonces, nunca más se detuvo hasta convertirse en una verdadera leyenda.