“Los antiguos decían que Jauja era una tierra mitológica de abundancia y felicidad. Muchas expediciones buscaban el lugar para corroborarlo. Con el tiempo, la leyenda creció de manera desproporcionada. Sin duda la gente exageraba, como siempre. Lo único que se sabe con certeza es que todos los que intentaron encontrar ese paraíso terrenal se perdieron en el camino”.
Emprender la tarea de contar una historia de época nunca es un trabajo sencillo, y mucho menos en nuestro país. Cuando echamos una mirada a las producciones de la cinematografía nacional que manejaron ese tópico nos encontramos con grandes muestras, ya sea porque fueron premiadas en los festivales de cine más importantes del mundo o bien por ser portadoras de historias sólidas, interesantes o que proponían una mirada innovadora sobre personajes o hechos acaecidos en el pasado (entre las cuales entra la colección completa de las que cuentan las vidas de próceres o de algunos de los hechos más significativos de nuestra historia nacional).
Sin embargo, la película de Alonso, lejos de estar en alguno de estos dos grupos, por varias razones no llega a alzarse como una gran película histórica y termina naufragando en el mar de aquellas producciones poco memorables y a las que rara vez se intente repetir un acercamiento.El film relata una historia más que interesante y tuvo la suerte de contar con una gran producción que le permitió a Alonso poner en imágenes el texto que ideara junto al escritor Fabián Casas.
Pero cuando la película termina la sensación que deja es que el gran despliegue de producción no llegó a compensar lo anodina de la trama, los silencios eternos que aumentan la sensación de agorafobia (que producen los extensos desiertos patagónicos compuestos a través de la cámara con una calidad sólo comparable a como la podrían haber tomado grandes pintores de la historia) y la utilización repetitiva de los fuera de campo para invitar al espectador que reconstruya en su imaginación aquello que los personajes no pueden aceptar o bien no se animan a mostrar frente a la mirada del espectador quizás como metáfora de la limitación de sus propias consciencias.
Jauja es, además de un film cargado de imágenes bellísimas (muchas de ellas simulan verdaderas pinturas costumbristas del siglo XIX) y una historia que porta un mensaje moralizante (que podría traducirse en “No busques la tierra prometida por que el deseo se te puede volver en contra”) una pieza que deja la sensación de lo que pudo haber sido y, lamentablemente, no fue.
La historia del capitán danés que llega a la Patagonia hace dos siglos junto a su hija de quince años buscando la buenaventura de un nuevo mundo en una tierra totalmente inhóspita (en definitiva eso es Jauja) es de una gran riqueza, la cual se ve cercenada en el mismo momento en que la joven decide abandonar a su padre y rendirse a los brazos de un joven especie de peón –soldado quien, lejos de hacerle conocer el amor por primera vez, la coloca en un lugar de riesgo dejándola expuesta a expensas del terrible malón de indios (los “cabeza de coco” que se mencionan al inicio) quienes siguiendo la lógica de pensamiento reinante en aquellos años se configura rápidamente en el personaje colectivo que representa la visión europeizante de la mismísima barbarie patagónica.
A partir de ese momento la historia deja de ser el racconto detallado de las peripecias sufridas por un pobre danés que llega al sur intentando una vida mejor para sí y para su hija y se convierte en una clara postura negativa sobre el colectivo indígena al que no solo se tilda de bárbaro e infradotado sino también como "el otro" (con mayúsculas) claramente identificado y el principal objetivo al que hay que eliminar porque nada bueno pueden traerle a la patria (base ideológica que durante más de un siglo justificó la campaña y la conquista al desierto patagónico llevadas a cabo por Juan Manuel de Rosas y por Julio Argentino Roca).
Pero lo cierto es que Alonso va un poco más allá y tiene en la manga una vuelta de tuerca que provoca al espectador a replantearse la linealidad de la trama y resignificar, casi sobre el final, todo aquello que hasta ese momento dio por sentado como válido. Así y todo, la sucesión de imágenes bellamente compuestas (y también fotografiadas), la trama con ribetes históricos (siempre atractivo y polémico como es el binomio Civilización o Barbarie) y la producción de gran nivel puesta al servicio de las dificultosas locaciones donde se filmó no llegan a compensar el aburrido tono en el que está contada la historia y lo anodina de las actuaciones principales (aunque cabe destacar la de Ghita Nørby, pese a ser ínfima en la historia).
Por todo ello JAUJA es un film que tuvo la posibilidad de echar luz sobre la temática del otro indígena (cuestión que en nuestro país aún continúa provocando las más diversas opiniones, incluso algunas que lamentablemente aún hoy se siguen haciendo eco de aquella ideología de los tiempos de Roca) utilizando como disparador la historia del danés y su hija quinceañera, pero no lo logró. Habrá que esperar quizás para que el cine, en lo que a esa cuestión respecta, logre una mirada más abarcativa y alejada de los repetidos clichés que, como la gota en la piedra, a lo largo de los años forjaron parte del ser nacional.
JAUJA (Argentina / Dinamarca / Francia / México / Estados Unidos / Alemania / Brasil / Holanda, 2014) /Dirección: Lisandro Alonso / Guion:Lisandro Alonso y Fabián Casas / Fotografía: Timo Salminen / Edición: Gonzalo del Val, Natalia López /Música: Viggo Mortensen / Elenco: Viggo Mortensen, Viilbjørk Malling Agger, Ghita Nørby, Esteban Bigliardi / Distribuidora: Distribution Company / Duración: 108´- Color.