Se levanta el telón en la sala e irrumpen dos mujeres bailando al compás de “O let me weep, for ever weep” de Henry Purcell. En medio de una decena de sillas de madera, un hombre las persigue intentando tocarlas. Una de ellas cae muerta, y la otra, en cuestión de segundos, como en un ritual ya preestablecido, hace lo mismo.
En la primera fila de la sala, dos hombres están sentados, uno al lado del otro. Uno de ellos no puede evitar llorar como un niño ante el estupor que le produce la interpretación de los artistas. El otro, lo mira de reojo, no pudiendo creer que un hombre pueda llorar con un sentimiento tal. Ambos no se conocen, pero el destino escrito de antemano como un designio de oráculo griego, será el encargado de hacer que se unan en una particular amistad que perdurará por el resto de la historia.
El hombre de las lágrimas es Marco (Darío Grandinetti) un periodista argentino que escribe una columna para el diario “El País”. El otro, es Benigno (Javier Cámara), un joven madrileño de 30 años, enfermero y que aún no ha conocido el amor.
Marco deberá conseguir una entrevista con Lidia Gonzáles (Rosario Flores) una torera sevillana que acaba de romper con el matador “El niño de Valencia”, con quien compartió las primeras planas de las revistas del corazón. Lidia se niega a otorgar entrevistas a aquellos que sabe que la van a interrogar acerca de su vida privada, pero ante una inesperada ayuda que le brinda el periodista, decide a modo de compensación, brindarle el reportaje.
Meses más tarde, Marco y Lidia, son ya una pareja consolidada y viaja camino a Córdoba en donde Lidia protagonizará una de las corridas más importantes de su carrera, sin imaginarse quizás en el fatídico desenlace que tendrá la misma. Apenas salido el toro, la lastima de forma tal que la joven queda en estado vegetativo y es internada en la clínica “El Bosque” en la ciudad de Madrid.
Una vez instalado allí, Marco comenzará una amistad con aquel hombre con el que compartió la butaca en el teatro. Benigno trabaja en ese lugar como enfermero, y tiene a su cuidado a Alicia (Leonor Watling), una joven bailarina que a consecuencia de un accidente automovilístico, ha quedado en estado de coma irreversible, en iguales condiciones que las que se encuentra Lidia.
Marco y Benigno comparten el dolor, ambos tienen a la mujer que aman casi muerta, y a partir de ese dolor construirán una verdadera amistad que les ayudará a sobrevivir sus desgracias. El film, todo el tiempo, mediante la técnica del background, lleva al espectador a través de la vida de los personajes. El pasado y el presente se funden en un solo momento para dejar en claro de que forma se fueron tramando las relaciones entre ambos. Fiel a las temáticas almodovarianas, la historia propone un juego de pasiones de las más profundas y enjambradas: amores irracionales, no correspondidos, soledad, tristeza, locura, ternura, eterna esperanza, y un fuerte juego de opuestos en los que se pueden ver perfectamente reflejadas las conductas de las cuales no estamos exentos ningunos de los seres que habitamos este planeta.
En cuanto a las actuaciones, el papel desempeñado por Darío Grandinetti, es de los más superlativos de toda su carrera. Almodóvar, al hacer un balance de su actuación dijo que es el hombre con mayor cantidad de registros de miradas que haya visto. Grandinetti, con su composición de Marcos, logra convertirse en cómplice del espectador, que no puede más que ser parte de los sentimientos que invaden al personaje a lo largo de la historia. Y de igual brillantez, es la actuación de Javier Cámara, quien con su versatilidad artística expone un amplio mosaico de emociones que van desde la risa mas ingenua a la más dura de las tragedias, como es la que le toca vivir a Benigno.
Las dos mujeres en esta historia llevan las de perder, ya que mas de la mitad de la película lo pasan en estado de coma en una cama, aunque de las dos, la de Rosario Flores es una interpretación muy bien lograda, ya que le da a la piel de la matadora Lidia Gonzáles, una mezcla de aire gitano y soberbia taurina que la hacen muy particular.
La escenografía, a diferencia de films anteriores (Átame, Tacones Lejanos, Kika) carece casi de elementos kitsch (sello identificatorio del cineasta manchego). Esta vez, en cambio, cada uno de los elementos que componen las escenas cumple una función estética fundamental. Nada está de más, ni fuera de lugar. La música es entre otros, uno de los puntos más destacables del film. La banda de sonido fue compuesta por Alberto Iglesias, quien ha musicalizado también “La flor de mi secreto”, “Carne trémula” y “Todo Sobre mi madre”. En el repertorio elegido, las dos joyas fundamentales la constituyen la versión de “Cucurrucucú Paloma” que interpreta en vivo Caetano Veloso, y “Por toda minha vida” en la voz de la cantante brasileña Elis Regina.
Hable con ella es una propuesta digna de ser vista. En definitiva, es una muestra más de la evolución y el crecimiento que el director español ha conseguido a lo largo de todos estos años de filmografía, y que lo han colocado en un sitio privilegiado como uno de los más destacados exponentes del séptimo arte.