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14 Apr
14Apr

"Tenía que hacer “La mala educación”, tenía que quitármela de encima, antes de que se convirtiera en una obsesión. Había manoseado el guión durante más de 10 años, y podía seguir así una década más. Por la cantidad de posibles combinaciones, la trama de “La mala educación” sólo se terminó de escribir cuando la película ya estaba rodada, montada y mezclada."
Pedro Almodóvar

Una música digna de film negro acompaña los títulos de inicio y envuelve al espectador en un halo de misterio. Entremezcladas con los acordes escalofriantes se sucede una serie de imágenes en las cuales no faltan las paredes escritas de un colegio, estampas del sagrado corazón, figurines kitsch de travestis posmodernos, cortes anatómicos de un aparato reproductor masculino y elementos religiosos. La cámara hace un recorrido vertiginoso y se introduce en el interior de la oficina de un director de cine, Enrique Goded. Son los años 80, el escenario es Madrid y el cineasta se encuentra en pleno proceso de búsqueda de una historia para contar en su próxima película, pero no le resulta fácil.

Ayudado por su productor, Enrique recorta las crónicas policiales a ver si detrás de ellas logra encontrar una historia digna de convertirse en guión. Y la historia llega, pero de la forma menos pensada. “Lo malo de las plegarias sucede cuando son escuchadas” dijo alguna vez Truman Capote y eso es lo que le sucederá al protagonista. En la oficina, casi de improviso, aparece Ignacio - su antiguo compañero de colegio - a quien hace mas de veinte años que no ve y luego de contarle que es actor en un grupo de teatro vocacional, le ofrece que lea “La visita”, un guión que acaba de escribir y que está inspirado en los hechos que forjaron la infancia de ambos.

Goded comienza a dar lectura al guión, y a partir de allí, pondrá en marcha un proceso psicológico en el cual irán apareciendo los recuerdos del colegio en los oscuros años sesenta, los abusos del Padre Manolo y su primer encuentro amoroso en un cine de Valencia, acompañado desde la pantalla por el primer plano de una joven Sara Montiel que habla con una monja y le relata sus penurias fuera del convento, en una escena extraída de “Yo soy esa mujer” de 1968.

Pero la historia de La mala educación no es una historia sencilla. Como la película está armada sobre la estructura de cajas chinas, el espectador a lo largo de los 105 minutos de duración, podrá apreciar tres historias en una. Tres historias que tomarán un sentido de unidad recién cuando Enrique Goded comience el rodaje y sin que nadie lo espere llegará al set de filmación la visita a la que alude el guión de Ignacio.

En realidad, Almodóvar se vale del guión de “La visita” para poder contar “La Mala educación” que se encuentra inserta dentro de él como una muñeca rusa dentro de otra (Este recurso de hipertextualidad es muy utilizado en su cine – recordemos los textos subyacentes de “All about Eve” y “Un tranvía llamado deseo” en "Todo sobre mi madre", o la incorporación del Tanzteather de Pina Bausch en Hable con ella como un elemento metafórico e identificatorio con algunos de los personajes). 

Además del homenaje al cine negro que tanto lo influyó en sus comienzos (En Matador, Assumpta Serna encarna a una abogada que mata a sus amantes clavándoles una horquilla en la espalda o en ¿Qué hecho yo para merecer esto? Carmen Maura asesina a su marido y transforma la comedia en tragedia) en esta última, apela a la autorreferencialidad hurgando en su propia filmografía y sacando del baúl algunos demonios creados por él en los años ochenta. (Por lo que resulta casi imposible no creer que en el fondo Goded no sea más que la representación del propio Pedro Almodóvar).

Así es como en esa galería de personajes, aparecen el padre Manolo, pedófilo, autoritario e hipócrita, tal cual como se lo había presentado en La ley del deseo, y también la Zahara que encarna García Bernal está inspirada en Tina (aquel travesti interpretado por Carmen Maura) quien regresa a la iglesia a la que asistió cuando pequeña y se le presenta al cura para demostrarle que ya no es el niño que él había violado cuando pequeño, sino que se ha convertido en una estrella porno del cine español y ha venido a confesarle que ha estado enamorada de él desde aquel abuso de la infancia.

Pero estos dos no son los únicos personajes que toma de aquel film, ya que el personaje principal de La ley de deseo, Pablo Quintero, (encarnado por Eusebio Poncela) también era un director de cine y al igual que Goded, ambos se encuentran de alguna manera relacionados con la tortuosa historia de un travesti, abusado de niño por un sacerdote. (Uno como hermano del infante abusado y el otro como amigo). Si bien es cierto que muchos críticos han asegurado que el manchego al hacer esta película ha apelado al autoplagio (como consecuencia de un vacío de ideas) esto no es así. 

Lo cierto es que Almodóvar - lejos de copiarse a sí mismo - ha demostrado obtener una madurez y una experiencia como cineasta (al punto tal de que muchos lo consideran un iconoclasta del cine español) que le permiten darse el gusto de filmar la historia que quiera, decidiendo cuándo, dónde y con quién sin importar muchas veces, hacia que sector de la sociedad apunta.

En síntesis, La mala educación es una película altamente recomendable, con una imagen, una estética, unos decorados y una reconstrucción de los años 60 y 80 realmente muy bien lograda (para la escena en que los niños Enrique e Ignacio van al cine a ver el film de Sara Montiel, por ejemplo, tuvo que reconstruir un cine de barrio en Valencia cerrado y abandonado desde 1963).

En la conferencia de prensa que brindó Madrid, con motivo del estreno, dijo que lo que más le interesaba del momento histórico que refleja la película, es la borrachera de libertad que vivía España, en oposición al oscurantismo y la represión de los años 60. “Los primeros ochenta eran por ello, el marco ideal para que los protagonistas, ya adultos, sean dueños de sus destinos, de sus cuerpos y de sus deseos”. Y lo cierto, es que como sus personajes, Almodóvar en lo personal vivió un proceso similar; demostró haber crecido, haber madurado y haberse hecho dueño de su destino (como cineasta) y de sus deseos (plasmados en el celuloide).

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