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14 Aug
14Aug

A principios de la década del 20, Franz Kafka publicaba su controvertido escrito titulado La metamorfosis, un verdadero manifiesto de literatura expresionista, que poco tiempo después comenzaría un largo camino hasta situarse en una de las piezas fundamentales del arte contemporáneo. Pero no fue Kafka con su personaje de Gregor Samsa (aquel que se despierta una mañana y se encuentra transformado en un asqueroso insecto parecido a una cucaracha) el primero en hablar de la metamorfosis como un hecho susceptible de acontecer en el mundo de los humanos.

Ya en la Europa de los siglos XV y XVI, los alemanes dejaron testimonio en documentos históricos (sobre todo en aquellos del ámbito eclesiástico) respecto de la mutación a la que eran sometidos algunos seres humanos, quienes sufriendo una aparente enfermedad denominada Licantropía, en las noches de luna llena se transformaban en lobos, asesinando y destrozando a mansalva todo aquello que se les pusiera adelante. Incluso, aseguran que en los registros de los autos de fe de la inquisición, pueden encontrarse cientos de testimonios de personas que aseguran haber sido testigos en ejecuciones de varios individuos acusados de transformarse en hombres-lobo.

Lo cierto es que, mas alla de lo anecdótico y lo poco comprobable de estas aseveraciones, la leyenda popular continuó transmitiéndose de generación en generación, hasta que a inicios del siglo XIX (año en que comenzaron a producirse los primeros movimientos migratorios de la historia) y con las oleadas de extranjeros que llegaron a América, muchas de ellas fueron asimiladas por los americanos, que de una forma sincrética, las adaptaron a su cultura y no tardaron en incorporarlas al inconciente colectivo de sus pueblos.

En Argentina, por ejemplo, esta leyenda mutó tanto como el personaje que la sustenta, y se transformó en la historia del lobizón difundida en el ámbito rural pampeano y logrando un alto grado de aceptación por parte de los pobladores de la zona. A consecuencia, durante años, los gauchos pampeanos creyeron que si un matrimonio tenía como descendencia una seguidilla de siete hijos varones, el último, indefectiblemente estaría predestinado a transformarse en las noches de luna llena, no pudiendo evitar tener conductas orgiásticas en las cuales la carne y la muerte convivieran como dos caras de una misma moneda.

Pero lo cierto es que, más allá de la difusión del mito, recién en 1975 pudo ser llevado a la pantalla grande. El trabajo de materializar la leyenda, finalmente recayó en el director argentino Leonardo Favio, quien luego de leer la adaptación de la historia escrita por Juan Carlos Chiappe (y que llevaba por título original Las palomas y los gritos) no dudó en traducirla al lenguaje cinematográfico.

Favio comienza el film con una bruja (la Lechiguana) atravesando los ventosos caminos pampeanos, acompañada por Fidelia (una exótica niña que oficia de lazarillo, vestida en forma exagerada y con un maquillaje grotesco) en dirección hacia un pueblo cercano, ya que se enteró de que hay una mujer que está a punto de alumbrar a su séptimo hijo varón, quien llevará por nombre Nazareno Cruz y del cual ella deberá ser la protectora. Pero la desconfianza de los pobladores es tan grande, que su presencia no podrá impedir que condenen al destierro a la joven madre, quien al otro día parir a su hijo, debe abandonar el lugar, al cual regresarán casi dos décadas más tarde.

Así es como, cuando Nazareno cumple veinte años, (y viendo que el designio que le habia vaticinado la bruja no se cumplió) decide volver al pueblo. Y ese mismo día, en el mercado de la plaza, comenzará un romance con Griselda, una de las muchachas más bellas del lugar. De esa forma, el enamoramiento de ambos, será la piedra fundamental sobre la que se comenzará a tejer la predicción de la Lechiguana, por que una vez informado de la novedad, aparecerá el mismo diablo (personificado bajo la forma de un gaucho) y le comunicará a Nazareno que si no quiere convertirse en lobizón, deberá renunciar al amor de Griselda.

Acorralado entre un destino que parece inminente y la posibilidad de perder el gran amor de su vida, Nazareno decide no escuchar al diablo y continuar con la relación. Pero esa misma noche (la primera de luna llena desde que se enamoró) los espíritus maléficos se apoderarán de su cuerpo, se transformará en una fiera salvaje y dará inicio a una serie de asesinatos, los cuales pondrán en alerta a los habitantes del pueblo.

Y será justo en ese momento, cuando el diablo le provocará al joven un descenso a los infiernos, tratando de renovar la oferta de salvarle la vida a cambio de que renuncie al amor de Griselda (quien para colmo de males está embarazada). Pero Nazareno se revela, quedando expuesto a la voluntad del pueblo que clama por su muerte y a merced de un destino inevitable, el cual desde un principio, supo que no podría burlar.

El film no sólo significó un verdadero hito en la historia del cine argentino sino que, gracias a la novedosa visión surrealista desplegada para narrar la historia, Leonardo Favio se convirtió ante los ojos de la prensa mundial, en el hacedor de la vanguardia cinematográfica latinoamericana. De las actuaciones poco se puede decir, ya que la cuidada selección de actores que se hizo para integrar el elenco, habla por sí sola, logrando ser una de las pocas películas nacionales que alcanzaron un reparto de tan alto nivel (Alfredo Alcón como el diablo, Juan José Camero como Nazareno Cruz, Nora Cullen como La Lechiguana y Marina Magali como Griselda).

El otro elemento que brilla con luz propia es la escenografía, ya que el director no sólo se jugó a rodar en escenarios naturales, sino que además, realizó un exhaustivo trabajo estético para recrear algunos espacios interiores. Así, uno de los que más sorprende, es el que corresponde al infierno, para el cual Favio se inspiró en El Jardín de las delicias (aquel tríptico manierista pintado por El Bosco), al cual pobló de elementos simbólicos que dieron origen a suspicacias e interpretaciones elaboradas por semiólogos y críticos de la época.

Nazareno Cruz y el lobo es una maravillosa pieza del cine argentino.Con una mesurada oscilación entre el mundo fantástico y el real, logra desentrañar una de las creencias que más arraigada estuvo en el inconciente colectivo del país: la del hombre lobo.

NAZARENO CRUZ Y EL LOBO (1975, ARGENTINA) Dirección: Leonardo Favio, Elenco: Alfredo Alcón, Juan José Camero, Elcira Olivera Garcés, Nora Cullen y Marina Magalí. Fotografía: Juan José Stagnaro, Escenografía:Miguel Angel Lumaldo. (92 minutos, Color)

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