En una de sus canciones el español Joaquín Sabina realiza una enumeración de las diferentes tipologías femeninas con las que se ha encontrado a lo largo de su vida, y entre ellas, exalta dos que conmueven: la de las mujeres “atadas de manos y pies al olvido” y la de las mujeres que “huyen perseguidas por su soledad”. Si se tiene en cuenta la calificación de Sabina y se conoce a través de la pantalla la vida de la actriz María Falconetti asalta la sensación de que el español no se equivocó en su categorización y que, si hubiera que definir a la actriz con un tema, no habría otro que la describiera mejor.
Las ataduras al olvido y la huída eterna de la soledad en la protagonista de La pasión de Juana de Arco adquieren una entidad indiscutida cuando su vida es expuesta en la pantalla y deja al descubierto una de las historias más fascinantes que se hayan visto en celebridades del período silente del cine (de las cuales la información y el material no abundan).
Pero cuando a esa vida que por momentos roza lo fantástico se le agrega la ciudad de Buenos Aires como destino final del personaje, no puede menos que transformarse en una pieza indispensable y de apreciación casi obligatoria para los amantes del cine clásico.Con Llamas de nitrato el director argentino Mirko Stopar se entromete en la vida de María Falconetti como si se tratara de un voyeur pero, a medida que se desarrolla el film, el espectador toma conciencia de que el ojo del director lejos está de aquella clasificación y queda al descubierto el gran trabajo de investigación que implicó la recopilación de datos (muchos de ellos desconocidos por historiadores del cine y menos aún publicados en enciclopedias o textos académicos) así como las reconstrucciones dramatizadas de algunos de los pasajes biográficos que se mencionan en el documental.
Pero más allá de las cualidades del director como cineasta lo que cabe preguntarse es ¿Porqué la vida de María Falconetti mereció un documental que la sacara del olvido?: pues bien, las respuestas son muchas. La actriz nació en Francia en 1892 y ya en su adolescencia comenzó a trabajar como actriz de teatro en obras de vaudeville o algo ligeras de contenido, típicas en la París de los inicios del siglo XX.
En 1928, mientras ella actuaba en un pequeño teatro es descubierta por el cineasta Carl Dreyer, un danés que desde hacía un tiempo buscaba por los teatros de París a la mujer ideal para que representara nada menos que Juana de Arco, una de las figuras femeninas más importantes de la historia de Francia.
Al ver a María desplegar sobre el escenario sus dotes actorales e -imaginándola sin maquillaje, tal como la querría en su film- se presentó en el camarín de la estrella y le propuso un encuentro para realizarle una oferta laboral. Falconetti aceptó a la invitación y lo citó en su domicilio al otro día. Ambos jamás imaginaron que ese sería el inicio no sólo de la concreción de uno de los proyectos mas importantes en la historia de la cinematografía mundial sino también de una de las relaciones más tormentosas y enfermizas que se haya visto en el mundo del espectáculo.
Como era de esperarse Falconetti pasó de manera excelente las pruebas de cámara y comenzó la lectura del guión. Nunca antes había trabajado en cine dado que era un medio que se encontraba en pleno proceso de construcción y cada film estrenado representaba, además de una pieza cinematográfica, un ladrillo esencial en la identidad del que años más tarde adquiriría la calidad de “manifestación artística” por sobre la de producto meramente industrial.
Apenas iniciado el rodaje Falconetti advirtió que la conducta y el temperamento de Dreyer en varias ocasiones sobrepasaba el límite de lo que se esperaba por un “exceso de profesionalismo” y comenzó a padecer no solo su mal carácter sino el pedido recurrente para encontrar un método eficaz que la pusiera de la manera más real en la piel del drama que le tocaba encarnar.
Así es como la actriz comenzó un derrotero que incluyó algunas pruebas y exigencias abusivas del director, tales como pasar un día entero vestida como el personaje y con grilletes en sus piernas y hasta, como cuentan algunos, ser sometida a pasar algunas horas en un cuarto lleno de ratas para que luego, en el set de filmación, sus expresiones alcanzaran el máximo realismo.
Sin embargo, lejos de abandonar el rodaje, la actriz tomó cada una de estas exigencias y sumado a sus dramas personales (compuesto por abandonos, abusos y malos tratos por parte de sus padres en la infancia) generó un método propio que la hizo llevar a cabo una de las actuaciones que, aún hoy, se sigue exaltando como de las mejores logradas de esa época. Finalmente, cuando el rodaje acabó y la película fue estrenada en Dinamarca, luego de la fotografía que se sacaron para la prensa danesa, Falconetti nunca más lo volvió a ver y jamás quiso saber más nada de él.
De ese modo, convertida en una estrella indiscutida la actriz se transformó en uno de los personajes elegidos para las fiestas del jet-set europeo y se la veía frecuentemente en reductos nocturnos y apostando fuerte en los casinos más reconocidos de las ciudades más emblemáticas de los años de “Belle epoque”. Aunque esa realidad fue efímera y poco a poco la fama y el dinero se le fueron terminando hasta que, luego de la muerte de su amante (un rico anciano que oficiaba más de protector que de pareja) se vió inmersa en una tempestad de la que nunca más saldría.
Con un negro panorama, cargada de deudas, sin posibilidades reales de trabajo en el ambiente parisino y con una soledad irreductible decide viajar a Suiza e intentar allí un nuevo comienzo valiéndose de la fama que le había dado protagonizar a la Juana de Dreyer. Haciendo uso de su nombre se rodea de las figuras de la alta sociedad helvética y colecciona romances con hombres mucho menores que ella, quienes caen rendidos a sus pies dadas su imponente presencia y el enorme carisma que desplegaba en cada uno de los eventos sociales a los que asistía.
Pero la inevitable bancarrota la hace tomar la decisión de venir a Argentina, el país que por entonces significaba la tierra prometida para cualquiera que intentara un cambio radical en su vida y que siempre sería bienvenido, sobre todo si venía de tierras lejanas. Así es como en cuestión de meses Falconetti aparece en la escena porteña y se relaciona con un grupo de franceses que tenían una fuerte presencia en el ámbito cultural de la ciudad.
La esposa del presidente Marcelo T. de Alvear, adepta a apoyar todo aquello proveniente de la ciudad luz (ya que veía en Francia un ejemplo a seguir) había hecho mucho por la colonia francesa en nuestro país y enseguida tomó contacto con la actriz. Así fue como Falconetti comenzó a interpretar los personajes más importantes de las piezas literarias de su país pero no en los grandes teatros de la calle Corrientes (que se encontraban monopolizados por actores nacionales y por piezas de género netamente costumbrista) sino en pequeños escenarios o en otros espacios adaptados a los que asistía un minúsculo grupo selecto, sobre todo de procedencia francesa.
Poco a poco las posibilidades de trabajo en el escenario comenzaron a mermar y Falconetti dio inicio a un proceso de degradación que no pararía hasta el momento de su muerte. Olvidada, alejada de los escenarios y con pocos amigos en el país, la actriz trabajó como profesora de teatro y declamación instruyendo a niñas de la alta sociedad porteña hasta que hasta esa actividad le fue vedada.
Finalmente Falconetti murió en Buenos Aires en 1946, olvidada, alejada de su país natal, sola y en la mas absoluta miseria. Al fallecer, una amiga decidió colocar el ataúd en una bóveda familiar en el cementerio de la Recoleta dado que no tenía a nadie que pudiera darle una cristiana sepultura. Con su muerte la maldición de Juana de Arco parecía cobrarse la última venganza (la supuesta maldición del personaje se vió ejemplificada en el incendio de varias copias del film, el inexplicable incendio de un cine francés en el cual se estrenó por primera vez y, paradójicamente, en la internación de Dreyer en un neuropsiquiátrico llamado ni mas ni menos que “Juana de Arco”).
Con toda esa riqueza biográfica e histórica Mirko Stopar logra un documental de un gran nivel, con un importante trabajo de investigación y un relato que sorprende, emociona y lo ubican como uno de los grandes documentales del cine nacional. Las dramatizaciones en blanco y negro de algunos pasajes de la vida de Falconetti y las voces que dan testimonio en primera persona (jamás se ve un rostro, lo cual aumenta el significado mítico del personaje) son el hilo conductor ideal para reconstruir una de las vidas más interesantes que haya dado el cine mundial.
Si tuviéramos en cuenta a las mujeres que enumera Sabina en su canción, Falconetti sería además de la que estuvo atada al olvido y envuelta en su soledad, una mujer realmente fatal (y entiéndase fatal en el sentido más amplio de la palabra). Dueña de una personalidad avasallante y portadora de un gran talento (los fotogramas de la pieza de Dreyer así lo demuestran) no caben dudas de que pasó a la historia no por las vicisitudes del final sino por la llama eterna que dejó con aquella actuación, la cual aparece en la pantalla cada vez que un proyector enciende el fuego sagrado y la invoca desde el celuloide como un fantasma que mora en el pasado.
Calificación: **** (Muy buena)
LLAMAS DE NITRATO (2014, Argentina-Noruega) Dirección; Mirko Stopar, Guión: Mirko Stopar. Elenco: María Falconetti, Carl Dreyer (aparecen según imágenes de archivo). Duración: 90´(ByN-Color).