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25 Mar
25Mar

Cuando La Muerte del Señor Lazarescu gano el Premio Un Certain Regard (Una cierta mirada) en el Festival de Cannes de 2005, supe que cuando se estrenara en Argentina, me iba a encontrar con una interesante propuesta, de esas que no abundan en el cine de Europa del este. Durante los meses que tardó en llegar a nuestro pais, llevado por la extraña curiosidad que me producía el afiche promocional (formado por dos gatos sobre una camilla vacia, de la que cuelgan una campera y un bolso, en claro signo de desolación) me dediqué a leer las criticas de aquellos que tuvieron la posibilidad de verla en el Festival de Cannes, o bien en algun festival de cine independiente como el de Sundance o el Bafici porteño.

Y lo cierto es que, durante ese tiempo, un poco desencantado con aquellos comentarios que leía, me sorprendió que gran parte de la crítica coincidiera en catalogarla como comedia negra o pieza ácida y, que ningun caso, lo hicieran como si se tratara de una historia dramática, tal cual como se podía inferir a través de la sinopsis o bien por los conmovedores diseños de sus afiches.

Así es que entre tanta dicotomía crítica decidí no influenciarme mas por los comentarios y esperar al estreno para y poder sacar de esa forma, mis propias conclusiones. Finalmente ese día llegó y, luego de terminar de verla, tuve argumentos suficientes para desestimar aquella categorización de comedia negra otorgada por la crítica, ya que si bien la obra cuenta con algunos momentos que a muchos espectadores les podrán parecer divertidos, en el fondo, encierran una triste realidad y una desoladora historia que tiene como protagonista a un hombre que clama desde su silencio, le sea reconocida la tantas veces negada dignidad de los enfermos.

En el film de Cristi Puiu, Dante Lazarescu es un anciano rumano excluido del sistema y que vive solo en una humilde casa con sus cuatro gatos, quienes se presentan ante los ojos del espectador como la única compañía de su desolada existencia. El Señor Lazarescu es alcohólico, y a medida que se devanea incoherentemente por los angostos pasillos de su casa, deja al descubierto un malestar que, según él, lo tiene desde hace cuatro días, y que lo tiene sumido en un estado de desesperación y dolor que ya no soporta más. Entre tambaleos, volcaduras de vino y un mareo que parece no dejarlo en paz, se impone a su malestar y disca en el teléfono el número de emergencias. 

Del otro lado, lo atiende una voz femenina y lo interroga acerca de la gravedad del caso. El Señor Lazarescu la escucha y le dice que desde hace cuatro días sufre de un fuerte dolor de cabeza y de un gran estreñimiento en su zona abdominal. La mujer se da cuenta de que está hablando con un interlocutor en inocultable estado de ebriedad y le dice que en ese momento no tienen ambulancias para enviarle, con lo cual deberá esperar pacientemente el momento de ser atendido.

Lazarescu sale y toca el timbre en la casa de un matrimonio vecino. Se abre la puerta y aparece una mujer regordeta con un repasador en su mano, en clara actitud de demostrar que fue interrumpida en el mismo momento en que se dignaba a sacar la comida del horno. Acto seguido aparece su esposo, quien como si supiera de antemano la dolencia que aqueja al anciano, lo toma del brazo y lo escucha pacientemente, con la comprensión que solo aquel que es portador de un gran corazon puede hacer. 

Y el Señor Lazarescu le cuenta que desde hace varios dias sufre de unos terribles dolores en la cabeza y que ha llamado a urgencias, pero como es sábado a la noche, el servicio de ambulancias ha colapsado. 

El hombre lo lleva hasta su casa y lo acuesta en el sofá del living, no sin antes reprocharle que dejara la bebida, podría sentirse mucho mejor y quizás, podría vivir muchos años. En ese momento, sin ninguna posibilidad de refutar el regaño propinado, Lazarescu se hinca sobre un costado y vomita rojo, sangre. El hombre va en busca de su esposa y juntos llaman nuevamente a urgencias. Según la operadora va en camino.

En esa escena es donde se dan algunos diálogos que pueden resultar cómicos, pero lo cierto es que dada la gravedad del caso, las palabras que se dicen, más que carcajadas, lo que arrancan son suspiros. La ambulancia llega. Una enfermera inexperta – y algo molesta por haber tenido que abandonar por la tranquilidad del hospital- lo revisa precariamente, y arroja (en un ambiente en el que el enfermo no puede escucharla) un diagnóstico que puede hacer cambiar el cauce de la noche: en apariencias, el Sr. Lazarescu padecería de cáncer intestinal y debe ser internado cuanto antes si quiere salvar su vida.

Son las diez de la noche en un sábado invernal de Bucarest, y a partir de ese momento, el enfermo es sacado de su casa y subido a una ambulancia que lo transportará hacia un largo peregrinaje por casi una decena de hospitales en los que, lejos de atenderlo y dedicarse a su dolencia, lo único que encontrará son agravios de médicos negligentes que intentarán desentenderse del caso por tratarse de lo que ellos creen que es “una simple borrachera”.

De esa forma - y con un argumento cargado de desesperación y soledad – es que Cristi Puiu hace su aporte al cine, y desde allí, deja al descubierto la cara mas obscena e indiferente que presentan los sistemas modernos de salud a la hora de mitigar el dolor de sus pacientes.

Pero si bien en su film el espectador se inmiscuye en las deficiencias y la falta de valores que sufren quienes supuestamente han jurado salvar la vida de los demas, también subyace un mensaje de que existe una contracara, la cual queda excelentemente representada en los personajes de los vecinos y de la enfermera , quien a diferencia del resto, toma el caso del Señor Lazarescu como una causa personal, exponiéndose a quedar excluida del sistema que le paga el sueldo y le exige que no se involucre con quienes padecen.

Por todo eso, La Muerte del Señor Lazarescu es una interesante película, cargada de un hondo dramatismo y de momentos de silencio en los que el pobre personaje central – sólo con miradas y gestos – logra comunicar un desasosiego y entrega ante una vida que presiente, se le escapa de las manos con cada minuto que pasa y tardan en asistirlo.

Una verdadera pieza para atesorar en la videoteca y que deja flotando en el ambiente la idea de que, muchas veces, el olvido, la inacción y la falta de condescendencia frente al dolor ajeno, pueden condenar a muerte mucho más que los casos de mala praxis.

LA MUERTE DEL SEÑOR LAZARESCU (2005, Rumania) Director: Cristi Puiu, Elenco: Ion Fiscuteanu, Luminita Gheorghiu, Gabriel Spahiu, Doru Ana, Dana Dogaru, Florin Zamfirescu y Clara Voda. (Duración: 153 minutos, Color) 

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